Camina para no olvidar. O mejor dicho para ayudar a aquellos que olvidan. David Muñoz es un joven malagueño que desde hace cinco días hace el camino de Santiago desde Málaga a través de la ruta mozárabe, una experiencia que va ligada a una causa solidaria; que se incremente el apoyo a las asociaciones que trabajan con enfermos de alzheimer.

Salió el pasado martes 13 desde la puerta de su casa, en la Colonia Santa Inés, y tiene por delante unos 50 días de camino. Cerca de 1.300 kilómetros le separan de su destino, la catedral de Santiago. Una travesía que hace solo y con la que quiere visibilizar la necesidad de fomentar las ayudas económicas para que las personas con alzheimer y familiares tengan más prestaciones.

Ha realizado tramos del Camino Francés en seis ocasiones anteriores pero esta es diferente. Conocedor de los efectos devastadores de esta enferma, tanto en el afectado como en el cuidador, desde hacía tiempo que rondaba por su cabeza la idea de hacer el camino por esta causa. «He visto a mi madre muy afectada física y psicológicamente como cuidadora durante la enfermedad de mi madre», resume. Ahora, la enfermedad también ronda entre familiares de amigos y allegados y reconoce su dureza en cada etapa. Por eso ha decidido caminar. Unos 25 kilómetros cada día y si el tiempo y su cuerpo lo permite, en unos 45 días habrá atravesado España.

A sus 36 años, y tras quedarse en paro, reconoce que ahora era el momento de portar su mochila de algo más de 12 kilos y echar a andar. «Lo que más echo de menos es a mi hija y lo que peor llevo es la soledad», explica. Aún no se ha encontrado a ningún peregrino y cree que no lo hará hasta que esté próximo a Santiago.

Su travesía aún discurre por tierras malagueñas pero se dirige hacia Córdoba. En Mérida se suma al Camino de la Plata y continúa hacia arriba paso a paso. «Espero que el tiempo lo permita», explica. Eso, y que su cuerpo no sufra ninguna lesión que le impida caminar. Por el momento todo va bien. Nota los pies algo engarrotados pero nada alarmante. «Cuando llego al albergue después de comer y ducharme me cuido un poco. Estiro, me echo crema en los pies...», explica.

Sus días comienzan sobre las 6.45 horas. Se levanta, se asea y baja a algún bar a desayunar y antes de las ocho de la mañana ya comienza a caminar. Mientras tanto, llama al albergue o sitio que tenga pensado dormir esa noche pera avisar y hasta el momento no ha tenido ningún problema. Intenta no llegar más tarde de las 15.30 horas a su destino y las tardes son para descansar y conocer un poco el entorno. Antes de las once de la noche no logra dormirse. Al día siguiente, a seguir caminando. «Por lo menos hasta dentro de más de 30 días no voy a encontrarme a nadie con quien hablar», explica. Mientras, aquellos que se cruzan por el pueblo ya van sabiendo la causa que motiva cada una de sus pisadas.

Los suyos, recelosos al principio de un viaje tan largo a pie y solo, le acompañan desde la distancia. Al igual que amigos y antiguos compañeros de trabajo. «Recibo muchas muestras de cariño y apoyo cada día», explica. Mientras tanto sigue caminando.