"Es como mirar a través de las alas de una mariposa". La frase la pronunció Jimi Hendrix en el famoso estudio del artista en Lower East Side, justo después de que Ira Cohen le mostrara la foto que le había tomado poco antes. Quizá sea la imagen más famoso de la serie, y, aunque mantiene mucha afinidad formal con el resto, los mismos rituales de brumas, de ilusiones ojerosas, de juegos de superficies, parece haber sido elaborada con una conciencia absoluta del mundo y del destino del autor y del representado; es como si ambos fueran íntimos amigos, como si hubieran vaciado su alma en una misma copa de cristal para observar el resultado desde el fondo. Algo que, al fin y al cabo, era muy de la época, del pacifismo y el ensimismamiento alucinado de los sesenta, de la necesidad de experimentación, de ruptura de los límites.

Hendrix y Cohen, sin embargo, apenas se conocían. Habían intercambiado unas cuantas palabras, algunas indicaciones difusas. Era 1969. Y, acaso, todo, especialmente en Nueva York, pertenecía a la mariposa. En todas partes se advertía su tacto ligero y un tanto viscoso, decididamente multicolor. Incluso, en la oficialmente gris España franquista. Ocho antes de su encuentro con el músico, Ira Cohen había estado en Torremolinos. Diluido en el desfile perpetuo hacia los bares. Anónimo hasta cuando se rodeaba de amigos tan famosos como Paul Bowles o el poeta Harold Norse.

De Ira Cohen, al menos, en Málaga, no llegaba nada que aludiera a simple vista a lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos. Ni rastro de la mariposa. Sus pelos, su barba, seguramente llamarían la atención de la policía. Aunque no tanto como en las ciudades donde no se estilaba la bula de Fraga ni la permisividad del turismo. Cohen ejercía de hippy, aunque sin la aureola de distinción que le daba en su país la pertenencia a los círculos artísticos. En cualquier caso, el poeta neoyorkino todavía no era una celebridad en ningún sitio; quedaban todavía sus fotografías, sus documentales, sus poemas editados en papel de arroz, sus portadas de discos. Un mundo en cuya gestación formaría parte capital la provincia de Málaga. Y no sólo por la parte festiva y de paraíso exótico que engatusaba a sus contemporáneos, sino porque la Costa del Sol se convertiría a la postre en el punto de partida de un viaje destinado a modificar todos sus planteamientos sobre el hombre y la concepción de la cultura.

En 1961 Ira Cohen se había embarcado en un carguero yugoslavo. Pretendía conocer África, pasar un tiempo en la sugerente Tánger, entonces convertida en un lugar de moda. Viajaba en el mismo barco que apenas un año antes había contado con otro pasajero de excepción: el escritor beatnick Jack Kerouac. Antes de llegar a Marruecos el artista quiso hacer una parada en Málaga. Y permaneció más de lo previsto; empapándose de lo que era la vida en España de mano de estudiantes de francés que estaban ávidos de descubrir a un auténtico outsider, charlando con compatriotas. Y, sobre todo, en compañía de sus amigos, con los que se reencontraría pocos después en otras aguas. De su estancia en Málaga, que ejerció asimismo de voluntarioso estímulo para otros artistas neoyorkinos, Cohen daría el salto al otro lado del Estrecho, donde le esperarían algunos de los grandes hitos de su biografía: el piso compartido con William Burroughs y Paul Bowles, la revista Gnaoua, dedicada al exorcismo y a la literatura, las imágenes que más tarde le servirían para uno de los documentales firmados con Bowles y con Angus MacLise, batería de The Velvet Underground. Más tarde, en los setenta, llegarían la India y Katmandú, y su regreso triunfal a Nueva York, donde se ganaría la admiración y la condición de eterno explorador y vanguardista.

Cineasta, editor, músico ocasional, poeta, fotógrafo, Ira Cohen era una figura verdaderamente de contornos insolubles. Muy intelectual para la gratuidad y la pirotecnia, demasiado creativo y a ratos lisérgico para la ciencia. Siempre con una imaginación que desbordaba en su libertad a los profetas de la imaginación libre, aun compartiendo estética y contexto. Una de las últimas veces que se le vio en Andalucía fue presentando una de sus películas sobre Paul Bowles. Relegado en Europa en un papel muy de segunda línea. Ira Cohen creció en el Harlem, hijo de una pareja de sordos, rodeado de amigos también sordos cuya belleza comparaba al arrullo de las palomas. Después se hizo patrón de una sociedad que quería conservar «el significado oculto del significado oculto». Decía que escribir era en general como tratar de mover un cacahuete con una nariz. Un poeta multidisciplinar, probablemente el más raro, de los que han vivido en Torremolinos, considerado actualmente como documentalista de culto, con una obra en plena reivindicación. Sus conversaciones con Paul Bowles sobre marineros y derviches dando la vuelta a Málaga, donde ambos vivieron y se sintieron vivos.