Ahora que se cumplen 120 años del asesinato de Cánovas del Castillo - 8 de agosto de 1897- en Mondragón, perpetrado por el anarquista italiano Michele Angiolillo, es oportuno traerle a la memoria. Quien fuera el más insigne de los malagueños del siglo XIX, bien merece un recuerdo, aunque sea en tan dolorosa efeméride. Y si las instituciones, públicas y privadas, están ocupadas en otros menesteres, nosotros al menos hacemos el intento de que siga viva su memoria. Málaga, su ciudad natal, está en deuda permanente con Cánovas, pues, aunque se alejó de ella siendo aún muy joven, nunca la olvidó. No vamos a exponer ahora cuantas acciones de gobierno le debe la ciudad; sería motivo para otro relato, ya narrado, por cierto, por expertos y estudiosos de su obra. Y aunque nuestro esquema ideológico esté al margen de la herencia canovista, sí al menos reconocemos su grandeza y su influencia en la historia de la España contemporánea. Para bien o para mal.

De su gran influencia y prestigio reconocidos más allá de las fronteras nacionales, son argumento los testimonios dedicados en la prensa de todo el mundo con ocasión de su muerte. Decimos de todo el mundo. Desde los periódicos locales, pasando por los de todas las provincias españolas y terminando por la prensa europea y americana. Causa cierto asombro leer lo que se dijo de Cánovas en tdos los periódicos del 9 de agosto de aquel 1897, según la recopilación hecha por su hermano Emilio en «Juicio que mereció a sus contemporáneos españoles y extranjeros».

En los cuatro periódicos que se editaban en Málaga por entonces, El Cronista, El Diario de Málaga, Las Noticias y La Unión Mercantil, se dedicaron páginas a llorar al «gigante de la política, cuya figura llenará toda la historia contemporánea»; «Málaga vierte raudales de llanto por su hijo ilustre, honra y prez de esta tierra, que no es tierra de ingratos» al más insigne de los malagueños de la historia contemporánea.

La prensa nacional fue unánime en los elogios al gran estadista, recogiendo en sus páginas el triste suceso, tanto los periódicos amigos como los manifiestamente adversarios. Es el caso de El Regional de Lugo, que confiesa: «Nosotros, adversarios de siempre del señor Cánovas y del partido conservador, cumplimos un deber de justicia al rendir este tributo a su memoria». Otro tanto encontramos en El Liberal, que desde Alicante, lejano de Galicia, pero próximo en su animadversión a la política de Cánovas, declaraba «nosotros, enemigos acérrimos y declarados de las doctrinas y de los procedimientos de los conservadores, no vacilamos ni un punto en calificar de verdadera catástrofe y de verdadera desgracia nacional, la muerte del Presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas». Y si así se expresaban los periódicos descaradamente anticanovistas, otros dedicaban elogios continuos a la figura de quien era, según ellos, «el más distinguido hombre público, cuyo talento, patriotismo y excelentes dotes de mando jamás puso nadie en duda», expresión recogida en La Provincia, periódico de Almería. Pasando de Andalucía a la prensa de Cataluña se perciben idénticos lamentos por la pérdida de la alta representación del Estado. La Vanguardia reflejaba así el dolor general: «hoy, los españoles todos, al considerar como desgracia pública , como infortunio nacional, la muerte del hombre insigne que sucumbió aclamando , con sus labios de moribundo el nombre sagrado de nuestra España». Y no hemos de abundar más en las lamentaciones de los periódicos madrileños de gran tirada, como es La Época, el diario conservador que hizo crecer su figura con transidas adulaciones dedicadas al «mártir de la patria». Y toda la prensa europea lloró también a Cánovas en semejantes términos.

Como contrapunto, la prensa norteamericana, si bien denunció el crimen, celebró la muerte de Cánovas como solución a los conflictos con las colonias de ultramar. Así el Washington Post añadía que «la muerte de Cánovas ha sido bien recibida por los cubanos». Bajo el epígrafe de «Acto providencial», el periódico The New York World afirmaba que su muerte «significa la independencia para Cuba y es un acto providencial. Los cubanos van ¡por fin €! a ver realizados los ensueños de libertad, porque, ahora, sin Cánovas, la guerra entre Estados Unidos y España es inevitable». Y los principales periódicos de Chicago, Filadelfia, Nueva Orleans, Atlanta€ se pronunciaron en la misma línea. Los cubanos residentes en las ciudades norteamericanas hicieron manifestaciones en idéntico sentido: «la muerte de Cánovas significa mejores tiempos para Cuba».

Cánovas era reconocido por todos como el grandísimo hombre de Estado, situándolo a la cabeza, como uno de los políticos más influyentes del mundo occidental. Incluso sus adversarios. Por ello, Málaga, su ciudad natal, debe mantener viva su memoria, pues es su Hijo Predilecto más insigne del Siglo XIX.