Hsce unos cuarenta años se desplazó a nuestra ciudad don Ramón Drake Drake, creo recordar que ocupaba la subdirección general del Impuesto sobre la Renta, del Ministerio de Hacienda.

A mí, el apellido Drake lo relacionaba con el famoso sir Francis Drake, pirata británico que después de atacar, saquear e incendiar ciudades luchó a favor de las fuerzas británicas y la reina Isabel, no la de ahora, sino la de hace cinco siglos, lo colmó de honores. De vulgar corsario pasó nada menos que a Sir, tratamiento honorífico que se concede a los ingleses que han destacado en alguna actividad.

Pero el Drake por partida doble que vino a Málaga no tenía nada que ver, salvo en el apellido, con el filibustero del mil quinientos y pico. Se trasladó a Málaga para informar sobre el Impuesto sobre la Renta, obligada declaración que cada español tenía que realizar para que Hacienda dictaminara qué cantidad tenía cada uno que pagar a Hacienda. Las declaraciones casi siempre eran positivas, vamos, que había qué pagar y en escasísimos casos a devolver.

Los periodistas que estábamos en el ejercicio de la profesión nos acercamos al señor Drake para que explicara los pormenores del impuesto, hoy vigente aunque con cambios que tienden a aburrir al contribuyente que, para salir airoso del trance, ha de recurrir a un asesor.

Total, que tuve ocasión de entrevistar a don Ramón Drake, que respondió a mis preguntas relacionadas, como no podía ser de otra manera, con la obligatoriedad de hacer la declaración de renta y las consecuencias de no cumplir con la frase que se hizo popular entonces: «Hacienda somos todos», a la que se agregó «unos más que otros».

Desgravar

Cuando terminé las preguntas y las respuestas del señor Drake, me atreví a hacerle una pregunta de carácter particular o privado.

Me dijo que sí, que se la hiciera. Más o menos le expuse mi situación: «Señor Drake, yo no tengo dinero para costear la estancia de mi hijo en un colegio mayor, concretamente en Granada porque en Málaga no hay universidad».

Entonces, cuatro padres de otros tantos estudiantes en la misma situación, recurrimos a un sistema menos costoso: alquilar entre los cuatros un modesto pisito en Granada, que nuestros hijos usaron como vivienda, lugar de estudio, y para satisfacer las necesidades gastronómicas, recurrir a comedores universitarios, centros dedicados a este menester o cocinar en la propia vivienda. Resumiendo: que con la cuarta parte de lo que costaba un colegio mayor, nuestros hijos podían estudiar en Granada. «Resulta, y he aquí el objeto de mi pregunta, que si mi hijo estudia en un colegio Mayor, que es bastante caro, el gasto desgrava en la declaración de renta; pero como recurro a un sistema más económico, ¡no desgrava! Se premia al que más tiene y se castiga al que menos bienes o medios posee».

El señor Drake vino a confirmar la extraña realidad: yo no podía desgravar los gastos de mi hijo en Granada porque no estaba en un Colegio Mayor.

Ante tamaña injusticia, el subdirector general me dijo que la decisión dependía del criterio del inspector de Hacienda que revisara mi declaración. Es posible que acepte la desgravación si hace constar los datos, me informó.

En la despedida, le manifesté que así lo haría€, pero que si el inspector no accedía, le escribiría una carta para comunicarle que el inspector de turno no lo había admitido.

No tuve que escribir esa carta ni ese año ni en los sucesivos. Menos mal.

Eso se lo dice al señor Montoro

Por suerte o por desgracia yo no he tenido la necesidad de pisar el edificio de Hacienda salvo en un par de ocasiones.

He oído decir que pese a que tiene pocos años se han observado fallos en la estructura y que tiene los días contados.

Confío que las deficiencias se solventen y si no hay una solución que asegure su estabilidad, en lugar de fiscalizar los ingresos de todos los malagueños, busquen los orígenes de los fallos de la construcción.

Volviendo a las dos visitas que he efectuado al actual sede de Hacienda hay dos historias o historietas que en su día no conté aunque no me faltaron ganas de pedir el libro de reclamaciones -no sé si existe- para expresar mi descontento.

El primer caso estaba, cómo no, relacionado con la declaración de la renta de un año indeterminado. Fui a pedir información sobre un determinado concepto, y el funcionario (o funcionaria), que estaba ligeramente cabreado (cabreada), solventó la consulta con un frase que ponía de manifiesto su malhumor: «Eso se lo pregunta usted al señor Montoro (a la sazón ministro del ramo). A mi me ha rebajado el sueldo sin más ni más».

La segunda historia es más sorprendente aún. Tratando de que me aclarara algo que no entendía, la funcionaria (o funcionario), para quitarse el muerto de encima (yo), me largó algo que me dejó mudo: «Yo no soy más que un chupatintas y no le puedo resolver lo que me pide».

Pero no todo el mundo es así

Leyendo lo anterior, alguien puede pensar que soy un mijita o que los empleados y funcionarios de la Administración son incompetentes e ineducados. En absoluto, a lo largo de muchos años, he encontrado toda clase de facilidades en oficinas municipales, provinciales, delegaciones, Seguridad Social, Tráfico, Policía... no por ser periodista, porque muy pocas veces recurro a mi antigua profesión para acceder a cualquier oficina pública, sino porque el personal de Correos, de los transportes públicos, limpieza, orden€, por lo general es merecedora de reconocimiento. Un caso aislado no puede ser interpretado como normal. Es como con los taxistas de Málaga, a los que recurro con frecuencia porque dejé de conducir no hace mucho. Es gente educada.