Ha muerto Carlos Miguélez y con él una parte de la historia de la medicina pediátrica malagueña. El martes nos dejó uno de esos profesionales que te hacen confundir profesionalidad y amistad, por su empeño por las causas perdidas, por su generoridad fuera de todo límite. Y es que el doctor Carlos Miguélez, siempre al pie del cañón sin mirar el reloj o el calendario, ha sido desinteresado hasta con su maldita enfermedad, contra la que nunca dejó de batallar pero a la que dejó un poco de lado hasta hace unos meses para seguir de cerca a sus pacientes , sus pequeños luchadores, alimento de sus desvelos, muestra de que el humanismo es una parte indivisible de la mejor de las medicinas.

Experto en Urología Pediátrica, colaborador incansable de la asociación de Espina Bífida de Málaga, médico en Santa Elena, profesor de la Universidad de Málaga, precursor de másteres y jefe de su rama en el Materno Infantil, este experto no sólo ha dejado huérfanos a su mujer Mariola, a sus cuatro hijas y a sus nietos, sino que también a sus compañeros y pacientes, que siempre vieron en él una sonrisa amiga a la que contar sus miedos, con la que avanzar más seguros ante eventuales tropiezos.

Su discípula y amiga María José Llamas lo definía ayer como un ser extraordinario, bueno, entregado, incansable, maestro. «Su visión iba más allá de lo cotidiano o rutinario. Disfrutaba enseñando lo que más amaba, la Medicina, pero la Medicina dieciochesca, la de la cercanía del paciente y su familia».

Su altruismo ilimitado ha regalado sus conocimientos y su legado, pues este experto nacional e internacional en Urología Pediátrica no quiso que con él se fuera lo aprendido, sino que se encargó de que su herencia médica trascendiera a su vida por un futuro mejor para los pacientes. Descanse en paz.