Edificios en penumbra. Sombrillas en retirada. Restaurantes sin comensales. Avenidas desiertas. La imagen, a estas alturas del año, con las playas abarrotadas, puede parecer distópica. Más propia de la ciencia-ficción, que de una realidad inminente. Y más en la Costa del Sol, que en los últimos años se ha acostumbrado a prolongar la temporada más allá de los límites de verano y de la frontera convencional de septiembre. Sin embargo, a nadie se le escapa que la amenaza persiste; hasta el punto de que la transformación, el descenso radical de actividad, la despoblación, incluso en este ejercicio tan pródigo, se da como segura.

A pesar de los innumerables éxitos del curso, que va camino de aportar los mejores datos turísticos de la historia, el sector volverá a resentirse a partir de noviembre, que se ha convertido en el nuevo mes bisagra, el que marca la separación, por ahora incurable, entre la temporada alta y la de menor afluencia. La llamada estacionalidad, el punto débil de la provincia, sigue siendo un problema. Y, además, no entiende de milagros. Al menos, a corto plazo. De nada sirve, de momento, el gran estirón de los dos últimos ejercicios del sector ni el tiempo que resta: Málaga, y es cosa ya asumida, sufrirá de nuevo los efectos de las dos velocidades, con un trimestre, el que sirve de transición al año, descaradamente a la baja. Con su habitual y desolada puesta en escena: hoteles cerrados, marcha de trabajadores, desbandada de viajeros.

La patronal hotelera se muestra, en este sentido, realista. Y lejos de dejarse llevar por la euforia en la que parece instalada la industria se decanta por una previsión con apenas unas pocas pinceladas de optimismo: el sector confía en mejorar los resultados del pasado invierno. Y de hecho hay indicios que así lo insinúan. Pero eso no quita que los resultados, de cumplirse el más ambicioso de los pronósticos, continúen muy lejos de lo que se consideraría positivo.

Una de los consecuencias de la estacionalidad que más preocupa es el cierre de establecimientos. Según Luis Callejón Suñé, presidente de Aehcos, la planta hotelera funcionará de nuevo este invierno a medio gas, aunque con un ligero repunte respecto a 2016. A partir del próximo mes de noviembre, la Costa del Sol saldrá al mercado con un 10 por ciento más de negocios disponibles. La mayoría correspondientes a los hoteles que el pasado ejercicio aprovecharon el parón para acometer grandes reformas.

Sin duda, se trata de una buena noticia. Aunque no lo suficientemente rotunda como para mudar el estado de ánimo al sector e inaugurar un cambio de tendencia. El avance, en este punto, no edulcora la realidad, que sigue siendo aplastante. Con más de un tercio de sus camas fuera de juego, la Costa del Sol está lejos de reconocerse como un destino para los doce meses del año. Y más si se tiene en cuenta el efecto en cadena: por cada hotel que cierra, como le gusta decir a Gonzalo Fuentes, de CCOO, también cierra un trozo de ciudad, con toda su implicación económica: hay menos clientes en los bares, en los comercios, en los quioscos, en las gasolineras.

Luis Callejón, a la hora de evaluar las causas, tira por la vía directa. Y asegura que, por mucha literatura que se le eche, lo de los establecimientos sin funcionar sigue respondiendo a una ecuación sencilla: si no llegan clientes, tampoco lo hace el dinero. Y con los costes de producción, todo se traduce en pérdidas.

Además de las tantas veces reivindicadas ayudas y exenciones para los hoteles que permanezcan abiertos, el líder de la patronal cree también que es hora de revisar la promoción e, incluso, la propia autoconciencia del destino, que, como señala, parece haberse olvidado de sus orígenes, de los tiempos en que ejercía fundamentalmente de lugar de vacaciones para el invierno. Para Callejón el pasado es una prueba que certifica que lo de recibir grandes bolsas de turistas durante todo el año no es, ni mucho menos, una utopía. «Aquí venían nórdicos, canadienses, gente que sufre habitualmente inviernos muy duros. Y permanecían hasta seis meses», precisa.

¿Los tiempos modernos? ¿La competencia?¿Nuevas preferencias y caprichos? El presidente de la patronal opina que es cuestión igualmente de modificar el mensaje, de acudir a cada mercado con un reclamo deliberadamente adaptado al código y las preferencias del público. La antítesis, en suma, de lo que considera la promoción al bulto, «la misma para todos» -indica- «en la que sólo cambian los substitutos».

Gonzalo Fuentes, responsable turístico de CCOO, comparte con Callejón la apuesta por el llamado turista de calidad, aunque discrepa profundamente en cuanto a las causas que explican los cierres masivos. El sindicalista arremete contra los empresarios, a los que acusa de tener una visión «cortoplacista». «Se dan todas las condiciones, pero no hay voluntad de abrir. Los hoteles consideran que ya han ganando suficiente en el verano y por eso prescinden de dar servicio. Es una irresponsabilidad», razona.

Fuentes está convencido de que el exceso de costes operativos y la falta de rentabilidad es una justificación que ya no se sostiene. Y pone como ejemplo la trayectoria del curso, en el que se ha avanzado con fuerza en todos los indicadores. Incluido, el de los ingresos por habitación. «No es admisible que con todo el dinero que están ganando, en año de récord, vuelvan a hacer lo mismo», puntualiza.

El cambio más significativo respecto a los inviernos anteriores, más allá del aumento de establecimientos que no tienen previsto cerrar, está en la reducción, cada vez más afianzada, del periodo inoperativo. La mayoría de los establecimientos que opten por no abrir dejarán de funcionar en noviembre y reanudarán la actividad antes de la Semana Santa. Un parón, comparado con el de hace una década, bastante comprimido, de apenas tres meses. Pero que continúa pesando en la cuenta de resultados y en la imagen de la provincia como destino. ¿ Vencerá alguna vez la Costa del Sol a la estacionalidad? La victoria, aunque probable, no parece muy cercana. Y dependerá de la capacidad de explotar los reclamos extra: el golf, la cultura.