Cuando la vida apenas acababa de arrancar, Ismael, con solo 21 años, sufrió un accidente de moto que le dejó en silla de ruedas. Una situación en la que aún hoy, cuatro años después, lucha por acostumbrarse pero desde la cual ha encontrado el reto que le motiva a seguir: ser el primer español en lanzarse en paracaídas solo, sin instructor.

La adrenalina, la sensación que le reporta la práctica de deportes de riesgo es una de las cosas más liberadoras para este joven de 25 años. Hace dos años probó el parapente adaptado en el Valle de Abdalajís pero quiso ir un paso más allá. El verano pasado fue hasta Madrid para poder lanzarse en paracaídas. «Ha sido una de las mejores experiencias de mi vida», explica y la experiencia no queda ahí. En el mundo, algunas personas en silla de ruedas han logrado hacerlo solos y el quiere ser el siguiente. Un curso en Madrid, la instrucción necesaria y a volar por el cielo acompañado de su silla, con la que tendrá que aprender a bajar. «Yo no puedo tirarme sin la silla solo. Me rasparía entero», puntualiza. En cuanto se cure de una herida que le ha provocado un bitutor al caerse -estructura ortopédica con la que hace la rehabilitación-­, se pondrá con ello.

Sin embargo, detrás de esa motivación hay años difíciles. Sesiones de psicólogos y psiquiatras para abordar que la vida se truncó en un segundo. El tiempo justo para saltarse un semáforo en rojo el padre de Ismael y volar ambos 15 metros hasta topar con el suelo. El resultado fue tres vértebras rotas por estallamiento que dañaron la médula, seis costillas rotas y un traumatismo que soportaron el cuerpo de Ismael.

El siguiente recuerdo es en el hospital. Un mes en Sevilla para estabilizarse, 30 días de dolor y morfina que dieron paso a casi medio año en el hospital especializado de Bormujos para comenzar con la rehabilitación y aprender a hacerse con la vida a dos ruedas. «Me di cuenta de lo que pasaba en cuanto abrí los ojos y me vine abajo. No quería comer, no quería ver a nadie...Vi que todo se iba al garate», recuerda Ismael, quien comenzó a trabajar los fines de semana a los 12 años y desde los 18 se ha dedicado por completo a la hostelería como cocinero y camarero.

A nivel profesional, siempre supo que quería tener su propio bar. Una idea que desechó tras el accidente pero de la que aún queda alguna espina clavada. «Si vuelvo a trabajar quiero que sea relacionado con el mundo de la hostelería. A mí me gustaba mucho mi trabajo y siempre he tenido ideas», mantiene.

Tras su salida de los hospitales se enfrentó a la realidad. Un mundo lleno de obstáculos para las personas que van en silla de ruedas y que dificulta su independencia. Después de ocho meses en casa de su padre se fue con su abuela, un hogar más adaptado en el que ganó independencia y donde ha vivido durante dos años y ha aprovechado para sacarse el carné de conducir. « Ya podía salir y entrar sin nadie», resalta. Aun así, Ismael decidió dar un paso más y el verano pasado comenzó a vivir solo en una de las viviendas que tiene el Ayuntamiento de Málaga para personas con movilidad reducida en la zona de Las Virreinas. Un piso adaptado por completo en el que ha ganado autonomía y en el que paga luz, comunidad y seguro.

Barrer, fregar y limpiar el polvo son las labores de casa que más le cuesta hacer. No cuenta con ninguna ayuda por parte de la Ley de Dependencia, solo la paga que le corresponde, y no puede descuidar la higiene en casa por alergia. «Como me descuide acabo en el hospital pinchándome. Soy alérgico al polvo», matiza. Una constante superación que se alterna con momentos de bajón en los que las redes sociales y conducir se convierten en su tabla de salvación. Las drogas también fueron un refugio durante un tiempo, un camino que ya no es opción. «Lo dejé cuando me di cuenta de que no lo hacía para disfrutar, sino para refugiarme de un problema que va a seguir» explica.

La vida a dos ruedas es difícil. Encontrar la fórmula para sentirse liberado es un incentivo para seguir. La suya está por el cielo.