Adrede he optado por la palabra automóvil en lugar de coche, porque desde hace años se utiliza en España la palabra móvil para definir lo que en la primera mitad del siglo XX se conocía por automóvil o, de forma abreviada, auto, y en los países de habla hispana, carro.

Si me he decidido por automóvil en este capítulo de Memorias de Málaga es porque la historia o narración de hoy corresponde a la época en la que en nuestra ciudad circulaban autos o automóviles. El coche se reservaba a los de tracción animal, un coche de caballos, vamos.

En la Málaga de los años cuarenta del siglo pasado se dedicaba a la venta ambulante de perchas de artesanía -de muy poca calidad, dicho sea de paso- un joven que fue creciendo al paso de los años como cualquiera de nosotros. Era, utilizando expresiones menos radicales y rechazadas por la sociedad actual, un disminuido mental, aunque tranquilo y bien mirado por los malagueños que lo conocían porque jamás mostró malhumor ni atentó contra la paz ciudadana.

Era conocido por El Percha, y ofrecía su mercancía con un tono de voz elevado para ser oído por los viandantes y por las personas que tenían abiertas las ventanas de sus viviendas. Su pregón era tan breve como contundente: ¡Peeerch…! El apodo nació del producto que pregonaba: El Percha.

Se hizo popular por sus pregones y por algo que llamaba poderosamente la atención de los que a diario se cruzaban con él porque, cuando transitaba un automóvil por el Paseo de Reding, Paseo de Sancha, Limonar, Miramar e incluso por el Centro de Málaga (calle Larios, Strachan, Bolsa, plaza de la Constitución, Granada), informaba de la marca del auto y de su propietario. Ahí va en automóvil de don Juan Jiménez Lopera, allí viene el Citroën de don Avelino España, el Ford de don Jorge Rein... Los conocía todos y lo comentaba no con ánimo de molestar o envidia, solo porque se distraía con sus escasos saberes.

Tengo que aclarar que en los años de El Percha en Málaga había una docena de coches; bueno, muchos más. Pero no tiene comparación con los miles de autos, coches, turismos... que hoy circulan por la ciudad.

En la Málaga de hoy es al revés: todos los malagueño tienen vehículo propio; los que carecen de él en número son más menos o menos los que antes tenían el privilegio de poseer uno propio.Taxis y coches de caballos

En la época en la que me desenvuelvo hoy, en Málaga había taxis, por supuesto, pero en número muy reducido. La parada principal estaba en la Alameda, concretamente en el vial del centro sur.

En el vial sur tenían su parada los coches de caballos con sus cagajones incluidos porque antes, ni ahora, se ha logrado educar a los équidos a hacer sus necesidades en casa, entiéndase, en las cuadras.

Un estampa habitual de todos los días a la misma hora -entre la una y las dos de la tarde-: las esposas de los taxistas y cocheros se acercaban para hacerles llegar la comida. Se utilizaba un objeto desaparecido de las ferreterías, donde se vendían los portaviandas, un utilísimo medio de transportar en tres cacerolas sobrepuestas los tres alimentos más comunes, o sea, de platos y el postre. El portaviandas es hoy un objeto de museo..., casi como las máquinas de escribir, desplazadas por los ordenadores y sus teclados correspondientes. Todos los taxistas y cocheros comían en o cerca de sus vehículos.

Camiones

Continúo en el mundo del transporte. Dejando el tranvía, que fue uno de los medios de transporte colectivo de más aceptación, las barriadas que carecían de este medio eran atendidas por camiones, una forma malagueña de definir los autobuses u ómnibus. La gente que vivía en Teatinos, Puerto de la Torre, Ciudad Jardín, Camino de Suárez, Campanillas…utilizaba los mal llamados camiones. Al desmantelarse el servicio de tranvías, todas las zonas atendidas por el sistema tranviario pasaron a depender de líneas de autobuses, porque se desterró el término camiones. Los autobuses han quedado en muchos casos en bus a secas. Hay que ahorrar palabras.

Dentro de este capítulo paso a relatar una línea peculiar: Limonar-Miramar. Una modesta empresa que disponía de tres unidades -unos vehículos que hoy calificaríamos de microbuses- atendía las necesidades de los residentes en los dos paseos citados. Los vehículos estaban pintados de blanco -como si transportaran leche- y tenían la parada de salida y terminal en la rotonda del marqués de Larios.

Los vehículos recorrían el itinerario de los autobuses de El Palo hasta llegar al Paseo de Miramar, cuando giraban a la izquierda, llegaban hasta donde hoy está el puente de Don Wifredo. Cruzaban el arroyo de la Caleta, descendían por el Paseo de Limonar, y retornaban a punto de salida.

Recuerdo la última etapa familiar línea de transporte público: las averías eran constantes, no se cumplían los horarios, cuando al arroyo se le hinchaban las narices y las aguas impedían el paso... Total, que fue perdiendo fuelle.

La propietaria o titular de la línea -doña Carmen, creo recordar- se convirtió en cobradora, como los clientes siempre eran los mismos cobraba sin dar a cambio el tique de haber abonado el servicio y, como máxima atención a su clientela habitual prescindió de las paradas: Paraba delante de la vivienda de cada vecino o cuando un viajero quería apearse pedía que se detuviera en el lugar que deseara, deseo cumplido.

Hasta qué punto llegó su disposición para atender a la clientela, que un día, los miembros de una familia que habían asistido a la fiesta de fin de curso del Colegio Alemán, que estaba en la zona del Limonar, a petición del cabeza de familia le pidió a doña Carmen que le dejara a la puerta de su casa, petición aceptado: «Eso está hecho», respondió. En lugar de detenerse en la rotonda del marqués de Larios siguió hasta el número 31 de la Alameda, donde vivía la familia citada.

Solo marcha atrás

Para poner punto final voy a recordar una singular historia: un malagueño, allá por el año 1935, adquirió por ocho duros -cuarenta pesetas- un auto de segunda, tercera o cuarta mano. Andaba. Pero tenía un problema: solo tenía marcha atrás.

Lo compró y circuló no sé si poco o mucho tiempo con su coche marcha atrás. Al llegar a Fuente Olletas -residía a unos doscientos metros de la Carretera de los Montes-, se bajaba del auto y a pie se iba a su casa hasta el día siguiente.

Y comentando la marcha atrás, el primer utilitario se fabricó en España, el Biscuter, no tenía marcha atrás. Había que darle la vuelta a mano.