La Carretera de Cádiz desde hace muchos años dejó de denominarse así. Para los técnicos de Obras Públicas sigue siendo la N-340, o carretera Cádiz-Barcelona por Málaga. En la avenida Pintor Sorolla estuvo hasta hace poco el hito que recogía el kilómetro que correspondía la larguísima carretera en ese punto.

No recuerdo cuándo el Ayuntamiento de Málaga decidió darle el nombre de Héroe Sostoa al tramo comprendido entre la explanada de la estación y la rotonda de acceso a Juan XXIII. A partir de este punto pasa a llamarse avenida de Velázquez. Creo que se produjo una repetición, porque en Málaga ya existía una calle Velázquez, en el barrio de Capuchinos. Pero no es el único caso de repetición.

Hago un inciso: el tramo primero, aunque el propio Ayuntamiento lo ignore y eso que tiene un alcalde, no sé cuantos concejales, una plantilla de asesores y seis o siete mil funcionarios, se denomina Héroe Sostoa y no Héroe de Sostoa. Sobra la preposición de. Sostoa fue un héroe, no un lugar geográfico. Pero convencer del error al Ayuntamiento, a los malagueños que viven en uno de los muchos inmuebles, a las empresas radicadas en esa calle€ es una tarea inútil. Antonio Canca Guerra, que fue en vida sargento de la Policía Municipal y rastreador de las calles de Málaga, no consiguió convencer a nadie a través de numerosos escritos en la prensa local de que la calle en cuestión era solo Héroe de Sostoa. Le hicieron puñetero caso, como a mí, por supuesto.

Un paseo imposible

El sector de la Carretera de Cádiz se ha convertido en la zona de mayor densidad de población de Málaga capital. Ese cambio se ha producido en un tiempo escaso. Vivirán muchos malagueños que recordarán cómo era la zona hace cincuenta años o sesenta años.

Basándome en la memoria y sin recurrir ni a textos ni fotografías de la época, recuerdo que la primera edificación a mano izquierda era y es el Asilo de las Hermanitas de los Pobres, edificio que existe y que sigue cumpliendo el fin para el que se levantó gracias a la generosidad de algunos malagueños que aportaron los fondos necesarios para su construcción. En la misma acera de la izquierda estaban la industria metalgráfica de Lapeira, la harinera de Simón Castell y el campo de experimentación de la Industria Malagueña de la rama textil

La parcela, no sé si de una hectárea o dos, estaba dedicada a la experimentación de variedades del cultivo del algodón. Cuando empezaban a florecer, el blanco destacaba sobre el verde. Era una pequeña muestra de los inmensos campos de algodón de Alabama como hemos visto mil veces en películas norteamericanas donde los esclavos de color trabajaban a pleno sol.

En la parcela de la Carretera de Cádiz no trabajaban negros. España todavía no era meta de subsaharianos. El blanco algodón de aquél campo de experimentación se observa ahora en los balcones y terrazas de los bloques de diez y doce plantas en forma de toallas, camisas y calzoncillos puestos a secar para alegrar la vista de los vecinos de la acera de enfrente.

Y después, construcciones de todo tipo. Edificios de alturas varias, barriadas, gasolineras, almacenes, comercios€ hasta llegar al punto culminante de la Azucarera Hispania que alternaba los dos productos básicos para la fabricación de azúcar: la remolacha y sobre todo la caña de azúcar, que se cultivaba en toda la zona, a derecha e izquierda de la carretera. La zafra o recolección de la caña de azúcar movía cientos o miles de trabajadores. Los camiones y carros de tracción animal invadían la estrecha carretera, incapaz de permitir un tráfico ágil. Además, el peso de las cargas y las ruedas de aros metálicos provocaban daños en la calzada.

Todos los terrenos dedicados a la caña preferentemente fueron ocupados a marchas forzadas por empresas industriales y comerciales, incluyendo las instalaciones deportivas del estadio de Atletismo, el pabellón Martín Carpena, el centro náutico...

El fielato

En un punto de este recorrido estaba el fielato, convertido por los malagueños en «filato», de más fácil pronunciación. Como este servicio de recaudación municipal desapareció hace muchos años creo que debo hacer un paréntesis para aclarar su funcionamiento.

Era una oficina del fiel, encargada de cobrar impuestos o tasas por todos los productos alimenticios que entraban en el término municipal para su venta y consumo; algo así como una aduana a nivel primario. En el fielato se cobraba por permitir el paso de sacos de patatas, verduras, frutas, hortalizas, leche fresca, un pañil de tomates€ En los distintos accesos a la ciudad existían oficinas del fielato, como en la carretera de Campanillas, Fuente Olletas, El Palo€ Ahora ya no se paga el fielato; la modernidad lo ha transformado en IVA, con la particularidad de que es mucho más caro que la antigua tasa.

Los responsables de aquellas oficinas de recaudación eran inflexibles, como los inspectores de Hacienda y de Trabajo de hoy.

Un ingeniero malagueño (Rafael Jiménez Téllez) me contó hace muchos años lo que le sucedió en la provincia de Zamora donde la hidroeléctrica Saltos del Duero estaba construyendo una presa sobre no sé que río, posiblemente el Duero. Todos los días, después de permanecer en la zona de obras, regresaba con otros cuatro ingenieros a la ciudad, todos ellos en un mismo coche. Lloviera, nevara, hiciera frío, el termómetro marcara cuarenta grados, al pasar por el fielato, el encargado de la oficina detenía el vehículo y preguntaba a los ingenieros si tenían algo que declarar. Un día, cercano a la Navidad, con un tiempo infernal, al llegar al fielato el encargado repitió la misma operación: ¿Tienen algo que declarar?, preguntó. El ingeniero malagueño le respondió: «Sí, cuatro jamones. Uno cada uno». El vigilante sonrió y terminó su trabajo con esta frase: «¡Que ganas de broma tienen hoy los señores ingenieros!». Lo que no sospechó fue que era verdad lo de los jamones. No se lo creyó.

La margen derecha

La margen derecha empezaba con la valla de RENFE, que se prolongaba hasta el paso a nivel que regulaba el paso de trenes de mercancías desde la estación a los muelles industriales del puerto. Cada vez que cruzaba un tren por la carretera se cortaba el tráfico rodado y se paralizaba por un espacio bastante largo la circulación de camiones, autobuses y automóviles.

Siguiendo la dirección Torremolinos, a la derecha se sucedían viviendas modestas por lo general de una o dos plantas. En aquella hilera destacaba la fábrica del «colorao», como era familiarmente conocida la factoría de Óxidos Rojos, que hasta hace muy poco tenía su sede ahí pero sin actividad porque se había instalado en el polígono del Guadalhorce, donde continúa y de la que contaré una curiosa historia en estas misma páginas.

Hasta el puente del Guadalhorce apenas sí había edificaciones. El lugar era conocido por los Portales de Gómez. Después empezaron a levantarse sedes de concesionarios de marcas de automóviles, talleres de reparación, las cocheras de Automóviles Portillo, Flex... y los bloques de Ciudad Condotte, que hubo que demoler por fallos en la construcción. Al llegar al puente sobresalía COLEMA, la cooperativa lechera malagueña absorbida después por otra industria del ramo.

En estos terrenos, dedicados al cultivo, destacaba la caña de azúcar, que se extendía a ambos lados de la carretera, y en las proximidades del Guadalhorce. Durante varios años huertanos valencianos arrendaban superficies para dedicarlas al cultivo de melones. A veces, las crecidas del río inundaban los melonares. Nunca entendí las escasas miras de labradores malagueños que arrendaban sus tierras a terceros. En lugar de invertir y sacar beneficios con los melones u otros productos, se contentaban alquilando las tierras... y dedicaban su tiempo a jugar al dominó, por ejemplo.

En aquellos años Málaga fue tierra de promisión de vaqueros de la Montaña, de Santander, ahora Cantabria, no se por qué. Muchos ganaderos procedentes de Santander se establecieron en la zona próxima al Guadalhorce para la cría de ganado vacuno. Compraron cientos de hectáreas a precios irrisorios, y con el tiempo, después de dejar el negocio de las vacas, se encontraron con unos terrenos hoy urbanizados, con varios polígonos industriales, Plaza Mayor, grandes empresas y supermercados, hoteles...

La expansión hacia Torremolinos llegó hasta el mismo aeropuerto, levantándose la fábrica de cervezas San Miguel, Makro, Toys...

Pese al señor Sostoa, el héroe, el recuerdo a Velázquez, los nombres de las barriadas (Sixto, Belén, Girón, los portales de Gómez, Flex, los polígonos, el aeropuerto, el «colorao», Alaska, Portillo...), el lugar sigue siendo para los malagueños «la Carretera de Cádiz», y para el ministerio de Fomento, la N-340.