Ha sido un final inesperado para un hombre que hizo tantas cosas que se le olvidó reivindicarse. No sé hasta qué punto le preocupaba ser reconocido públicamente. Desde luego, mientras estuvo en activo, no mucho. Joaquín Marín es el propietario de una extensa y brillante carrera profesional, pero no presumía de ello. No digo que algo así sea un mérito, solo que ir contándolo por ahí no estaba en su naturaleza. Quizá por modestia o por timidez, o por que le importaba poco lo que pensasen de él. En el mundo de los periodistas, si es que existe algo así, no se estila lo de reconocer los méritos de los demás. No obstante, podría decir también lo contrario: que es cierto que existe ese mundo y que somos agradecidos. Hoy prefiero tener confianza en esa segunda posibilidad. Porque hay gente a la que el periodismo, al menos en Málaga, le debe seguir en pie. Joaquín pertenecía a ese club. Durante los años en los que he trabajado con él, siempre me llamaba la atención su empeño no intervencionista con los profesionales a su cargo. Un dejar hacer que se terminaba cuando alguien cruzaba las líneas rojas hacia la insensatez, la simpleza, la superficialidad, la mentira, la condescendencia o la burla. Abría el tarro de las esencias y dejaba las cosas claras. Todo volvía entonces a su ser y el barco seguía su rumbo. Fue un profesional con principios.

También era divertido a ratos escogidos y tenía ciertas manías que convirtió en grandes habilidades. La de detectar una errata a kilómetros era algo digno de ver. O la de poner títulos cortos y precisos a situaciones variopintas, como los que colocan los pintores a sus cuadros. Un permanente juego con el lenguaje. Por ejemplo, antes de dar los buenos días, si llegaba a la redacción con alguno de sus hijos pequeños, anunciaba: "¡Periodista con niños!". Un tarde de domingo, de un sofocante domingo de agosto de sabe Dios qué interminable verano, estaba haciendo la portada y para ilustrarla gráficamente solamente tenía una fotografía con algo de interés. En ella se veía la curva de La Araña repleta de coches y un trozo de playa con sobredosis de bañistas. El titular podría haber girado en torno al tópico del lleno hasta la bandera en las playas de Málaga o evidenciar la incapacidad de las carreteras para soportar esas avalanchas de tráfico. Joaquín llegó, miró y me dijo: "Atasco con playa al fondo". Y eso se quedó. Acertado o no, al final, recuerdo ese titular y no otros. Directo, sencillo y con cierta comicidad. Hubo también otros más contundentes y descarnados como aquel de "Arde la sierra de Mijas", un terrible incendio en los montes de su pueblo natal. En fin, reconozco que son anécdotas un tanto bobaliconas. Las tengo a montones, qué le vamos a hacer. Lo que quiero decir es que Joaquín era un artista del detalle, del periodismo en definitiva, de ese viejo periodismo que a veces se echa tanto de menos.