Este jueves conocí por fin a Isabel Preysler. No de la manera deseada, que hubiera sido con la idea de entablar una conversación con ambiciones y no entre codazos y empujones. Fue en calidad de invitado a la inauguración de la nueva tienda de Porcelanosa que ya luce coqueta y presumida en los terrenos colindantes a Plaza Mayor. Días atrás, Málaga había amanecido con la noticia de que Antonio Banderas había confirmado su asistencia. Miguel Ángel Silvestre, último banquero para narcotraficantes en Netflix, también. Ahora es modelo para una marca de ropa. El photocall, por lo tanto, estaba más que asegurado y sus adictos cumplieron. El negocio de los azulejos debe ir muy bien y el producto que distribuye esta tradicional empresa, originaria de Castellón, es de lo más refinado. Las instalaciones que se inauguraron este jueves ocupan unos 9.000 metros cuadrados. Son el resultado de una inversión de dos millones de euros y se crearán muchos puestos de trabajo. Ayer ejerció de centro de peregrinación. Un polo de atracción para el último gran acto social del año. ¿Qué se pudo ver entonces en una noche que tuvo algo de los grandes estrenos?

De entrada, la confirmación de una apuesta. La del marketing por todo lo alto. El relacionar tu producto con el glamour de las altas esferas. Hacer ver que vivir a lo grande entre las cuatro paredes de tu propia casa, como lo hacen ellos, está al alcance de todo el mundo. Isabel Preysler es la imagen de Porcelanosa. Embajadora del producto. Todo un fenómeno sociológico en España cuyo grado de conocimiento sobrevive el paso de generaciones. Las abuelas explican a sus nietos que tienen la misma edad que esa mujer que aparece en pantalla y ya es imposible olvidarse de ella. En Málaga se presentó de esa manera tan suya. Pija y discreta. Pero nunca pretenciosa. Cada paso suyo era un movimiento delicado, aunque garboso. Evocando grandes mansiones y palacios revestidos de azulejos con mármol blanco. Opulentas cenas en eternas estancias y pañuelos de seda perfumados de brea.

Banderas también es algo así como un diplomático. En su caso, de Málaga, y con embajadas en todo el mundo. Llegó y saludó con cortesía. Le esperaban, entre el tumulto, su hermano, Chico, junto a Pablo González, nuevo compañero de viaje. El actor aprovechó para hablar de su nuevo proyecto escénico, previsto en el Teatro Alameda, del que dijo que está muy avanzado, tanto que quiere inaugurarlo en septiembre de 2019.

Miguel Ángel Silvestre era el elegido entre la adolescencia. Todos estaban citados para las 20.00 horas, pero empezaron a llegar no antes de las 21.30. Y es que hay cierto tipo de puntualidad que puede llegar a ser grosera.

¿Qué hacían mientras tanto los invitados, vestidos de etiqueta, en el interior? Disfrutar del catering de Dani García. Langostinos en su punto. Niguiris de sandía. Ensaladilla rusa a temperatura templada. Un risoto de trufas y setas meloso. Especial mención para los eclec (¿se escribe así?) de paté. El «mira que te voy a presentar a» se formalizó en la mejor tradición de brindar con champán. De vez en cuando el sonido al estrellarse una copa contra el suelo. Algún que otro comportamiento que daba algo de apuro. Así es como discurren, básicamente, las noches de glamour entre grifería fina e inodoros suspendidos.