La vida de Pepe Ortiz (Málaga, 1939) cambió para siempre por la cuerda de una guitarra que se rompió en el momento preciso. Tenía este afable perchelero 19 años cuando, siendo escayolista, el encargado de una obra le animó a presentarse a un concurso de cantaores noveles en Vélez. Corría el año 58 y como explica Pepe, «a mí me gustaba cantar en el andamio». No en vano, era hijo de Pepe, a quien apodaban el Canario por lo bien que cantaba, aunque por desgracia falleció con solo 39 años. Su hijo heredó esas cualidades y como recuerda su hermano, Paco Ortiz, alguna vez le emocionó hasta las lágrimas cantando por Antonio Molina.

Así que Pepe, hijo, estaba cantando en el escenario de Vélez cuando al guitarrista, Manolo Heredia, se le rompió una cuerda. Para llenar el vacío, al malagueño se le ocurrió ponerse a contar chistes, porque, como explica, «yo desde los 13 años era el clásico cuentachistes, de las bodas, de los bautizos... lo que antes eran los corralones y los patios». Solo ante el peligro, Pepe sorprendió tanto a la audiencia, que cuando regresó el guitarrista, el público le pidió que no cantara y que siguiera con los chistes. Ese mismo día, un representante artístico, Pulpón, de Sevilla, que estaba presente, le contrató como humorista.

«Me preguntó que cuánto ganaba, le dije que 22 duros a la semana y me dijo que él me daría 25 duros al día. Se me vino el mundo abajo», confiesa.

Había nacido un humorista todoterreno, que se haría famoso por su capacidad para cambiar la voz, para transformarse en los más variados personajes y también, por un amplísimo catálogo de gestos que iba a arrancar las carcajadas de públicos de toda España.

El 90 por ciento de sus chistes, por cierto, serían de fabricación propia. Como cuenta, «veía una cosa que me hiciera gracia, le daba la vuelta y sacaba el chiste; estaba sentado en un escalón con un amigo, veía un perro y le sacaba un chiste al perro».

En su primera gira artística compartió cartel durante siete meses con Adelfa Soto, la Niña de la Puebla, Canalejas de Puerto Real, el Gran Peluso y Rosa López. «Mi madre estaba encantada pero voy a ser franco, tenía que haberle dado más dinero, yo era muy gastoso y generoso, invitaba a cualquiera, siempre he sido generoso y siempre lo seré», sonríe.

Pepe, que solía recorrer España dos veces al año con sus giras, fue haciéndose un nombre, al tiempo que compartía cartel con artistas como Juanito Valderrama, Manolo Escobar, Paco Gandía, Chiquetete, Arévalo, Manolo de Vega, Manolo Royo, Esteso y Pajares...

La mili, por cierto, truncó durante 16 meses su progresión artística, pero no del todo, pues mientras hacía la mili en Canarias, consiguió que le dieran permiso para actuar en un festival internacional de humor en Las Palmas: «Gané el segundo premio, el primero fue para Tip y Coll», recuerda.

Su entrada en el mundo del espectáculo coincidió con el auge de las salas de fiestas y en ellas «se daban tortazos por tener un cómico, porque no podía faltar la comicidad».

Esas actuaciones le llevaron, por ejemplo, al País Vasco o a Cataluña. De esta última región explica que, al comienzo, el público no entendía sus juegos de palabras por la pronunciación andaluza. «El público no lo pillaba, así que me adapté a ellos». El éxito de esta adaptación salta a la vista: A la sala de fiestas New York de Barcelona fue a trabajar para 15 días «y me tiré 16 meses, día a día».

Sus actuaciones, por cierto, le valieron el premio al mejor humorista de las noches de Barcelona. Todavía conserva el premio: una reproducción de la fuente de Canaletas.

Lo curioso es que, en algunas de estas actuaciones por España, le acompañaba Plácida Galacho, su mujer, con la que contrajo matrimonio en 1964. Y no solo le acompañaba: intervenía en algunos de sus números. «La sacaba al escenario, como si fuera una espectadora del público, bailábamos un tango de broma, yo daba un salto en el aire y ella me cogía. Entonces yo estaba más delgado», sonríe.

Pepe Ortiz era capaz de estar dos horas seguidas en el escenario haciendo reír al público y por eso no le faltó nunca trabajo. Comenzaba cantando y cambiaba a los chistes. Para su hijo Francis, ahí estaba la clave de su éxito: «Cuando cantaba, cantaba muy bien y de buenas a primeras, cambiaba al humor; para la gente era un choque, le descolocaba y prestaba atención».

De cualquier modo, actuara en el rincón de España que actuara, en todos sus años de profesional no faltó nunca a la Feria de Málaga. «He tenido siempre tan presente a Málaga que nunca me ha podido faltar la feria», subraya. Y por supuesto, conoció muchas de las salas de fiesta de la Costa del Sol, como Borsalino o Caprice, en Torremolinos, donde solía actuar en Nochevieja. Como cuenta su hermano Paco, en una ocasión toda la familia acudió a verlo actuar. El espectáculo comenzaba a la una de la mañana, así que, camino de la sala, a punto de dar las campanadas, «faltaba un cuarto de hora para llegar, mi hermano Antonio paró a un lado el coche, abrió el capó, sacó la botella de champán y estuvimos tomándola».

El humorista malagueño no se olvidará de esa propuesta de actuar en Cádiz, que su representante de Espectáculos Madrid ofreció a varios de sus compañeros cómicos. Ninguno aceptó el reto de actuar en la ciudad del ingenio y el carnaval... salvo Pepe, que recogió el guante y sus dos días de actuación se transformaron en 15.

El artista del Perchel subraya que las relaciones con sus compañeros siempre fueron excelentes y nunca hubo entre ellos envidias ni problemas. «Con Manolo Escobar me metía en el camerino a jugar a las cartas mientras la mujer iba al bingo y así pasábamos el rato», recuerda.

En una temporada, compartiendo hotel con Andrés Pajares y Fernando Esteso, como la pareja actuaba en una sala de fiestas y acababa antes que Pepe Ortiz, que actuaba en otra, luego se pasaba a ver al malagueño. «Y yo, en el último número, sacaba un salchichón de broma y luego nos lo comíamos los tres en el camerino», ríe.

La llamada de Íñigo

En 1982, la televisión entró en su vida. José María Íñigo le contrató para uno de sus famosos programas de actuaciones y entrevistas.

Iba a estrenarse un domingo, pero Íñigo le llamó para pedirle un favor: «Me comentó que venía Joan Baez de América y que si le podía dejar el sitio, que yo entraría la semana siguiente. Le quitaron el programa a Íñigo y Arévalo me regañó por lo que había hecho».

La generosidad, una vez más, de Pepe Ortiz, hizo que no pudiera actuar en televisión, pero sí lo hizo en el Un, dos, tres, en un programa privado especial para una empresa de Cádiz. Miliki le vio y le contrató para la película Yo quiero ser torero, con el Dúo Sacapuntas, rodada en 1989. Con el declive de las salas de fiesta, el artista dejó el mundo del humor casi del todo para montar una frutería en Las Delicias en los 90.

Todavía hay admiradores que le paran por la calle y Pepe, la simpatía y la cortesía en persona, les atiende siempre con una sonrisa.