La cita fue el pasado miércoles, el día de su 70 cumpleaños. Miguel Hijano Guerrero (Málaga, 1948) iba para matemático o alguna carrera relacionada con las ciencias exactas (comenzó estudiando en la Facultad de Ciencias de Granada) pero la Lingüística y una vocación por la enseñanza que sintió desde niño le convirtieron en un excelente profesor de Lengua y Literatura, muy recordado en el Colegio San Estanislao de Kostka, en El Palo, donde ha enseñado -valga su temprana querencia por los números- durante 40 años exactos.

«Mi padre era ferroviario, de los de la oficina del Palacio de la Tinta. Se levantaba a las seis o siete de la mañana y por la tarde se traía el trabajo a casa y no terminaba hasta las 11 de la noche», recuerda.

Su padre era del Salto del Negro, una pedanía de Cútar. De allí también era una niña llamada María Teresa Rincón, amiga de la infancia y su futura mujer, a quien continúa muy unido.

El joven malagueño, que vivía con sus padres y su hermana Ana María en la calle Carretería, estudió en los Maristas y cuando cursaba Preu, a los 17 años, tuvo que hacer frente a la muerte de su padre con solo 53. Miguel todavía se emociona cuando recuerda las últimas palabras que escuchó de él: «Que Dios perdone nuestros pecados y nos haga santos».

Un año después, el 9 de agosto de 1967, comenzó a salir con María Teresa, que se dedicaría a la enseñanza como él y con quien contraería matrimonio el que considera «el mejor día de mi vida»: el 6 de abril de 1974.

Entre medias, esos inicios en la Facultad de Ciencias de Granada y el cambio a Filosofía y Letras, también en la capital vecina, para cursar Filología Moderna. «Me encantaba la Lingüística y también la Filosofía», confiesa. Miguel Hijano cambió, por cierto, Granada por la Universidad de Sevilla, para estar más cerca de su entonces novia, que vivía en Cádiz.

Su tesina de licenciatura versó sobre el libro de poemas Aminadab, del malagueño Alfonso Canales. «Lo quería muchísimo, tuve muchas entrevistas con él, me iba a su casa algunas tardes», recuerda.

Su vocación estaba por entonces ya orientada hacia la Educación porque, como destaca, «me viene de familia desde pequeño, porque un tío era maestro, una tía era maestra y además, mi abuela materna y varias primas hermanas».

Miguel Hijano, en su familia, fue además el primer licenciado y también el primer doctor; en concreto, doctor en Filología Moderna por la Universidad de Sevilla, con una tesis doctoral, dirigida por Antonio Quilis, que supuso todo un reto para él: Aplicación de la Estadística Lingüística al estudio de Oficio de Tinieblas 5 de Camilo José Cela, la procelosa novela del Nobel gallego. «Me sirvió mucho el estudiar Matemáticas, apliqué los conocimientos de Estadística y Matemáticas al estudio, primero a los versos de Alfonso Canales y luego a la novela de Camilo José Cela», detalla.

En el último curso en la Universidad de Sevilla ya trabajaba como ayudante del departamento e impartía clases prácticas de Filología a alumnos de segundo y tercero.

En octubre de 1973, ya en Málaga, tiene la oportunidad de hacer una sustitución en el Colegio San Estanislao de Kostka, el colegio de los jesuitas. Por enfermedad del veterano Miguel Rueda, entra Miguel Hijano. «Y al principio di de todo: Historia, Latín, Lengua y Literatura...entré por sustitución y al final me quedé».

Al poco de entrar, compaginó las clases con su trabajo durante un curso como profesor de Francés en la Facultad de Letras, que entonces se encontraba en el antiguo Colegio de San Agustín, pero finalmente se decidió por el Colegio del Palo.

En esos inicios, seguía de profesor de Lengua Manuel Laza, el redescubridor de la Cueva del Tesoro, de quien guarda un gran recuerdo: «Yo fui compañero de carrera de su hijo Javier. Manuel Laza me ayudó muchísimo, al principio, como todo novato, no sabía por dónde andar y me encauzó muy bien». El agradecimiento de Miguel Hijano a Manuel Laza todavía perdura, porque fue él quien, en 1977, con motivo de la jubilación del veterano maestro, puso en marcha el Concurso de Relatos y Poemas Manuel Laza, que ha superado las cuarenta ediciones.

«Uno más»

Con el paso de los años, Miguel Hijano fue haciéndose cargo de tutorías y coordinaciones de los cursos, mientras ofrecía a los alumnos una enseñanza de la Lengua y Literatura en la que compaginaba la cercanía con la calidad, aunque Miguel Hijano matiza con modestia que ha sido «uno más».

«He intentado siempre tener un trato cercano con los alumnos y creo que me he llevado muy bien con todos, aunque la primera impresión, como me decía una antigua alumna, era de una persona muy seria», destaca, aunque el profesor precisa que eso no quitaba que siempre hubiera una relación de respeto por parte de los alumnos.

Jubilado en 2013, después de cuatro décadas dando clase, cuando compara los inicios con los últimos cursos cree que ahora pesa más la burocracia, «cuando antes tú programabas las clases y punto... y al llegar la Informática a clase, reconozco que me costó adaptarme».

En su opinión, las cualidades que debe tener un profesor son: «Autoridad, moral, buena formación académica, cercanía al alumno, confianza -pero con respeto, guardando las distancias- y sobre todo vocación».

A la hora de recordar a sus compañeros en el Colegio San Estanislao, se muestra muy agradecido con todos ellos y desgrana una larga lista en la que priman el reconocimiento y el cariño: Fernando Rueda, Enrique Ruz, el hermano Ignacio Bertrán, Enrique Trujillano, Jesús Arcas, el hermano Emilio Castillo, Eugenio Vargas, José Ramón Rodríguez-Valdés (Rorro), Antonio Pascual, Manuel Ramírez, Manuel Narváez, el padre José María Calvo, el padre Eugenio Ruiz Andreu, el padre Tejera, el padre Delius, el padre Trobat... y también antiguas alumnas, hoy profesoras, como Carmen Pérez-Estrada o Miriam López de la Rubia.

Miguel Hijano, que no tiene hijos, dice que lo han sido «todos mis alumnos».

En la actualidad, disfruta de paseos diarios, de la lectura y el cine y le encanta escuchar música de todo tipo, «sobre todo música clásica». Además, profundiza en la religión católica gracias a un sacerdote amigo, el padre José Sánchez Luque, a quien está muy agradecido.

«Para mí Jesús lo es todo y me está ayudando muchísimo en la vida», reconoce, por eso compagina la lectura de libros sobre Teología e Historia de la Iglesia, al tiempo que se alinea con la postura renovadora del Papa Francisco, con la labor humanitaria: un día por semana colabora en el centro asistencial Colichet de enfermos de sida y otro, en el Cottolengo.

Don Miguel Hijano, un profesor a todas luces ejemplar.