­Recibió hace una semana el homenaje de sus compañeros, alumnos y antiguos alumnos. No es para menos, después de más de 54 años dedicado a la docencia, los últimos 33 en la Universidad de Málaga. Y si por él fuera, aún seguiría dando clases, formando a futuros maestros, a pesar de haber cumplido la edad reglamentaria de jubilación y de haber estirado al máximo las posibilidades al solicitar plaza como profesor emérito. Miguel Ángel Santos Guerra es doctor en Ciencias de la Educación y catedrático de Didáctica y Organización Escolar. Ha sido profesor en todos los niveles educativos, en España y en otros países y es articulista de La Opinión de Málaga desde su fundación. Educar no es una labor sencilla, pero sí imprescindible y esperanzadora, ya que los profesionales de la educación tienen en sus manos la posibilidad de modelar a quienes pueden hacer de éste un mundo mejor. Por este motivo, no comprende que haya profesores tristes para los que ir a diario a trabajar suponga una tortura.

¿Me parece que se jubila con muy pocas ganas de abandonar las aulas?

La jubilación debería ser un derecho, pero nunca una obligación. Yo me quiero acoger a este derecho. Quiero continuar, estoy en condiciones, he acumulado una gran experiencia y creo que no debería tener límites, salvo que la comunidad educativa entienda que esa persona no está en condiciones. Su trabajo no es meramente individualista, sino colegiado. Yo hubiera seguido, cuando me jubilé y pedí la condición de emérito. He dado clases en todos los niveles educativos, he visitado muchísimos países, he escrito 74 libros... lo que puede aportar un profesor con ese bagaje no es lo mismo que el profesor novel. No hay que negarle el trabajo al joven, pero tampoco despreciar el del veterano.

¿En qué medida ha sido usted feliz impartiendo clases para no querer jubilarse?

He sido plenamente feliz en esta actividad. Enseñar tiene que ser una tarea intrínsecamente optimista. El ser humano puede aprender y mejorar, es el presupuesto de la educación. Si se niega esta posibilidad, se rompe la educabilidad. Es tan consustancial el optimismo a la educación como mojarse el que va a nadar. En el acto de homenaje que me hicieron tuve la confirmación de lo importante que es esta tarea. Las personas que fueron han marcado el devenir de su historia profesional y han sido marcados por lo que ha supuesto esa experiencia educativa. Las cosechas de las cementeras de la educación son inexorables.

¿Por qué esa plenitud?

En parte porque la brindan los alumnos, por ser un trabajo cooperativo, porque supone siempre un desafío de indagar, de descubrir, de hacerse preguntas... Ayudar es apasionante.

¿Qué le apasiona más de la tarea de educar?

He insistido muchas veces en esto. Educar no solo puede ser un mero aumento del conocimiento o los saberes, sino que la concibo como un modo de aprendizaje de la convivencia. No hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas. Si este conocimiento sirviera para explotar y engañar al prójimo, más valdría cerrar las escuelas. No tenemos que formar a los mejores del mundo, sino a los mejores para el mundo. Enseñamos al individuo a desarrollarse como personas al servicio de sociedades más justas, más solidarias y, en definitiva, más habitables.

¿Entiende que un docente vaya amargado a su puesto de trabajo? No son pocos...

Me preocupa mucho esa actitud en dos sentidos: por ellos mismos, porque creo que ir a la actividad del aula con sufrimiento es una tortura que tienes que repetir cada día y es muy duro para el interesado; pero en otro sentido, me preocupa también porque es duro para los alumnos, trabajar con una persona amargada, hastiada, es terrible soportar esta situación porque no la puede hacer bien, ni hacerla con entusiasmo y con satisfacción.

La sociedad no valora suficientemente la profesión docente. Los profesores se ven sometidos a un endurecimiento de sus condiciones laborales. Quien estudia Magisterio, en muchos casos, es porque no ha conseguido nota para entrar en otra carrera... ¿Cree que son motivos para explicar el desencanto?

Esas causas están ahí y las he analizado muchas veces. A mis alumnos les decía que si no podían hacer lo que amaban, que amaran lo hicieran. El proceso de selección, el de formación puede estar presente. La formación no es suficientemente rica ni adecuada, ni genera competencias reales en los profesores, que salen con un bagaje escaso. También están los recortes de las condiciones. O la valoración social. Pero por encima de todas estas cosas, lo fundamental es la actitud del profesor. No son tanto las condiciones, dificultades o problemas que tiene. Porque hay quien tiene dificultades y estas le sirven de estímulo, mientras que a otros les destruye. Puede haber un profesor amargado y un profesor entusiasmado con las mismas condiciones separados por un tabique en el mismo colegio. Recientemente me preguntaban en Argentina cuánto gana un profesor español, cuántos alumnos tiene en el aula o cuántas horas da de clase y al responder me dijeron: "Estarán dando saltos de alegría". Es decir, que todo también depende de donde mires. En efecto, hay países donde los profesores están mejor considerados, son mejor tratados, tiene mejores sueldos y reciben más ayuda de las familias. Y países en que pasa lo contrario. Pero se puede ser feliz en cualquier condición si la actitud es inteligente y positiva y esas dificultades se convierten en retos apasionantes y en estímulos.

Está dando la receta para ser feliz en cualquier profesión, no solo como maestro.

No hay señal más clara de inteligencia que desarrollar la capacidad de ser feliz y de ser buena persona. Si alguien es recordado por su fama, pero por ser un desgraciado, es que no era muy inteligente. La sociedad fracasa cuando vive con injusticias. Es importante saber convertir los años en sabiduría. Lo que nos da la experiencia a todos son años, pero no sabiduría necesariamente. Admiro a quienes con mucha edad mantienen incrementado un sentimiento positivo hacia la vida, las personas y hacia el trabajo que han realizado.