El mar de su infancia estaba poblado de criaturas y en él se desarrollaban extensas praderas de posidonia. En los fondos marinos de Cerro Gordo, La Herradura o Almuñécar llegó a admirar las gigantescas nacras, unos moluscos con aspecto de mejillones gigantes, en cuyo interior a veces podían encontrarse «pequeñas perlas agrisadas, casi negras», cuenta.

El granadino Antonio Ortega Carrillo de Albornoz, doctorado en Bolonia y catedrático de Derecho Romano de la Universidad de Málaga desde 1981, hasta su jubilación hace tres años, cuenta que bucea -pues sigue buceando- desde que tenía seis años, ya que su abuelo materno era médico de Almuñecar, «y yo estaba deseando irme con él y al mar, con unas simples gafas y aletas que me prestaban unos amigos holandeses».

El amor por el mar de alguien al que, confiesa, en realidad le hubiera gustado ser biólogo marino, se refleja ahora en las aguas de la literatura infantil gracias a La perla de los islotes silbantes, que le ha publicado Ediciones del Genal. Se trata de un libro con las ilustraciones de Luis Terrones, el mismo que ilustró su obra anterior, Los eslabones de la risa, también de Ediciones del Genal. Son libros, cuenta, para todo tipo de lectores, pero a partir de 12 años Y si el primero se lo dedicó a su nieta Carmen, el último, La perla de los islotes silbantes, lo ha escrito para Casilda, su segunda nieta.

En esta obra de fantasía, ambientada en los fondos marinos del litoral granadino que tanto ha explorado, no faltan ecos de su interés por el mundo clásico, por eso los personajes lucen nombres como Cremucio, Crossandra, Vágula o Livinio.

«Los que lo han leído dicen que son nombres muy entretenidos. A la hora de dar nombres de los personajes, pensé en seguida en Pedro, Pablo, Antonio... pero vi que para La perla de los islotes silbantes no pegaban», cuenta.

Los islotes silbantes, un nombre que suena a Salgari y a pura aventura, hacen referencia al ruido de las aguas al entrar y salir por los resquicios de las rocas. En sus páginas se puede encontrar tanto al buceador apasionado como al profesor que ofrece pinceladas de información sobre la vida marina. «La información para mí es importante, me agrada como lector, es un complemento a la trama del libro», explica. La misma técnica seguía en sus clases de Derecho Romano, en las que intercalaba los conceptos jurídicos con anécdotas de la Historia de Roma, para hacer más amena e instructiva la asignatura.

Escribir, de paso, le ha hecho consciente de ese mágico momento de la escritura en el que «te vienen a la mente una serie de circunstancias que creías olvidadas y que en realidad están ahí, almacenadas».

Y como Antonio se emociona hablando de la inteligencia del pulpo, de las nacras o de la riqueza natural del mar, el mensaje que quiere transmitir con su obra es evidente: «Que la gente aprecie el mar».

El buceador de hoy mira al buceador de niño y concluye que, por fortuna, algunas praderas de posidonia se están recuperando, aunque hay demasiada basura en los fondos marinos. Este libro, dedicado a su nieta Casilda, quiere ser una reivindicación, repleta de fantasía, del Medio Ambiente marino.