Tienen fama de meses melancólicos. Y hasta hace poco más de tres años, incluido en la Costa del Sol, se comportaban como si lo fueran. Con una depresión funcional que inundaba lo económico, a veces en plena contradicción con el clima, y dividiendo abruptamente en dos los rendimientos de la temporada turística. Septiembre y octubre, el horizonte más cercano para una industria obligada siempre a jugar a corto plazo, llaman de nuevo a las puertas del verano. Pero esta vez sin tanto timbre apocalíptico, extendiendo la animación, y lo que es más importante, también los contratos, más allá de la triada dulce de agosto, julio y junio.

Desde que el sector dejara atrás las estrecheces de la crisis, y con especial énfasis a partir de 2014, la provincia ha empezado a ver en los meses bisagra su mayor conquista contra la rigidez temporal del mercado. La temporada se alarga, con una tendencia que poco a poco va ganando consistencia. Y que ya nadie pone en duda frente al calendario más inmediato. Las previsiones que manejan tanto la patronal como los sindicatos apuntan a que el fenómeno se repetirá este curso, con todas sus consecuencias felices, tanto para los negocios que viven del turismo como para los propios trabajadores.

La solidez del pronóstico se centra en los precedentes, que en este caso no sólo incluyen las referencias de los últimos años, sino también la del pasado mayo, enrolado por el otro extremo a la ampliación de límites del verano. La evolución del sector, que no se despega de los números de récord, hace pensar sin mucho margen de error en una reproducción -incluso mejorada- de las circunstancias que gobernaron durante el ejercicio anterior, en el que la hibernación y los cierres de establecimientos no llegaron hasta noviembre.

Luis Callejón Suñé, presidente de la Asociación de Empresarios Hoteleros de la Costa del Sol (Aehcos), coincide con Gonzalo Fuentes, responsable turístico de CCOO, en que el volumen de pernoctaciones y de afluencia de viajeros que se espera para septiembre y octubre permitirá conservar en activo al grueso de las plantillas, incluida la mayor parte de trabajadores extra incorporados para el periodo estival (alrededor del veinte por ciento del total ). Ya en 2016 los cambios -más acentuados en octubre- fueron mínimos, lo que permitió a la infraestructura operar casi a pleno rendimiento.

La situación, en cualquier caso, viene marcada una vez más por la ocupación hotelera. El pasado verano Málaga se mantuvo en ambos meses con más del 70 por ciento de sus plazas vendidas. Callejón, en este sentido, es optimista. Y aunque indica que lo más probable es que se igualen los resultados -lo cual representaría una excelente noticia- no descarta que se registre una subida. Al menos, en el mismo tono acumulado del conjunto del año, que señala hacia un incremento de alrededor de un punto.

El contraste con el pasado es, en este punto, más que considerable. Hasta hace muy poco, septiembre, y, sobre todo, octubre, presumía la entrada al periodo más áspero de la temporada. El avance se observa en puntuaciones como la ocupación registrada en 2016 en los establecimientos más cercanos al litoral, que se situó cercana al 85 por ciento. Una cifra que, en otro tiempo, se habría emparentado con las de agosto. Y, además, sin que eso fuera, ni mucho menos, sinónimo de pérdidas.

Luis Callejón llama la atención sobre otro dato positivo. La evolución de ambos meses no sólo ha sido a nivel cuantitativo, sino que también ha servido para animar otros indicadores. El de gasto medio, uno de los más significativos, ha sido palpable. Y la prueba más locuaz está, de nuevo, en la comparativa, en la que el dispendio por turista refleja un comportamiento mejor incluso al de julio y agosto. Septiembre, en suma, llega con menos clientes. Pero los que se queden reparten su sueldo con más generosidad, invirtiendo, sobre todo, en la llamada industria complementaria -bares, comercios y restaurantes, principalmente-.

Para muchos analistas, la prolongación del verano es la mejor noticia que está dejando el actual ciclo de crecimiento. Por encima en importancia, incluso, de los récord. Especialmente, porque supone un paso en firme para restar influencia al que todavía figura como el talón de Aquiles de la Costa del Sol: la brutal diferencia entre la demanda estival y la que se contabiliza durante el resto del año.

La conservación prevista de los puestos de trabajo representa asimismo algo más que una virtud estadística. Enlazar, en el mejor de los casos, cinco meses consecutivos en el tajo supone ampliar la racha del curso, que ya cuenta con una inercia al alza. A finales de julio la hostelería malagueña sumaba 63.383 contratos, lo que se traduce en 5.238 afiliados más -un 9,01 por ciento- en relación al mismo periodo del pasado año. Gonzalo Fuentes pone coto a la euforia con un baño duro de realismo: el de los altos niveles de precariedad que soportan los trabajadores.

Del total de puestos de trabajo creados por el sector, el 96 por ciento son temporales. Además, más de la mitad están estipulados a tiempo parcial, con un número de horas dadas de alta en la Seguridad Social que, en la práctica, es mucho menor al que abarca realmente la jornada. Existen, por tanto, muchos casos de fraude, a los que se suman, según el sindicalista, algunas piruetas legales. La más denunciada, la de la externalización de servicios como el de las camareras de piso, que cobran menos de la mitad de lo que correspondería si se rigieran directamente por los establecimientos y los convenios generales.

Para Gonzalo Fuentes resulta representativo de la situación otro dato: el 50 por ciento de los contratos no superan los diez días de duración. Hay, sin duda, movimiento, pero también inestabilidad. De una manera que el sindicato considera desproporcionada. Y más si se atiende a la rentabilidad, que ha mejorado en más de once puntos en lo que se lleva transcurrido del año.

El empleo es la gran asignatura pendiente del sector. Al otro reto, el de la estacionalidad, que no es ajena a la tendencia creciente hacia la masificación, también le queda un amplio recorrido por delante. Una de las armas está en consolidar la nueva conducta turística de los meses de mayo, septiembre y octubre, que ha hecho que se acorte la temporada de cierres. Nuevamente la dificultad estriba sen solventar el periodo comprendido entre noviembre y febrero, el más desapacible para el sector, con numerosos hoteles inoperativos y reducción generalizada de clientes. El desarrollo de la industria complementaria, la del golf, la belleza o la cultura, tiene mucho que decir. Al igual que el acierto en las campañas y la reducción de costes.