Me he resistido desde que inicié esta colaboración semanal bajo el enunciado Memorias de Málaga a contar una historia con ribetes esperpénticos que revelan la falta de responsabilidad y ética que uno cree que preside la vida y obra de personas formadas y serias. Pero el día a día nos descubre sucesos que uno no podría imaginar.

Hace más de cincuenta años

-no quiero precisar exactamente el año para no dar pistas- en la sede nacional de una entidad cuyo nombre oculto y que espero que nadie averigüe por el tiempo trascurrido y la desaparición por fallecimiento de todos los implicados -creo que ninguno sobrevive- se detectó una anomalía en el servicio médico-farmacéutico de la entidad, asociación, grupo…

Desde la más alta instancia se designó a un miembro para que se trasladara a Málaga e investigara el caso. Todo partía de la compra de medicamentos para atender a los afiliados o empleados de la empresa o entidad pública. Los encargados del funcionamiento y financiación de este servicio estimaron que algo no iba bien.

El inspector encargado de analizar la situación se puso en contacto con el delegado o responsable del servicio en Málaga, que fue el primero en advertir las anomalías. Repito: creo que ninguna de aquellas personas vive, pero ¡hay tantos ciudadanos nonagenarios y centenarios que cualquier sabe si yerro en mi suposición!

Compra de medicamentos

La sospecha que suscitó la inspección estaba relacionada con la adquisición de medicamentos para atender al personal o empleados; llamó la atención al delegado que se compraban muchos productos a una misma empresa o laboratorio, y en una ocasión advirtió que en el material médico-sanitario que se conservaba en el local destinado a ello, destacaban muchos medicamentos de un laboratorio poco conocido. Ante el stock de productos de este laboratorio y las compras sucesivas de nuevos específicos sin salida, denunció la anomalía, y vino a Málaga el inspector elegido para su esclarecimiento.

El trabajo, con la máxima discreción, lo llevaron a cabo el delegado denunciante y el inspector nombrado al efecto.

Y ahora, agárrense, que hay curvas.

Resulta que entre el médico que ejercía como tal en la entidad citada y un químico que montó más que un laboratorio un chiringuito establecieron el siguiente acuerdo: parte de los medicamentos a recetar a los enfermos se elaborarían en el laboratorio-chiringuito del químico.

¿Por qué se acumulaban medicamentos en el almacén y no se recetaban? Pues porque eran, digamos, de efecto placebo, o sea, que no servían para nada, ni para bien ni para mal. Pero por precaución no se recetaban aunque se seguían comprando.

Descubierto el fraude, se desmontó el tinglado.

Pasado algún tiempo se planteó la destrucción de los falsos medicamentos almacenados. En aquella época, me parece, no existían, como ahora, normas que regularan y vigilaran la elaboración de medicamentos, fecha de caducidad de los mismos, destrucción de los pasados de fecha…

Ahora está el llamado punto SIGRE existente en cada farmacia para deshacerse de envases y medicamentos caducados. Las mismas personas que me informaron del esperpéntico episodio me confesaron que se fletó una embarcación en la que se depositaron las medicinas y se arrojaron al mar a varias millas de nuestra costa. Lo que nadie sabe es si los peces se las comieron, se disolvieron o las mareas se las llevaron a desconocidos destinos.Otros esperpentos

En otros estamentos de la sociedad en la que vivimos y nos desenvolvemos se producen casos que me atrevo a definir como esperpénticos.

Quienes podrían relatar dos casos relacionados con el fútbol malagueño, Juan Cortés y su hermano Francisco -Juancor y Pacurrón eran los seudónimos utilizaban en sus informaciones deportivas- han fallecido y con su desaparición no han pasado a la posteridad o se han olvidado. No quiero entrar en detalles pero son conocidos por los aficionados de la época.

El C.D. Málaga, que así se denominaba el hoy Málaga F.C., fichó un delantero ¡que era cojo! No un cojo de los que usan bastón o muleta, pero sí que padecía un defecto en una de las dos piernas. Creo que no llegó nunca a jugar un partido como titular. Estuvo solo una temporada en el club.

El segundo caso fue, digamos, humanitario: el club fichó a un delantero centro procedente de un equipo de la provincia que padecía cáncer. Murió antes de enfundarse la camiseta.

Dos casos de herejía

En Málaga se dio un caso de herejía el siglo pasado. Tuvo gran repercusión, quizá se exageraran algunos términos, el sacerdote implicado fue conducido a Roma, en el Vaticano se aplicó una raspado de manos, rito, creo, que simbólico porque los tiempos han cambiado y ya no se practican castigos físicos y, el caso, se cerró. Como de hecho sucedió en Málaga, el Obispado tuvo la necesidad u obligación de publicar en su boletín informativo la ocurrido. Alfonso Canales, que a la sazón ocupaba un cargo en el Obispado, me contó que para evitar su difusión y se produjeran reacciones más o menos condenatorias, el asunto se resolvió de forma un tanto sibilina: el texto se redactó y publicó en latín.

Cuando se investigó el caso, los analistas e historiadores al bucear en los anales, encontraron algo sorprendente. El último caso de herejía del que se tenían noticias se produjo dos o tres siglos antes…, precisamente en Málaga.