­La vida de una persona cambia radicalmente cuando se entera de que ha aparecido un tumor en su cuerpo. Desde ese momento, el paciente debe enfrentarse a una serie de procesos muy complicados. El tratamiento de la quimioterapia ocasionará dolencias y malestar general, con una bajada de defensas en la gran mayoría de ocasiones. Si debe ser intervenido para que se le extirpe el tumor, las consecuencias posteriores también le producirán una serie de dolencias bastante negativas. Sin embargo, éste es el proceso que todos conocemos, pero tras el cáncer hay mucho más.

«Todo el mundo sabe el proceso del tratamiento, pero desde fuera, no desde dentro. Desde dentro es totalmente diferente», expresa Inmaculada García de 47 años. Hace tres años Inmaculada se enteró de que tenía un cáncer de útero que afortunadamente, superó. Sin embargo, éste cáncer dejó secuelas en otras partes de su cuerpo. «Ahora tengo linfedema de piernas. Tengo un tratamiento específico con masajes linfáticos, hago ejercicio y debo llevar una alimentación equilibrada», explica la paciente, que además, en la actualidad es voluntaria en AECC Málaga.

Inmaculada no solo ha tenido que enfrentarse a la enfermedad, sino a las situaciones paralelas que ésta lleva tras de si. «Ahora no puedo trabajar. Yo he sido autónoma, estoy esperando la carta para saber que grado de incapacidad. Si me quedan 400 euros, no se que voy a hacer. Estoy divorciada, tengo una hija.Soy fuerte, pero tengo una preocupación diaria constantemente», asegura Inmaculada.

Al igual que ella, Toñi González, de 58 años, tuvo graves problemas laborales después de que su doctor le detectara cáncer de mama, y años más tarde, también de útero. «Estaba trabajando y me cortaron. Fui a arreglar unos papeles y al darme cuenta de que ya me daban la absoluta, en lugar de tenerme contratada las ocho horas, me tenían dada de alta cuatro horas», expresa González. Esta malagueña tuvo que enfrentarse durante varios años a la enfermedad mientras que luchaba por sus derechos en los tribunales contra la empresa en la que había estado trabajando. «Estuve en juicios pero la empresa ganó. Estuve casi cuatro años liada con temas de abogados, yo no podía demostrar que estaba trabajando ocho horas. Siempre llevaba a testigos que trabajaban conmigo para demostrar que trabajaba mis ocho horas allí. Al final el bar desapareció y el juez decidió que las cuatro horas que yo tenía contratadas era lo que me iba a quedar de paga», resalta González.

Tras detectar un cáncer, en la mayoría de casos, los pacientes deben darse de baja, pero esa baja para Asunción Fernández de 52 años fue demasiado temprana. «Con 34 años me diagnosticaron un cáncer raro llamado mioepitelioma, no lo tiene mucha gente, en el tejido muscular de la cara. Cuando me enteré fue duro. Cumplí los 35 en la UVI y a raíz de ahí todo ha sido un proceso muy largo, porque mi cara no es la que era», expresa Fernández.

Asunción ha tenido que pasar por al menos 20 operaciones para la reconstrucción del lado derecho de su rostro. «Este proceso ha sido muy duro para mi, pero tenía a mis hijos y mi marido para superarlo», añade. Al tener 34 años cuando los médicos le detectaron el cáncer, su cotización era por entonces de tan solo nueve meses y eso, provocó una serie de problemas económicos. «Ahora tengo una paga no contributiva. Los trabajos que yo hacía eran trabajos en cas y limpieza, pero claro, me ha quedado una paga de 360 euros y eso no es una gran ayuda», apunta Fernández que además añade que «a pesar de todo, lo importante es que sigo aquí. El cáncer te hace apreciar cosas que antes ignorabas».