«En la casa donde hay un cáncer se quiebran las blancas paredes en el delirio de la astronomía. Y por los establos más pequeños y en las cruces de los bosques brilla por muchos años el fulgor de la quemadura». Ochenta y ocho años después del poema de Federico García Lorca, el cáncer continúa enunciándose por las calles en el mismo tono devastador y abrasivo. Millones de personas mueren anualmente en todo el mundo. Derribados por sus distintas variantes. Incluida, la de mama, históricamente a la altura siniestra del peor de los feminicidios. La doctora Marta Ribeiro, con dos décadas de experiencia, es, sin embargo, optimista. Y se apoya en las mejoras en el tratamiento para transmitir un mensaje de aliento. Los datos le dan la razón. Y más en una semana clave, la del día dedicado a la enfermedad, que ha culminado con un anuncio importante en el Hospital Carlos Haya: el hecho de que la micropigmentación, última fase de la reconstrucción mamaria, será a partir de ahora asumida por la sanidad pública.

A pesar de los avances de la última década, el cáncer de mama sigue muy presente en la sociedad. ¿Cuál es su grado de prevalencia?

La estadística general apunta en la actualidad a una de cada ocho mujeres, lo cual quiere decir que se presentan muchos casos nuevos al año. Por fortuna, el 80% de los pacientes sobrevive. Y eso se debe, en gran medida, al diagnóstico precoz, a la detección a tiempo, que es fundamental, pero también a otros factores como los avances en el tratamiento e, incluso, en el abordaje. Ahora, en muchos hospitales como el nuestro, todo se tiende a realizar con equipos multidisciplinares y profesionales especializados. Y se nota en los resultados.

En oncología siempre se insiste en la gran diversidad que existe entre las distintas combinaciones del cáncer. No hay, en la práctica, dos perfiles idénticos. ¿Son tan grandes las diferencias con esta enfermedad?

En el cáncer de mama se dan muchos subtipos. Y, gracias a la evolución, contamos con una variedad también amplia de alternativas para adaptar el tratamiento a cada persona, a cada perfil genético. De ahí, y en eso hago hincapié, la importancia de contar con un equipo en el que cada uno de los distintos profesionales, desde el cirujano plástico al oncólogo, se dedica exclusivamente a la mama y todo lo que hace esté relacionado con la mama. Aumenta las posibilidades de acertar.

Los medios y los tratamientos han cambiado enormemente. ¿Lo ha hecho también la percepción social? ¿Las implicaciones son menos dramáticas?

Lógicamente no se puede generalizar, ni mucho menos frivolizar, pero es evidente que al cambiar el pronóstico también ha ido modificándose la manera de ver la enfermedad. Y no hablamos únicamente del pronóstico, sino de lo que comporta asumir el tratamiento, porque antes no es sólo que el diagnóstico fuera sinónimo de muerte; también estaba el hecho de que la cirugía era más mutilante, con lo que eso significa normalmente para una paciente en términos de impacto físico, de autoconciencia de su feminidad y de su sexualidad. Precisamente, ésa es nuestra principal misión desde el ámbito de la cirugía: que la paciente, además de salvarse, se parezca lo máximo posible a como estaba anteriormente, que es, en definitiva, lo que la mayoría quiere.

Siempre se ha hablado del enemigo silencioso, invisible. ¿Funcionan los síntomas con el cáncer de mama? ¿Sirven para dar la alerta?

Depende. Está el cáncer sintomático, que se presenta con efectos palpables, ya sea una deformidad o una secreción, y el asintomático, que es el que intentamos localizar con las campañas de prevención. En estos casos no hay ningún aviso, ningún bulto. El diagnóstico precoz es fundamental, porque son tumores todavía muy pequeños, prácticamente inexplorables y que, descubiertos a tiempo, presentan una evolución mucho más favorable.

¿El factor genético sigue siendo capital?

La composición individual desempeña un papel muy relevante, pero los casos de cáncer con un origen justificadamente genético son todavía minoritarios. Apenas suman el 20%, incluyendo en esa cantidad a los pacientes con un elevado número de familiares en los que se logra descubrir la mutación causante de la enfermedad y a los que el test genético no revela ningún patrón; más allá, claro, de la existencia de muchos antecedentes dentro del mismo hogar.

Muchos especialistas relacionan la enfermedad con hábitos nocivos como el sedentarismo o la mala alimentación.

Sin duda, son factores relacionados, pero no se pueden aislar y pensar en algún tipo de causa directa. O, al menos, no más que con respecto a otra enfermedad. Lo que quiero decir es que, aunque tener una vida sana ayuda, no se ha podido inferir un nivel de determinación como el que parece existir entre el cáncer de pulmón y el tabaco. El factor más importante es la exposición a los estrógenos porque estamos hablando de una enfermedad muy ligada a las hormonas. Eso hace que sea muy importante conocer los años de menstruación. Y también si concurren variables que aumentan el nivel de estrógenos como la obesidad o el abuso de ciertos fármacos. En general la causa casi siempre es multifactorial.

Las patologías vinculadas a la mama afectan tanto a mujeres jóvenes como maduras. ¿Varía mucho la manera de encarar el tratamiento? Me refiero, sobre todo, a nivel psicológico.

Las mujeres jóvenes, entendiendo por éstas, a las que están entre los 35 y los 40 años, lo perciben como un corte brusco en sus vidas, ya que están en una edad en que el planteamiento familiar, el tener hijos o pensar en tenerlos, está muy presente. En cualquier caso, depende mucho de si ha habido o no precedentes en la familia y en cómo se ha resuelto la enfermedad en cada uno de ellos, porque no es lo mismo cuando sabes que tus familiares han muerto que cuanto los has visto sobrevivir. Dicho esto, no se puede hablar de una pauta de conducta común; he visto mujeres de 80 años con pánico a perder las mamas, porque era algo que asociaban a la muerte, y a jóvenes que lo veían como algo secundario, que sólo pensaban en curarse.

La mastectomía, la pérdida de parte del pecho, continúa viéndose como algo inevitablemente traumático. ¿Habría que insistir más en el aspecto cultural, simbólico? ¿Reivindicar, como hacen muchas pacientes, otras formas de sentirse mujer?

Esa reivindicación siempre ha existido. Hace veinte años ya teníamos en la consulta un cartel con una foto de una modelo mastectomizada. Aunque, independientemente de eso, es nuestra obligación ofrecer todas las posibilidades disponibles, porque, al fin y al cabo, cuando hay una cirugía agresiva, eso queda, y siempre recuerda a la enfermedad. En eso también se ha avanzado muchísimo: casi el 70% de los casos se resuelven con operaciones conservadoras, que son las que no implican la pérdida de mama. Y en otras muchas ocasiones se puede hacer la reconstrucción inmediata, en la misma operación.

¿En qué medida ha progresado la cirugía? ¿El proceso está ya íntegramente amparado por la sanidad pública?

Precisamente esta semana el Hospital Materno ha anunciado que incorpora a sus servicios la micropigmentación, que es la intervención que completa la reconstrucción de la zona de la aureola y del pezón. Con eso se culminan todas las fases, desde la reconstrucción propiamente dicha a la nivelación. Además, este último servicio sirve como indicador de satisfacción, porque la paciente que lo demanda es porque normalmente está satisfecha con el tratamiento y con todo el proceso anterior.

La tecnología y la asistencia evolucionan a un ritmo muy alto. ¿Qué se puede esperar de las próximas décadas? ¿Se conseguirá frenar el impacto de la enfermedad?

Es difícil precisarlo, pero ya hace diez años intuíamos como posibles una serie de mejoras que el tiempo y la investigación se han encargado de hacerlas realidad. En este sentido, es más que probable que dentro de una o dos décadas la mayoría de los casos puedan ser abordados sin necesidad de recurrir a la cirugía, que únicamente los casos más graves sean los que demanden una intervención.

El cáncer de mama, aunque en mucha menor medida, también ataca a los hombres. ¿Resulta en estos casos más difícil de asimilar?

La incidencia es mucho más baja. Representan apenas un 1,5% del total, lo que hace que inevitablemente se sientan como bichos raros. Generalmente lo encajan bien, puesto que, en los hombres, en caso de producirse, la mutilación carece de cualquier tipo de asociación adicional y es menos agresiva en cuanto a los cambios físicos. El pronóstico, en teoría, es similar, lo que ocurre es que muchas veces se detecta de manera más tardía; es lo que ocurre con los grupos menos sospechosos, que cuando se diagnostica el tumor suele estar bastante más avanzado.

¿Cómo incide la patología a la hora de ser madre? ¿Interfiere todavía con la fertilidad?

Actualmente, a diferencia del pasado, existe la posibilidad de preservar la fertilidad, que era algo que antes ni se planteaba. Está demostrado que al tiempo de los tratamientos una paciente puede plantearse sin riesgos la opción de tener hijos.

¿En qué aspectos cambian las personas que han pasado y superado estas experiencias?

Yo las veo más fuertes.