Un día de 1978 se presentó en la redacción de Ideal en Málaga (yo era redactor-delegado del periódico en aquella época) un hombre de unos cincuenta años, curtido por el trabajo en el campo, con acento claro de su procedencia de un pueblo andaluz, no muy bien trajeado y que de entrada me dijo: «Me llamo Juan Morales Morales y vengo a darle una noticia».

Le invité a sentarse delante de mi mesa de trabajo y le di la palabra: Dígame. La respuesta fue tan escueta como contundente: «Los extraterrestres han estado en Carratraca».

En la década de los setenta el fenómeno ovni o platillos volantes estaba en plena ebullición. Puse en marcha la grabadora no descartando que fuera un «iluminado» más de los muchos que aseguraban haber tenido contacto con extraterrestres.

La declaración empezó con algo inesperado: «En 1931 fuimos visitados por los extraterrestres en Carratraca». O sea, cuarenta y siete años antes de la fiebre óvnica que estábamos viviendo.

Solo a los Juanes

Juan Morales me contó: «En 1937 fuimos visitados por los extraterrestres en Carratraca. Marcaron un triángulo años antes, en 1931, 1934 y 1937, que es cuando se me aparecieron ante mí. En 1931 se le aparecieron a Juan, en 1934 a otro vecino que se llamaba también Juan y en 1937 a mí, que igualmente me llamo Juan».

Al preguntarle sobre la aparición me relató: «Iba yo por un lugar conocido por la Carbonera, donde hay un trocha que ya nadie usa, que conduce al Verdón. Apareció una mujer de una belleza sin límites, de tres metros y diez centímetros de estatura. No habló nada. Esta misma mujer fue la que vieron los dos Juanes en 1931 y 1934».

Me extrañó la precisión de la estatura de la misteriosa mujer; 3 metros y 10 centímetros.

Continúa el relato: «Tres años después, en 1940, volvió aparecer, esta vez en la segunda curva de la Loma de las Malas Vacas antes de llegar al pueblo, cerca del Puerto Realejos. Tuve que restregarme los ojos para asegurarme de que era verdad lo que estaba viendo. Ocurrió algo muy extraño, como si hubiera pisado un cable de baja tensión. Me entró una cosquilla por los pies, y esa sensación fue subiendo por todo el cuerpo hasta llegar a la cabeza. Fue como un fogonazo. Yo creo que se quedaron con mi persona. Sus máquinas, que debían de estar por encima, me captaron porque yo debía de reunir las condiciones que ellos buscaban. Y gracias a esa energía ellos podían detectarme siempre que quisieran. Doce años después, en Barcelona, una voz me dijo: Juan, todo lo que has visto tiene relación con lo que viste en Carratraca».

Me atreví a preguntarle: ¿En qué lengua se lo dijeron? Su respuesta fue: «Yo lo entendí».

Sorprendente

En la larguísima charla que sostuvimos y que grabé (no conservo la grabación pero sí el texto en papel, diez o doce folios), Juan Morales, después de trabajar en las minas de cromo-níquel, cuidar ganado, recolectar esparto, trabajar en los cortijos€, emigró a Cataluña.

Trabajó diecisiete años en una papelera y, cuando hablé con él, me dijo que trabajaba en una «fábrica de champán». Vino a su pueblo para asistir a la boda de una de sus hijas.

Lo que me llamó poderosamente la atención fue cuando habló de los planetas, de las distancias, los años luz, una energía desconocida en la Tierra€ «Es -precisó- una energía que no cuesta nada. Se recoge como en una botella de las que se utilizan para el oxígeno y queda atrapada. El mundo está recibiendo constantemente una energía magnética; esta energía se pierde y se puede recoger en unos recipientes que se pueden rellenar».

Más adelante me dijo: «Hay trece planetas que tienen vida; pero vegetal y animal, como la Tierra, solo cuatro con una inteligencia superior a la nuestra. Son las constelaciones Águila, Sirio, Lira y Tauro. La mujer que se me apareció era de Lira. Con la energía que utilizan sus naves se puede ir a Venus y volver en seis minutos. En un segundo pueden dar siete vueltas al mundo».Un tablero mágico

De su contacto con la mujer de Lira, la que medía tres metros y diez centímetros, me contó que le mostró un tablero mágico en el que aparecían números, uves, rayas€con indicaciones muy concretas: los metros representaban millones, los segundos, años luz€

Como era una catarata de hechos más o menos creíbles, le pregunté por qué había mantenido el secreto durante tantos años, porque el encuentro con el periodista se producía nada menos que cuarenta y tantos años después de la primera experiencia.

«Hará dos años -me respondió- que me puse a escribir mis memorias por si alguno de mis nietos podía utilizarlas. Pero me puse malo con un problema de presión arterial, y lo dejé. Además es que no sé cuando hay que poner una H o una B».

Tarradellas

En su larguísima charla me comentó que tenía pedida audiencia con el presidente de la Generalidad catalana, a la sazón el honorable Tarradellas, para darle a conocer la energía que revolucionaría al mundo por su gratuidad y fuerza. Pero la audiencia todavía no se había producido.

Me interesé por los dos Juanes que habían sido testigos de las apariciones de 1931 y 1934. Su respuesta fue: que del primero no sabía nada y del segundo que había emigrado también a Cataluña pero que desconocía en qué lugar trabajaba y residía.Viaje a Carratraca

Antes de publicar en Ideal dos extensos reportajes sobre la curiosa historia, siguiendo mi costumbre de verificar en lo posible las noticias más o menos estrambóticas, me desplacé a Carratraca.

Los lugares que Juan Morales me refirió existían y en el bar del Parruta, donde media Carratraca frecuentaba, el dueño me dijo que lo conocía, que vivía varias casas más allá de la suya, que había estado en el pueblo hacía poco tiempo por la boda de una de sus hijas€ y cuando le referí la presencia de extraterrestres en Carratraca me echó un jarro de agua fría: «En los años 30 la gente tenía muchas visiones, veía fantasmas€ Era el hambre lo que les hacía ver cosas raras».

El 29 de diciembre de 1984, dieciséis años después de la larga charla que celebramos en la redacción de Ideal, le escribí una carta interesándome por su pretendida entrevista con Tarradellas. No me contestó.