Las relaciones en las aulas, en los pasillos del colegio o en el patio del recreo no son siempre pacíficas. Surge el conflicto porque éste está presente en la sociedad. Y los centros educativos son un reflejo. Y porque es propio de la convivencia. Málaga está a la cabeza del acoso escolar de España, con 188 casos en la provincia que llegaron a los tribunales en 2016, según el último informe de Injuve, publicado en La Opinión de Málaga. Sin embargo, ayer la Diputación presentó un estudio con indicadores para la esperanza. La mitad de los niños que sufre bullying.

Dado que el acoso siempre ha existido y parece que existirá (246 millones de niños lo padecen en todo el mundo), entendido éste como cualquier actitud agresiva, intencionada y reiterada entre iguales, pero en la que queda clara una situación de abuso de poder de uno o varios sobre otro, lo ideal es, en todo caso, tratar de minimizar las consecuencias y dotar a los alumnos de las herramientas necesarias para combatirlo, para saber qué tienen que hacer en caso de ser víctimas o testigos.

Andalucía fue pionera en establecer un protocolo de actuación. Los esfuerzos y avances han sido muchos en la última década. Quizás por eso, el estudio de la Diputación señala que el 91% de los estudiantes de Primaria consultados (764) y el 94% de Secundaria (1.030) muestran su sensibilización ante este fenómeno social, sobre el que demandan más información para detectarlo y hacerle frente.

La Diputación de Málaga y la Asociación Arrabal-AID han desarrollado en el último trimestre de 2017 un Diagnóstico de Situaciones de Acoso Escolar en el que han participado un total de 1.794 estudiantes de edades comprendidas entre los 10 y los 13 años y 238 docentes. Alumnos y profesores de 32 centros públicos de 31 municipios de la provincia de todas las comarcas. El informe fue presentado ayer por el diputado de Deportes, Juventud y Educación, Cristóbal Ortega, junto a la diputada del grupo Ciudadanos Teresa Pardo y la coordinadora del Área de Dinamización de la Arrabal-AID, Olivia Muñoz.

Casi un 20% del alumnado de la provincia ha sufrido o presenciado situaciones de acoso escolar. La edad media de la víctima de acoso escolar es de 12 años. De hecho, ésta es la edad de algo más de la mitad de los estudiantes que sufren bullying.

Chicos y chicas

Entre la información más relevante que ofrece el estudio de la Diputación y Arrabal destaca, según Muñoz, la diferenciación de género en estos casos de violencia escolar. Es decir, que es distinto entre chicos y chicas. «Requieren revisarse los patrones de género y las relaciones que se establecen entre chicos y chicas, pues aunque ahora mismo no lo sea, sí que puede ser indicativo de futuras relaciones de violencia machista», precisó Olivia Muñoz.

Hasta a la hora de compartir con alguien lo que está ocurriendo hay diferencias entre alumnos y alumnas, ya que los primeros recurren principalmente a la familia, mientras que las segundas se lo cuentan a sus amigas. El acosador suele ser un chico que actúa solo o en grupo en el patio del colegio o en otros espacios públicos. Generalmente es de uno o varios cursos mayor que la víctima. Las agresiones verbales (insultos, motes o reírse del compañero) es su forma más habitual de meterse con los demás, por encima de las físicas o las psicológicas.

La función de los testigos es clave. En la mayoría de los casos (75%) actúan en contra del acosador. O bien intervienen para cortar la situación o informan a un familiar o al profesor. En algunos casos, son testigos pasivos, y aunque reconocen que no hacen nada, saben que tendrían que hacerlo.

Los profesores reclaman más tiempo para trabajar la educación en valores. «El profesorado expone la necesidad de trabajar el conflicto desde el conflicto», explicó Muñoz. Por su parte, las familias, como primer agente educativo, tienen que tomar conciencia de su papel activo y de las repercusiones de sus acciones en el contexto social y escolar. Establecer límites sobre el uso de juegos violentos, eliminar los lenguajes y actitudes sexistas y generar una adecuada comunicación familiar contribuye a educar a menores emocionalmente sanos.