El gordo está sentado en una mesa y se seca el sudor. Quizá no está del todo habituado a la humedad de la ciudad. Al fondo, una palmera. A todas luces, se trata de un hombre de virtud clásica que acostumbra a vestir en traje. La camisa amarilla va a juego con el color del sombrero. El protagonista es elegante, pero sin llegar a ser un dandi. El diámetro abdominal ha pasado por etapas en las que habría sido menos, pero ahora presenta una pronunciada curva de felicidad. Aseguran de él que es de nacionalidad alemana. Un tipo siempre bien peinado porque ya no queda mucho que peinar. Alguien de gustos definidos, que sabe cómo combatir la deshidratación. El gordo de Cerveza Victoria, así es como se le conoce, es el protagonista de una escena que se repite en Málaga. La misma que transcurre a lo largo del día mil veces y que es tan sencilla que la termina haciendo fantástica. En el chiringuito o en la barra del bar. Lugares preferidos en los que se reparte la felicidad y se destripa el día en base a las heroicidades cotidianas. Por medio, como la gasolina a los motores, una bebida que algunos elevan a categoría de divinidad espumosa. Los españoles aman la cerveza y la cerveza ama a los españoles. Las cifras confirman una realidad innegable y Málaga bien podría ser lo que se descubre andando por sus calles. Cada 100 pasos, un grifo. A veces, incluso, más. Según los datos de la Asamblea General de Cerveceros para 2017, el sector comercializó 34,4 millones de hectolitros. Esto equivale a 1.380 piscinas olímpicas de cerveza al año. Andalucía, en el reparto nacional, se coloca como la región que más largos hace. Sirvan estos datos como testigos mudos que dan muy bien en las fotos que acompañan. Las mismas que narran un trozo de la historia de Málaga que hoy se vuelve a recuperar.

Si hay algo de lo que no pueden prescindir las ciudades con cierta aspiración, el relato de sus visitas, es tener una marca de cerveza propia. Muchas veces, es de lo que poco que permanece de las vacaciones. Cuando el trabajo ya ha teñido de espesura a la rutina, es normal que se recuerde la estancia en una ciudad por lo bebido. Con la capital en pleno sarao de récord turístico, Málaga también se ve reflejada en Cerveza Victoria. «Te acuerdas la que nos tomamos en...». Una historia que comenzó a escribirse en blanco y negro, y que regresa hoy, un 7 de septiembre de 2017, cuando la marca inaugura su nueva fábrica en la avenida de Velázquez. Una nave de más de 3.000 metros cuadrados, y que es el resultado de una inversión de unos seis millones. «Malagueña y exquisita». Una frase incrustada en el argot popular que vuelve a recuperar su vigencia al regresar a la ciudad de sus orígenes.

Historia de Cerveza Victoria

Un grupo de eucaliptos frente a El Corte Inglés. Es lo que marcó el sitio donde se encontraba la fábrica original de Cerveza Victoria, en la calle Don Íñigo, en El Perchel. Uno de esos árboles lo plantó Pedro Portillo Franquelo siendo un niño. Sin la saga Portillo Franquelo hoy no habría Cerveza Victoria. Para conocer la historia de esta mítica cerveza, hay que remontarse a principios del siglo pasado. Aunque pueda resultar contradictorio, la idea surgió de una fábrica de barriles. Luis Franquelo Carrasco le echó el ojo a una pequeña factoría que tenía su hermano. Después de entrar en declive debido a la caída del vino y los estragos de la filoxera, su dueño decidió cambiar el vino por el sabor amargo de la cerveza. Una apuesta arriesgada si se tiene en cuenta que los paladares malagueños no estaban acostumbrados a ese tipo de asperezas y texturas. Después de varios viajes a Alemania, y ver de primera mano cómo se produce una cerveza basada exclusivamente en el lúpulo, la malta y la cebada, el 8 de septiembre de 1928, echa a andar la fábrica de Cerveza Victoria, coincidiendo con el día de la Patrona de Málaga.

Aquella fábrica ubicada en la calle Don Íñigo tuvo una capacidad de producción anual de 50.000 hectolitros. Como siempre, la historia tiene sus más y sus menos. Luces y sombras. Durante la Guerra Civil, la fábrica pasó por momentos difíciles. En manos de un comité obrero sin ninguna experiencia técnica ni comercial, se produce un primer declive. Uno de los directivos de entonces, Ricardo Franquelo, fue detenido en la propia fábrica y fusilado a continuación. Después de la Guerra Civil se produce el primer relevo generacional en la propiedad. La única hija del fundador, María Franquelo, casada con Pedro Ruiz Montosa, se hace cargo de la fábrica con el apoyo de su marido. La profesión de Ruiz Montosa no podría estar más alejada de la producción industrial de cerveza. A pesar de ello, este pediatra se dedicaría en exclusiva a capitanear una empresa que empezaría a nutrir a todo el país. En El Perchel de entonces conviven obreros, jornaleros y pescadores y la fábrica se convierte en una salida laboral.

Según recuerda Pedro Portillo Franquelo en su libro, bajo el título de Tonelerías y Cervezas Malagueñas, el oficio de cervecero se aprendía como todos los demás de aquella época: «Se entraba de niño o como aprendiz y con lo que ibas viendo y si tenías suerte que te tocara un buen maestro aprendías». Sabe de lo que habla este sobrino de Luis Franquelo porque nació en la calle de Don Iñigo en plena fábrica de Victoria. En su patio creció un gran árbol que aún continúa junto al Corté Inglés. La fórmula alemana iría ganando adeptos y el eslogan de «malagueña y exquisita» se hizo famoso en todo el territorio nacional. Llegó a venderse incluso en Ceuta, Melilla y el norte de Marruecos.

La producción alcanzaba ya los 80.000 hectolitros anuales. Al empezar los sesenta, se inician las primeras expropiaciones para la prolongación de la Alameda y se construye una nueva fábrica cerca del Intelhorce. No empezó bien esta andadura. En 1969, la fábrica sufre una gran inundación que retrasa las obras. Una buena muestra sin embargo del potencial que adquirió la fábrica en los 70 se refleja en su amplia plantilla. En aquella época cuenta con trescientos empleados y la producción asciende a 100.000 hectolitros anuales. A pesar de estos años de bonaza, llega un nuevo declive y en 1981 la familia Franquelo decide desprenderse del negocio. Vende cervezas Victoria al holding Skol y la marca empieza a transitar un periodo en el que va de mano en mano. De Skol pasa a Cruzcampo y, a posteriori, a Guinness. El desfile llevaría a cervezas Victoria a su actual dueño, el grupo Damm. Unos veinte años después, la histórica marca vuelve a la capital.

En los últimos años el gordo ya había vuelto a recuperar su sitio en los bares. Ya era notable que Cerveza Victoria había vuelto a ocupar un lugar importante en las costumbres de consumo de los malagueños. Una vuelta a los hábitos que ahora se consuma con la apertura de una fábrica que contará, de entrada, con 40 trabajadores y que recupera una historia que se inició a manos de la familia Franquelo. Entre tanto, los eucaliptos del patio de aquella tonelería siguen en el mismo sitio que siempre. Un recuerdo de la cerveza malagueña y exquisita que vuelve a su tierra.

La fábrica

La primera piedra se puso el 9 de noviembre

. Menos de un año después, el resultado se traduce en una fábrica diáfana que se divide en cuatro partes. Por una lado está la cervecería, donde tendrá lugar la cocción de la cerveza. Aquí también se ubican los tanques de fermentación y la llamada bodega de guarda, donde la cerveza madura. La zona de envasado está dotada de dos trenes, uno para botellas y otro para barriles. Además, esta zona dispondrá de un equipamiento especial para cargar la cerveza desde la bodega a los camiones refrigerados. Las instalaciones de distribución estarán en la misma nave desde donde se repartirá la cerveza recién elaborada a los bares y demás establecimientos hosteleros de Málaga. Por último, la nueva fábrica contará también con un espacio para visitas, donde los interesados podrán conocer paso a paso el proceso de elaboración de Victoria. Con degustaciones y visitas guiadas. Cerveza recién elaborada y envasada en fábrica. Malagueña y exquisita dice el refranero popular.