La locomotora malagueña parece haber dejado ya definitivamente atrás el oscuro túnel de la crisis. La reactivación económica es un hecho aunque falta que el avance de las macrocifras de estos últimos años, donde el PIB vuelve a crecer en el entorno del 3% anual, se traduzca en una mayor creación de empleo y en contratos más estables. La salida del periodo más crítico de la recesión mantiene también como reto pendiente la diversificación del tejido productivo. Pese a la pujanza de segmentos como el tecnológico y el agroalimentario o la resurrección del sector constructor , el 85% de la riqueza y del empleo siguen siendo coto de los servicios, con el turismo a la cabeza. Málaga carbura de nuevo, sí, necesita que la industria, en todas sus acepciones posibles, se incorpore como un pistón de futuro.

La economía malagueña tocó techo en 2007 tras encadenar varios ejercicios con crecimientos del PIB incluso superiores al 4% anual. Fueron tiempos de bonanza en los que la provincia marcó un récord de casi 60.000 empresas afiliadas a la Seguridad Social, la cifra de cotizantes superaba las 600.000 personas y donde la tasa de paro llegó a caer al entorno del 10% con apenas 70.000 parados inscritos en los servicios públicos de empleo.

La industria turística, funcionaba como es habitual a pleno rendimiento mientras que la construcción vivía una época de esplendor (el sector llegó a emplear a unos 100.000 trabajadores en Málaga) que, desgraciadamente, derivó en excesos y generó burbuja inmobiliaria. La obra pública, de la mano de obras emblemáticas como el AVE o la ampliación del Aeropuerto, firmó niveles récord de entre 1.000 y 1.500 millones al año. El problema vino por la parte de la vivienda. El incremento de la demanda y una vertiginosa dinámica alcista de precios instaló al sector en una alocada carrera constructora (se llegaron a visar más de 40.000 viviendas en un año) sin que las empresas acertaran a valorar adecuadamente los riesgos. A esta espiral se unió la banca que, salvo excepciones, que buscó en la concesión masiva de hipotecas (muchas veces a costa de sobretasaciones) un beneficio que luego se reveló como envenenado.

A nivel mundial, la recesión económica comenzó a perfilarse en la segunda parte de 2007 con la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos y terminó por estallar en 2008 con la caída de Lehman Brothers. En Málaga sus efectos fueron devastadores. El paro comenzó a subir de forma vertiginosa, sobre todo por la salida de trabajadores del sector constructor, el más damnificado de todos. Lo peor es que muchos de esos nuevos desempleados eran jóvenes que habían abandonado sus estudios para trabar en los tajos de obra atraídos por los altos sueldos y que ahora, sin mayor formación, no vislumbraban ninguna expectativa. El problema era también extensivo a una gran bolsa de empleados mayores de 45 años que, tras perder su empleo, se enfrentaban a un complicadísimo reciclaje laboral. El desempleo en Málaga llegó a rozar los 218.000 inscritos en el SEPE a inicios de 2013 y la tasa de paro se situó en el 36,6%.

La crisis trajo también un cerrojazo del crédito por parte de los bancos. El endeudamiento del sector privado malagueño (familias y empresas) había alcanzado un récord histórico de 47.500 millones de euros a mitad de 2008. Comenzaba a partir de entonces un doloroso proceso de desapalancamiento, auspiciado desde Bruselas, que llevó a la banca española a restringir al máximo la concesión de nuevos créditos. Desde entonces, el saldo vivo se ha recortado en una tercera parte y se sitúa actualmente en alrededor de 31.600 millones. Los empresarios y autónomos se han quejado durante todos estos años en que el cierre crediticio (que desde hace un par de años empieza a remitir) fue indiscriminado y que fueron muchas los sociedades rentables que quebraron o se vieron obligados a cerrar por falta de circulante. La crisis se llevó por delante más de 16.000 negocios y, según cálculos de la Confederación de Empresarios de Málaga (CEM), alrededor de la mitad podría haber sobrevivido de contar con la financiación adecuada.

La crisis inmobiliaria no tuvo sólo un cariz económico en la Costa del Sol. De hecho, la operación Malaya, caso de corrupción urbanística y política de Marbella que estalló en marzo de 2006, desveló algunos de los tejemanejes habituales en el sector de la construcción de la época, consagrados como estaban algunos empresarios al logro del pelotazo fácil. Finalmente, 95 personas se sentaron en el banquillo de los acusados. Pero hubo muchos más casos que investigaban hechos de los años inmediatamente anteriores a la crisis económica: en Marbella, por citar algunos, destacan Minutas, Pantoja, Saqueo 1 y Saqueo 2, o innumerables sumarios por convenios urbanísticos irregulares que infravaloraron el suelo marbellí.

Hay muchos más: en toda la provincia, por ejemplo, se dieron los casos Astapa (Estepona), Arcos (Alcaucín), Almexia (Almogía), Majestic (Casares) o Acinipo (Ronda), así como Troya en Alhaurín el Grande, sumarios todos ellos en los que se ventilaban asuntos de los años inmediatamente anteriores a la crisis pero que estallaron en plena depresión económica, ahondando en los sentimientos más profundos de los ciudadanos.

Los expertos hablaban de que todos los controles para poner coto al urbanismo desaforado habían saltado por los aires y sólo la justicia fue capaz de ir sancionado todas y cada una de estas actitudes y comportamientos. Muchos de los condenados están ya en la cárcel y los tribunales han tratado de cualquier forma de recuperar lo que se robó, sin que haya sido fácil, con el fin de reintegrárselo a los municipios afectados.

A partir del año 2014, la situación económica comieza a mejorar, primero tímidamente y luego de forma más sostenida. La reactivación económica se basa en las aportaciones del sector servicios, de la mano de un turismo que vive un periodo de auge, del incremento de las exportaciones con un segmento agroalimentario en alza o del pujante ámbito tecnológico, que tiene su epicentro en el PTA de Málaga. Así, la provincia presenta en este 2017 su cifra más elevada de empresas a estas alturas del año de los últimos diez ejercicios (58.792) y con un volumen que se va acercando mucho ya al que se manejaba en la época del boom (59.200).

El alza del censo empresarial, sin embargo, no va acompañada de una recuperación equiparable del empleo. Las cifras de paro son contundentes: Málaga cuenta actualmente con 152.448 parados, casi el doble de los algo más de 83.000 que se registraban en mayo de 2007. Las cifras de afiliados a la Seguridad Social sí están más parejas. Si entonces la cota fue de más de 601.000 cotizantes, la cifra ahora en 585.000. Eso sí, la calidad del empleo se ha resentido también mucho, como vienen denunciando los sindicatos, con unas elevadísimas cotas de temporalidad (muchos trabajadores encadenan un contrato tras otro rotando de forma continua) y un peso creciente del empleo por horas en detrimento de la jornada completa. El debe pendiente, sin duda, es que la recuperación económica se traduzca en empleo de calidad y en diversificar el modelo. Un 85% del PIB y del empleo viene del sector servicios, un 7% de la construcción, un 6% de la industria y un 2% en la agricultura.