«Fue ver a San Isidro y se me puso aquí una cosa más extraña. No podía ni hablar», confiesa Teresa Benítez Gómez. Hacía más de medio siglo que esta encantadora churrianera no veía la procesión de su patrono. El destino la condujo a Navarra cuando conoció al joven navarro Javier Cía, que hacía las Milicias Universitarias en la vecina Base Aérea de Málaga.

El año pasado, Teresa y Javier celebraron en Churriana las bodas de oro. Medio siglo antes, el 28 de agosto de 1966, cuando tenía 18 años, salió de blanco de la casa de la familia que la había criado desde los 8 años «y que fueron muy buenas personas, los quería muchísimo», destaca. Se trataba de la casona que en el número 56 de la calle Torremolinos tenía la pareja de escritores formada por el hispanista inglés Gerald Brenan y la norteamericana Gamel Woosley.

Don Gerardo, como lo llamaban en Churriana, y Gamel se hicieron cargo de la niña, aunque su verdadera familia -su madre y sus hermanos- vivía en una calle muy próxima. «Mi padre dejó a mi madre, por eso ellos fueron como mis padres», explica.

La pasada semana, Teresa acudió con su marido y el cronista de Churriana, Cristóbal Salazar, junto a su mujer, la pintora María José González, a visitar la exposición El mundo de Brenan, con cuadros en homenaje al hispanista y su círculo de amigos, obras en su mayoría realizadas por María José. La muestra puede visitarse en la nueva biblioteca José Moreno Villa de Churriana, un edificio lleno de luz que fascina a Teresa. Por eso, mientras recorre las estanterías llenas de libros muestra una amplia sonrisa y dice: «A Brenan le habría hecho mucha ilusión ver una biblioteca en Churriana», al tiempo que confiesa que «muchas veces le hablo... por si acaso», ríe.

Vivir la infancia y la adolescencia con los Brenan fue un privilegio del que Teresa Benítez se fue percatando con el paso de los años.

Los recados a Hemingway

Porque era demasiado pequeña para saber, por ejemplo, que aquel hombre barbudo y risueño al que Gerald Brenan le mandaba visitar en la vecina finca de La Cónsula para avisarle de una reunión era Ernest Hemingway. Teresita estaba acostumbrada al trasiego de intelectuales de todo tipo por esa casa de calle Torremolinos en la que tenía su habitación y en la que, con el tiempo, aprendió inglés escuchando a sus dueños.

Los Brenan también habían procurado que, aparte del colegio, recibiera clases particulares y le compraban muchos libros. Teresa todavía recuerda a Gerald Brenan mostrándole su biblioteca, mientras le señalaba lo que podía leer, «y a partir de aquí, cuando crezcas». «Nunca se me ocurrió coger uno de los libros que me había dicho que no», subraya.

Y si San Isidro le emocionó, los ojos se le humedecen al ver la exposición El mundo de Brenan. Uno de los dibujos muestra al hispanista concentrado, a punto de encender un cigarrillo. «Ese gesto lo conozco mucho porque estaba todo el día fumando», comenta.

A Gamel Woosley la compara con «una de esas flores que se miran y no se tocan, es que iba andando y yo creo que flotaba», mientras que de su marido destaca su sentido del humor y su risa fácil, así como los momentos en los que en esa casa sin teléfono -para que se pudiera concentrar mejor- Don Gerardo se transformaba en jardinero. «Aunque él tenía jardinero, a veces bajaba a podar porque decía que su pensamiento no fluía y al rato, cuando subía, decía: Ya me he inspirado».

El tiempo pasa, y Teresa Benítez confiesa que cada vez recupera más detalles de esos años en casa de los Brenan que vuelven a su memoria. ¿Qué balance hace? No lo duda: «Estoy muy agradecida, no los olvidaré nunca».