«Me quedo con la ilusión de abrir la tienda -en el nuevo establecimiento- y las enseñanzas de mi padre en el mostrador». Las palabras de Alejandro Marfil resumen algunas de sus mejores vivencias entre las paredes de Tejidos Marfil, el negocio familiar que abrió su padre el 2 de mayo de 1967, que hace unos meses cumplió sus 50 años de vida y que ahora se prepara para decir adiós.

Pocos negocios superan el medio siglo en el centro de la ciudad, establecimientos que recuerdan que el comercio local tuvo un lugar más que respetado en las calles del casco histórico. Tejidos Marfil aún forma parte de ese selecto club, un negocio que nació para vender tejidos y que se ha mantenido fiel a sus inicios hasta la actualidad. «Antes los particulares cosían mucho y también venían las modistas para comprar y hacer prendas», recuerda Alejandro Marfil, el hijo de Manuel y la persona que está al mando del negocio desde el año 1999. Tejidos Marfil ha pasado gran parte de su vida en la calle Juan de Padilla, un lugar en el que muchos no auguraban ningún éxito por lo conflictiva que era la zona entonces. Sin embargo, el buen hacer de Manuel, dedicado al sector desde que tenía 12 años, hizo de esta tienda una de las más emblemáticas, junto a su mujer, Antonia. Tener muchas referencias y pocos metros era la clave para que el cliente encontrara todo lo que necesitaba.

A partir de los 20 años, Alejandro comenzó a trabajar en la tienda y poco a poco centró su vida profesional en el negocio que levantó su padre. Una tienda de tejidos que décadas atrás era el lugar de referencia para aquellos que querían vestir diferente, se hacían hasta abrigos o cosían su propia ropa.

Tras varios años en busca del momento clave para cambiar de local, en 2005 abrió la nueva tienda en plena calle Convalecientes. Un local más amplio que marcaba una nueva época para el negocio. «Los años 2005 y 2006 fueron los mejores de toda la historia de Tejidos Marfil», explica Alejandro, una situación que comenzó a decaer en el último trimestre de 2007, cuando la crisis pegó de pleno en las familias.

Mientras tanto, Alejandro presumía de haber vestido con orgullo a personas como Kaiane Aldorino el mismo día que se proclamó como Miss Mundo en el año 2009, o la campaña de publicidad en autobuses que cerró con la malagueña Elisabeth Reyes justo antes de pasar por el concurso de belleza y que coincidió con su premio como Miss España. «Mi padre también vistió a Remedios Cervantes en algunas pasarelas de modelo», recuerda.

Los 13 premios que ha logrado al engalanar su escaparate con motivo de la Feria de Málaga también forman parte de los recuerdos más dulces de una vida dedicada a este negocio. Pero si algo se lleva Alejandro de estos años de dedicación es la amistad que se forja con clientes que pasan esa frontera y fabricantes. «Hay una chica que vino con su madre para comprar las telas de su traje de comunión. Volvió para comprar las de su boda y con los años, regresó para comprar las del vestido de comunión de su hija», recuerda. Al igual que desvela cómo a 72 horas de una boda el modista quemó el vestido y tuvo que llevarle las telas a su propio taller para que cosiera día y noche y tenerlo todo a punto. «La novia nunca se enteró que era un vestido nuevo», desvela entre risas.

«Se han hecho muchas cosas por los clientes. En estos 50 años la hoja de reclamaciones sigue en blanco», explica.

El adiós viene forzado por una situación económica insostenible. Los tiempos han cambiado y el invierno es imposible de soportar. «En 2013 llegó el peor año de nuestra historia y con respecto a esas cifras apenas hemos remontado», detalla. La decisión está tomada desde 2016 y estos últimos meses tiene toda la tienda en liquidación, avisando a aquellos clientes que siempre han estado ahí para que hagan sus últimas compras. «No sé qué día cerraré, pero quizá sean mis primeras vacaciones en Navidad en 30 años», explica Alejandro. Una vida entre telas que ahora tomará un nuevo rumbo.