«Yo conocía la Academia de nombre, pero no se me había pasado por la cabeza entrar», confiesa el músico, profesor y compositor Manuel del Campo. A sus 87 años, hoy, 27 de octubre de 2017, hace justo medio siglo que ingresó como académico de número en la institución malagueña que terminaría por presidir y que le nombraría presidente de honor: la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

Ingresó, por cierto, no por iniciativa propia, sino por el interés de un grupo de académicos de que, a sus solo 37 años, fuera miembro de San Telmo. «Me llamó el pintor Luis Bono, que entonces era el secretario», recuerda. Como curiosidad, entró a la segunda: en junio de 1967 se impuso la candidatura del profesor e investigador Manuel Laza y en octubre «hubo una baja, me volvieron a llamar» y esta vez su candidatura se impuso a la del escritor y librero Juan Cepas. Estuvo avalada, como mandaba el reglamento, por tres académicos: el arquitecto Enrique Atencia, el pintor Antonio Cañete y el exalcalde Pedro Luis Alonso.

«Al principio, como es lógico, estaba muy calladito», sonríe. De esos inicios recuerda que sólo había una académica, la recordada directora de teatro Ángeles Rubio-Argüelles, aunque también él era en cierta manera una excepción: «He sido el segundo músico que ha habido en la Academia».

Hace medio siglo, por cierto, la institución era muy distinta de la actual: «Era menos conocida, no tenía tanta proyección en la ciudad y poco a poco empezó a abrirse», cuenta.

Su implicación con San Telmo fue a más y en 1976 fue nombrado secretario de la institución, un puesto, recalca, muy laborioso y en el que permaneció 30 años, primero con Baltasar Peña de presidente y luego con Alfonso Canales, por eso señala que «una secretaría es más trabajo y más complicado que la presidencia».

Sabe de lo que habla porque en 2006 fue nombrado presidente y tras ser reelegido dejó el cargo en 2015 por la enfermedad de Carolina, su mujer, fallecida el pasado mes de julio. Durante su mandato, la Academia incorporó las nuevas tecnologías, estrenó página web y recuperó con la Academia Malagueña de Ciencias y el patrocinio de Cajamar los Premios Málaga de Investigación. Además la institución se implicó, mediante informes, en numerosos asuntos cruciales de la ciudad como las obras del metro, la reforma del Parque o el puerto.

Tras dejar la presidencia, este afable malagueño, con una memoria prodigiosa y un sinfín de distinciones y reconocimientos, fue nombrado presidente de honor.

Una espina tiene clavada, como la mayoría de los académicos: desde 1997, cuando tuvo que abandonar el Palacio de Buenavista, San Telmo ha estado sin sede. «Lo peor es una presidencia itinerante», confiesa, al tiempo que recuerda que las reuniones y actos de San Telmo se han tenido que celebrar estos años en la Subdelegación del Gobierno, el Salón de los Espejos o la Cofradía del Sepulcro, a la que está muy agradecido.

La Real Academia de Bellas Artes de San Telmo aguarda con ilusión, y Manuel del Campo el primero, poder contar pronto con una zona propia en el Museo de Málaga, fundado por la propia academia. Sería el colofón a medio siglo de entrega del académico que llenó de música la veterana institución.