En las agencias de viajes se empezaron a devolver reservas. La gente no quería la Costa del Sol. La escasez de sol del astro rey era el motivo. Las anulaciones de reservas empezaron a repercutir sobre los grandes hoteles de la Costa del Sol. Las agencias que habían contratado 140.000 estancias redujeron el compromiso a 65.000; de las treinta y siete plazas de toros que había entre Málaga y Manilva tuvieron que cerrar provisionalmente veintitrés por falta de público...

Un director de hotel le decía a un colega: Yo he encontrado la solución para mi hotel. Ningún turista se me queja.

-¿Y cómo lo has conseguido?

-Gracias al butano.

-¿Cómo?

-Alrededor de la piscina he puesto quinientas estufas de butano. Irradian calor, y a los turistas se les ponen las espaldas como antaño, con sus ampollas y todo.

-¡Qué idea!

-De momento no he tenido por qué cerrar habitaciones siguiendo el Plan de Estabilidad Turística ordenado por el Ministerio de Información y Turismo. Tengo las mismas camas de siempre.

-Pero eso va en contra de los acuerdos de la Junta General de los Damnificados de la Costa del Sol.

-No. Tengo un certificado de la Fundación Internacional de la Defensa del Consumo de Sol en las Zonas Turísticas, en el que se dice bien claro que yo consumo solo el cupo asignado a mi hotel. Es la trigésimo millonésima parte del doce por ciento del total de consumo de sol asignado a mi sector. Todavía me sobra sol para tomarlo en mi terraza los fines de semana.

Del aeropuerto de Copenhague se disponía a salir un Metropolitan cargado de turistas en un vuelo charter directo a Torremolinos. Cada viajero llevaba su bolsa de viaje, su ticket de identificación, su folleto de la Costa del Sol...

-Tenga, señora -le dijo un hombre uniformado a la misma entrada del avión a una dama.

-¿Y esto qué es?

-Un tubo de pastillas anti...

-¡Pero qué desfachatez! -gritó enfurecida-. ¿Cómo se atreve?

Perdone, señora Heinfords -contemporizó el empleado-. Son pastillas antisun.

-Yo no tomo ninguna pastilla. Voy a Torremolinos a pasar las vacaciones, y no tengo que dar cuenta a las autoridades de mis actos. Estaría bueno que a mis cincuenta y seis años me digan lo que tengo que hacer.

-Por favor, señora Heindfords. Estas pastillas las toman también los hombres.

-Le he dicho que no quiero píldoras antibaby.

-Que no son antibaby. Son antisun. Pastillas antisol. Todos los que se quedan más de dos semanas en la Costa del Sol, y usted tiene estancia para tres semanas, durante esa semana de más, tiene que tomar todas las mañanas una pastilla antisun, es decir una pastilla que evita el consumo de sol. Aunque usted se ponga al sol en una playa o en una piscina, no restará sol a nadie. Usted no lo absorberá. Es totalmente inofensiva y está autorizada por los organismos internacionales de turismo.

Ante la aclaración, la señora Heinfords tomó el tubo de píldoras antisun que tomaría cada mañana a partir del décimoquinto día de su estancia en Torremolinos.

Las píldoras antisun habían sido el gran descubrimiento de la farmacopea alemana, y se entregaban a los turistas de forma gratuita. La Cooperativa de Promotores de la Costa del Sol había llegado a un concierto mundial con los laboratorios que la habían lanzado al mercado. La entidad pagaba muchos millones al año, pues millones eran las píldoras que repartían gratuitamente.

Con las píldoras antisun el problema se resolvió en parte. Los médicos, por un lado, y los especialistas en sol por otro, no estaban muy seguros de que las píldoras fueran inofensivas. El nacimiento de niños en Suecia y Alemania con extrañas manchas en la piel y que parecían soles en miniatura desencadenó una fuerte polémica: las pildoras eran nocivas para la salud.

Por otro lado, los encargados de medir el sol que cada uno consumía por medio de un aparato que se colocaba en la cabeza de cada turista, y así se sabía con exactitud el consumo por cápita, tampoco estaban muy convencidos de las estadísticas que confeccionaban los dos mil quinientos licenciados en Ciencias Económicas y que habían estudiado en la Facultad de Málaga con el solo fin de obtener empleo en el Instituto Solar y Consumo de Sol de la Costa del Sol.

El tiempo fue pasando, y en los colegios de Enseñanza General Básica, los niños respondían a los maestros: «Se conoce por Costa del Sol a la zona que hay entre Tarifa y el Cabo de Gata al Sur; al Oeste con Utrera, El Ronquillo, Fregenal de la Sierra, Badajoz; el Norte con Villanueva de la Serena, Puebla de Alcocer, Ciudad Real, Albacete, Chinchilla...».

Epílogo

Muchos años después -2007-, Rafael Esteve, colaborador de La Opinión de Málaga, me dijo que había leído mi nombre en la bibliografía en un trabajo dedicado al turismo escrito por un profesor de una universidad cuyo nombre no viene al caso. Entre los muchos documentos examinados por el autor, en las páginas finales del trabajo, figuraba «Guillermo Jiménez Smerdou. Alarma en la Costa del Sol» Rafael Esteve quería leerlo porque él es experto en Turismo.

Me sorprendió que en un trabajo serio se hubiera incluido un relato humorístico, como el lector habrá comprobado. La sorpresa de Esteve fue aún mayor. Incluso se dirigió al autor del profesor para comentarle el caso. El profesor se lo tomó a mal.

Dentro de unos años -muchísimos, supongo- mi tesis «a más turistas menos sol per cápita» quizás sea una realidad, y mi vaticinio sea reconocido por la Real Academia de las Ciencias de Estocolmo, y me conceda «a título póstumo» el Premio Nobel de Física.

¡Qué ilusión!