Gracias a una paciencia infinita, el malagueño Francisco García ha podido bucear en la vida de miles de personas de la Málaga del siglo XVII, como ese marbellí que fue compañero de presidio en Argel de un tal Miguel de Cervantes o la desdichada vida de una mujer, que, tras ver cómo morían a causa de la peste su yerno y cuatro nietos, prometió que acudiría a Jerusalén, al Santo Sepulcro, si sobrevivía la única nieta que le quedaba. La nieta se salvó, ella cumplió la promesa y cuando estaba a punto de entrar en el Santo Sepulcro fue atacada por un hombre y murió.

Francisco, técnico aeronáutico jubilado, lleva los últimos 18 años acudiendo a diario a los archivos malagueños, su gran pasión. De tanto frecuentarlos ha podido desentrañar la letra de los escribanos del siglo XVII y adentrarse en las últimas voluntades de quienes vivieron en Málaga; testamentos que, como puede verse, en ocasiones contienen importantes retazos de historias personales.

El producto de tres años de trabajo son los índices de los testamentos que del siglo XVII pueden encontrarse en los archivos malagueños. «He leído en total 15.000 y luego he copiado 13.000. Esos son los 28.000 que reflejo aquí y que proceden de la Catedral, los protocolos notariales del Archivo Histórico Provincial y del Archivo Municipal», resume.

Como resalta, el motivo para escribir esta obra ha sido poder ayudar a otros investigadores. «No existe un índice conjunto, tampoco por archivos. Si quieres buscar, por ejemplo, el testamento de los Bohórquez, llegas allí y hay 1.600 cajas. Si no sabes el día y la fecha concreta, jamás darás con ese testamento», resalta. A este respecto, comenta que, en muchas ocasiones, ha visto cómo investigadores de Burgos o Valladolid han acudido a los archivos malagueños en busca del testamento de un determinado músico, «y se han tenido que marchar».

Por eso, esta obra ofrece la oportunidad de localizar testamentos de personajes buscados por historiadores de manera infructuosa. A su juicio, estos índices pueden abrir la puerta a tesis doctorales que rescaten importantes nombres del pasado como la familia Osorio, propietaria del castillo de Fuengirola; los Barrientos, con tierras en Colmenar y Vélez; los Villazos, que tenían huertas en la Trinidad o los Arias del Castillo, de Casabermeja, propietarios del cortijo de Casarias, uno de cuyos miembros fue secretario del emperador Carlos V.

Además, como resalta Francisco, en el cortijo de Casarias había una capilla dedicada a Santa Águeda con reliquias de Tierra Santa proporcionadas por un pariente: «Fray Antonio Arias del Castillo era guardián de Belén y del Santo Sepulcro», aclara.

Sancha de Lara, Lasso de la Vega o Bastardo de Cisneros son otras de las familias reconocidas de la época que aparecen en esta trabajada obra.

La mayoría de los 28.0000 testamentos, explica el autor, son abiertos, es decir, se realizaban en vida del testador, en presencia de un escribano y con testigos, mientras que los cerrados eran los que se abrían después de la muerte del otorgante.

Francisco García calcula que en Málaga capital, durante el siglo XVII, se hicieron unos 30.000, con lo que todavía se pueden recuperar algunos más.

Un aspecto importante de este trabajo es además el haber llenado importantes huecos de la historia local. Así, recuerda el autor, «no existe un libro de enterramientos de la parroquia de los Santos Mártires», pero, a mitad del trabajo, el investigador ha ido recopilando de las últimas voluntades los nombres de las personas que deseaban ser enterradas en los Mártires y con ellos ha creado un libro de enterramientos con unos 500 vecinos.

La labor de investigación también le ha permitido localizar «el primer testamento que encuentro aquí en Málaga», fechado en 1472; se trata de un documento adscrito a uno posterior.

La pléyade de legajos ha permitido también rescatar otros nombres ilustres como el de Juan Bermúdez, primer deán de la Catedral tras la conquista de Málaga por los Reyes Católicos o don Diego de Aponte y Quiñones, el último obispo de la Málaga del siglo XVI. Francisco García comenta de este último que está sepultado «en la Capilla de Santiago, Dorada o de la Encarnación, en la bóveda que hay bajo el sarcófago del arzobispo fray Bernardo Manrique». Por eso subraya que sería una buena iniciativa dejar constancia, mediante una placa, de este obispo tan poco conocido.

Y para terminar con los testamentos, una historia quijotesca rescatada de uno de ellos: Un maestro espadero con taller en la calle San Juan alquila una mula en la plaza de los alquiladores de mulas (hoy, calle Marqués), para vender sus productos en la Feria de Archidona. Amante del vino, el espadero se emborracha nada más llegar al pueblo, irrumpe en una corrida de toros, mula incluida. El toro acaba con su montura «y tiene que regresar a Málaga andando, todo lo cuenta en su testamento», apunta el investigador.

La pista de la sal

A los tres volúmenes que ha dedicado a los testamentos hay que sumar un cuarto que no guarda relación, pero supone un retrato lleno de vida de la Málaga del siglo XVII y en concreto de 1631, el año en que un veterano Lope de Vega compuso El castigo sin venganza.

Se trata de El primer censo nominal de vecinos de Málaga año 1631. Francisco García explica el porqué de ese año en concreto: «Los regidores iban casa por casa preguntando por la cantidad de sal que iban a consumir durante un año y los vecinos la pagaban».

Lo llamativo de este censo del reparto de la sal de 1631 es que además de los nombres y apellidos, constaba el oficio, la dirección, el estado civil, el número de hijos... Como resalta el investigador malagueño, este censo del reparto de la sal se adelanta en más de 30 años a los padrones eclesiásticos del Archivo Diocesano y además son más completos.

En este censo nominal tan tempranero aparecen 7.500 vecinos, una cifra bastante superior a los 4.000 que citan las actas capitulares de Málaga diez años antes, en 1621. Francisco García recuerda al respecto que el siglo XVII estuvo plagado de epidemias de diferente intensidad.

Gracias a su trabajo, cobran vida las calles de hace cuatro siglos y sus habitantes: Leonor de la Fuente, que vivió en la calle de la Fuente de Buenaventura; el tabernero Bernabé González, de la plazuela de Montaño; Francisco Calbo, «frutalero» de calle Granada; Diego de la Cruz, herrero de calle Carretería...

En la actualidad, está embarcado en un libro sobre la Málaga del XVII con aspectos nunca antes publicados de la vida en la capital y ha concluido otro sobre la Catedral de Málaga durante ese siglo.

En 2015, el investigador malagueño confeccionó un plano del entorno de la plaza de las Cuatro Calles (la actual de la Constitución), con los edificios, calles hoy perdidas y los nombres de los vecinos hacia 1620.

Con su último trabajo, los investigadores que frecuenten los archivos de Málaga lo tendrán más fácil, por eso confía en que alguna institución pueda publicarle la obra.