­La historia de José Carlos responde a las plegarias que todos hacemos cuando al cáncer ya solo le pedimos que se apiade, si no llega el milagro. Tras detectarle un tumor cerebral que activó la cuenta atrás demasiado pronto a quien comenzaba a vivir, ahí está ahora, sano, con una lucha de más de siete años a sus espaldas y una ceguera y sordera casi completa que superó contra todos los pronósticos.

El primer síntoma en dar la cara fue perder la fuerza para usar un taladro mientras cursaba el primer año de Forja y Soldadura de la Escuela taller de Torremolinos. Tenía 19 años, era diciembre de 2009. «No sabía nada de la vida. No pensaba que podría ponerme malo, como si eso fuera opcional», explica tras la experiencia. Los vómitos, la falta de apetito, diagnósticos inciertos y dolores insoportables de cabeza le llevaron a entrar en quirófano en enero de 2010 y comenzar, sin aún saberlo, una lucha que ha durado siete años.

La falta de cordura se apoderó de él en la primera fase de una enfermedad que aún no conocía. Perdió la vista y el oído y es ahora cuando sabe que los médicos aseguraban que no los recuperaría. A día de hoy, tiene visión doble, lo que le hace ir con un ojo tapado, y escucha.

Sin saber qué pasaba, dolorido y dos sentidos anulados, recuerda innumerables anécdotas dentro y fuera del hospital. «Y yo estaba triste cuando me operaron porque tenía una sonda», bromea José Carlos. Y es que su carácter y sus ganas de eterna guasa no han decaído en ningún momento; le define su actitud, envidiable cuando miraba a la muerte de frente.

Tras su operación y unas semanas de recuperación llegaron más de dos años cargados de visitas al hospital; al hotel Carlos Haya, como él mismo llama, donde le dieron ciclos interminables de quimioterapia, radioterapia y radiocirugía. Esto último en Granada.

Primero fueron cuatro ciclos de quimioterapia. Cada uno de ellos con cinco sesiones. El resultado fue un soplo de esperanza: José Carlos estaba estable y no había metástasis. «Mientras esté parado el bichito...Lo bueno era que no volviera a la vida», resume. Fue en aquel momento cuando descubrió lo que tenía. «¿Un tumor? Eso es cáncer, ¿no?...

Me quedé pensando todo el trayecto sobre lo que me estaba pasando pero dije, estoy malo. Me daré el tratamiento y me recuperaré». Llegaron 30 sesiones de radioterapia, pérdida de cabello en la zona de actuación, y un nuevo encuentro con la quimioterapia, esta vez, cuatro ciclos de cuatro días. «En esa época ya podía pensar», añade.

El tumor del tamaño de un grano de arroz seguía a la sombra y volvieron a darle dos ciclos de quimioterapia. Y otros dos. «Ahí fue la única vez que he llorado en toda la enfermedad. Cada ciclo me bajaba mucho», recuerda. Su 1,80 de altura llegó a los 90 kilos por la cortisona, cuando pesaba 69 kilos, antes del cáncer. La operación y la batalla de después deja secuelas en el lado derecho de su cuerpo pero comienza una etapa nueva. «Entré en silla de ruedas en Cudeca para darme rehabilitación y no tenía movilidad», explica. Ahora camina y sus dificultades psicomotrices cada vez son más leves. Las revisiones cada seis meses se convirtieron en puro trámite. El «bichito» duerme, pero antes de este verano, el médico confirma que ha desaparecido. «Volvía a casa en taxi y no sabía que pensar. Me senté en mi cama y empecé a llorar». Una foto guardada en su teléfono de aquel momento inmortaliza las lágrimas de quien ha ganado una dura batalla.

«Cuento esto porque creo que puedo ayudar. Yo entonces nunca supe que tenía un mes de vida me lo han dicho ahora. Bastante tenía», narra. Pero apunta que esto poco tiene que ver con las ganas de vivir: «Quiero dejar claro que lo primero es el tratamiento. Sin los médicos nada hubiera sido posible. Mi forma de ser ha ayudado pero se han quedado muchos en el camino y no les faltaban ganas de vivir. » puntualiza. La familia y los amigos, otros de sus pilares. Su caso; inusual pero no imposible. Un soplo de esperanza.

Intento lo que otros no pudieron conseguir, me enfrento a la vida para poder sobrevivir, acostado en una cama. Pensando en el mañana si estás bien o estás mal, la gente que te aclama.

Ésta es una de las estrofas de Intento, una de las canciones que salieron de las vísceras de José Carlos cuando su cabeza ya carburaba con algo de lucidez en una cama. La música ha sido una vía de escape e incluso tiene un grupo de rap; Calvario Zone, con el que grabó su disco benéfico en el estudio de Big Hozone, un productor nacional. «Desde cero» se puede adquirir en el Centro de cuidados paliativos de la Fundación Cudeca y todo lo recaudado es destinado a la asociación. Ahora acude como voluntario, imparte charlas e incluso aparece en un documental «El escuchar del viento» sobre la asociación.

Viajes, rehabilitación y vivir. José Carlos sigue creciendo, recuperando el tiempo perdido. «Todavía no corro, pero ¿sabes qué? Creo que algún día lo lograré».