Buenos días a todos los que habéis venido en paz y con razones a defender el patrimonio de nuestro horizonte: azul mediterráneo, abierto y despejado bienestar del cemento que tanto nos pesa como cadáveres de la especulación y la política de la corrupción a lo largo de una Costa en la que el Sol lleva décadas enladrillado. No hemos aprendido nada de ese boom transformado en ruinas y paro, ni del tiempo que nos ha costado ganar el puerto como ciudad pública del ocio y la cultura.

Nada hemos aprendido, sobre todo algunos políticos y los que disfrazan la arquitectura, el urbanismo y el desarrollo de iconografía del progreso y la modernidad cuando en realidad se trata del viejo monopoly privado de los que hacen riqueza a costa de lo público. La demostración es el tomahawk hotelero que la Autoridad Portuaria sueña erigir en falo del turismo de cinco estrellas a pie de ola, partiendo en dos el paisaje de nuestra identidad, precisamente la que atrae la economía turística que crece en su demanda de oferta cultural, y de esa singularidad mediterránea que nos define y ennoblece.

Málaga navegante y puerto, creativa y primera en defensa de la libertad, representada en la voz de todos los que aquí, hoy y ahora, defendemos el lienzo limpio de nuestro paisaje marinero en lugar de avalar la venta del alma de la ciudad como ambicionan plantar una torre por el morro como dice el arquitecto y amigo Ángel Pérez Mora. Una agresión que rompe y contamina por arriba y por abajo, y le corre el rímel al cielo, que contribuirá a congestionar aún más el tráfico de la zona y quién sabe si a extender, cómo se intuye la operación que encubre, la oferta comercial del muelle al horizonte del dique convirtiendo ese paseo en la nueva milla de oro de Málaga. Una soberbia de Babel que nada tiene que ver con un proyecto de ciudad ni con el modelo cultural que está desarrollando ni con esa sostenibilidad del medio ambiente con la que tanto se llenan la boca nuestros políticos, especialmente la Junta, y de la que rápidamente se olvidan para darle luz verde a Plata y a su sueño del dildo turístico, aunque sea a costa de repetir informes técnicos porque al parecer resultaron negativos. Una pregunta sobre si es real o no, a la qué sumarle la de qué hubiese decidido la Junta si La Autoridad Portuaria fuese del PP. No olvidemos que la política es también un juego de salón y de máscaras. Y en este caso un ejemplo de despotismo: todo para Málaga pero sin la opinión ciudadana.

Esa ciudadanía representada por el Colegio de Arquitectos, la Academia de San Telmo, la Academia Malagueña de Ciencias, la plataforma Defendamos nuestro horizonte, Ecologistas en Acción, los grupos municipales de IU y de Málaga Ahora, periodistas, escritores, ciudadanos ilustres y un sensato geógrafo como el profesor de la UMA Matías Mérida con su detallado y, este sí, riguroso estudio, a la que los promotores del hotel descalifican y privan del valor de su voz y son tachados de carpetovetónicos.

No hagan lo mismo que en Cataluña y distingan sus autoridades entre malagueños de pro y malos malagueños. Tampoco se tomen los argumentos y reparos del pueblo ilustre como agravios personales ni se hagan mártires de la victimización. Sean gestores para todos y de verdad, sean responsables y morales, que es lo que se le exigen a los políticos y a los que administran el poder, y sean brillantes y audaces. Y también honestos porque el Hotel Catarí no es un Peine de los Vientos de Chillida, ni el Kursall de Moneo de ese mismo San Sebastián, ni el Guggenheim que transformó Bilbao. Empeñarse en las mentiras de la seducción no conduce a nada bueno, estimados políticos. Recuerden que a la lujuria económica del ladrillo y de la soberbia política le susurró negocio el diablo, y que sobre ello nos alertó el Nobel Aleixandre en un hermoso y amenazante verso: "angélica ciudad, un soplo de eternidad podrá destruirte".

Escuchen y no hurten a la ciudad el debate público. Y dejen que sea la democracia y no las posverdades ni el dinero la que determine la salud, la belleza, la cultura, la identidad y el futuro de nuestro paisaje como bienestar, como recurso económico y como corazón público de encuentro y de disfrute. El horizonte no se vende ni se privatiza. SE AMA Y SE SUEÑA.