­Fue un concepto ladino, lo suficientemente engrasado en las cosas del oportunismo político, que tenía, según la temporada, mucho menos de verdad que de estrategia voluble. Sonaba directamente a Star Wars, que es algo, en el fondo, muy Georges W. Bush. Y que por su simpleza mediática, se empezó a extender como la pólvora. A una serie de países, no entregados precisamente a aficiones santurronas, se les insertó en lo que Estados Unidos denominaba Eje del Mal. Ahí estaba Corea del Norte, a ratos Venezuela, también Irán.

Casi veinte años después de que fuera acuñado aquel desafortunado término, las relaciones diplomáticas e, incluso, la acción exterior, cada vez más erizada, no han cambiado mucho. Donald Trump se ha limitado a trocar de vez en cuando una carta por otra, pero las intenciones, y también la retórica, sigue siendo las mismas, desoyendo en ocasiones a la propia comunidad internacional, que recientemente ha absuelto, por ejemplo, a Irán. Al menos, en el capítulo de las sanciones.

Sin embargo, en todo este aquelarre, comienza a abrirse paso una importante paradoja. Mientras Estados Unidos y otros países persisten en el recelo, la economía espera a los hijos con capacidad de inversión del Eje con los brazos abiertos. Hasta el punto que conferirles la condición de actores apetitosos en mercados tan necesitados de atención como el inmobiliario. Especialmente, por su necesidad de escapar del ajedrez convulso de sus lugares de origen, de colocar sus fortunas en zonas seguras, ampradas por leyes sólidas.

Lo que está pasando a pequeña escala con las empresas en Cataluña tiene su correlato máximo en el comportamiento de los compradores iraníes o venezolanos. Se empieza a percibir un exilio económico del que puntos como la provincia de Málaga podrían salir muy beneficiados. Sobre todo, desde la consolidación de la Golden Visa, que, aprobada en 2013, otorga la ciudadanía española, y, por tanto, también comunitaria, a cualquier persona que adquiera una vivienda tasada por encima de los 500.000 euros.

Según explica Ricardo Bocanegra, presidente de la Federación de Asociaciones de Extranjeros de la Costa del Sol, España ejerce para este tipo de inversores un contexto especialmente jugoso. Y no sólo por las virtudes de su clima y su larga experiencia en turismo residencial. Al hecho de facilitar la adquisición de una propiedad de protección no reversible se añade el caramelo del permiso de residencia, que es bastante valorado por este tipo de compradores, a los que se unen también los procedentes de países árabes y los rusos. Bocanegra cree que ha llegado el momento de ser comercialmente agresivo e ir a por esta inesperada clientela, que tampoco está declinando la posibilidad de instalarse en zonas como Londres o la costa portuguesa.

De momento, el mapa de la inversión es desigual en el conjunto de España: los iraníes están mostrando un interés prioritario por el litoral malagueño; las fortunas venezolanas se decantan por ahora por las áreas residenciales de Madrid y de Barcelona. A todos ellos se añade Turquía, que, según Bocanegra, se está revelando en un mercado en pleno movimiento, repleto de compradores potenciales.

Las familias más prósperas del llamado Eje del Mal, con la excepción de Corea del Norte, de control mucho más férreo, desconfían de sus propias administraciones y buscan salidas que les garanticen la preservación de su capital, a menudo evaporado por la inestabilidad, las decisiones políticas y sus efectos en cadena. En un modelo residencial tan dependiente de la aportación extranjera como el de la Costa del Sol, la conquista de nuevos inversores representa siempre una oportunidad. Y más cuando ya han empezado a manifestar su curiosidad por puntos como Manilva, Estepona o Marbella. Siempre, además, con un tipo de predilección especialmente favorable para los intereses del destino: la que mira directamente a las casas más caras. El reto, señala Ricardo Bocanegra, es ahora saber estar a la altura, tanto a nivel de promoción como de facilidad a la hora de superar los trámites de los intermediarios. Un extremo, indica, que no siempre se produce. A veces, como en el caso de los iraníes, de manera injustificada, basada en prejuicios que ya no tienen respaldo entre los organismos internacionales. «Algunos bancos están poniendo objeciones y es un gran error», afirma. La clientela del ladrillo se ensancha.