Las películas del siciliano Frank Capra tienen el marchamo de los finales felices, y se lleva la palma la película navideña por excelencia, la preciosa ¡Qué bello es vivir!, en cuyo final sólo se echan en falta unos cuantos ángeles bajando en vuelo rasante mientras deleitan a James Stewart y familia con trompetas celestiales.

Hay que confiar en los finales felices del famoso director y que estos inunden a su vez todo lo que lleve su nombre, por ejemplo la larga calle Frank Capra de Teatinos. El barrio, que nació entre colapsos de tráfico, ha ido dejando su insólito toque de barrio bien planteado desde el punto de vista urbanístico, con calles anchas, bulevares y equipamientos variado, un hito para la Málaga de hace veinte años.

Por eso, también el autor de estas líneas confía en que la calle Frank Capra, sobre todo su incierta parte izquierda, termine encontrando su sitio.

Durante muchos meses, la parte de babor de la calle, que va desde la fuente de los colores (plaza de Sandro Boticelli) hasta un terrizo desde el que se otea la Ciudad de la Justicia, se dedicó a almacenar materiales para las obras del metro. En la actualidad es un enorme aparcamiento regulado, con bastante actividad.

Esta parcela aparece en el PGOU de 2011 como futura zona verde, y es lo lógico, dada su vecindad puerta con puerta con la rauda avenida de Valle Inclán, que cualquiera diría que es una autovía, pues está a punto de convertirse en Ronda Oeste.

En los tiempos de acopio de materiales para el metro, los vivillos de siempre habían pensado que toda la parcela era orégano y se dedicaron a depositar en ella, sobre todo en la parte final, donde los coches dan la vuelta, en un zarrapastroso depósito de objetos destrozados entre los que abundaban los juguetes a la cuarta pregunta, muchos de ellos irreconocibles .

Los tiempos han cambiado, la juguetería-basurero pasó a mejor vida, pero en la parte más alejada del aparcamiento los amigos del emporcamiento hacen su agosto y dejan lo que les sale, así que podemos toparnos con muebles de oficina de los tiempos de la reina Urraca, colchones próximos a la posguerra y como no podía faltar: detritus varios con pinta de escombros fermentados, aunque difícilmente saldrá cerveza de estos cascotes.

Si el paseante vence la aprensión, pues no está en los jardines de Versalles, llegará hasta el final de la calle y podrá vislumbrar (de puntillas, si es un español de altura media) el enorme aparcamiento al aire libre de un futuro edificio herido por el rayo de la crisis económica, en el que se acumulan el tiempo y las pintadas. De nuevo hay aquí un conjunto decrépito (parcela con muebles frente a rauda autovía y gigantesco sótano al aire libre) que debería interesar a la Málaga Film Office. Eso sí, que se rueden películas con final feliz.