Destacaba por su 1,90, por ese aire a su paisano y tocayo Unamuno, a quien veía por las calles de Salamanca en su niñez, pero sobre todo por haber marcado con su rectitud, sentido de la disciplina y ejemplaridad la vida de innumerables alumnos durante las tres décadas que impartió clases en Málaga.

«No se acuerda uno de todos los maestros que ha tenido», asegura su nieto Javier. Y sin embargo, cuántos recuerdan a Don Miguel Garrido González, profesor de Geografía e Historia, a partir de 1960 en el colegio -hoy instituto-Sagrado Corazón de Jesús de Carranque, y desde su inauguración hasta su jubilación en 1990, en el colegio Pablo Ruiz Picasso de calle Honduras.

El pasado 15 de febrero, Don Miguel fallecía a los 92 años y en las redes sociales aparecían numerosos testimonios de cariño y admiración.

Con la ayuda de algunos de sus hijos y nietos, repasamos la vida de este salmantino, el menor de seis hermanos, que nació en 1925 en Vilvestre, un pueblo pegado a Portugal. «Su padre era carabinero y fue destinado allí porque en aquella época había mucho contrabando, sobre todo de café», cuenta Miguel Ángel Garrido, el hijo mayor del maestro.

También estuvo en Ciudad Rodrigo y en los años 40 marchó a Salamanca a estudiar para maestro, una vocación que no fue la primera: «Él hubiera querido ser médico, pero cambió todo cuando el padre enfermó. En todo caso, la vocación de maestro siempre la tuvo», asegura Javier, el segundo de los hijos.

En Salamanca, mientras estudiaba en la Normal, conoció a su futura mujer, también estudiante de Magisterio, la salmantina Victoria Sánchez de la Puente, de La Fuente de San Esteban. Por cierto que la forma de conocerse los jóvenes de entonces ya se ha perdido en España: «Los paseos se daban entonces en la Plaza Mayor de Salamanca; en aquel tiempo los chicos iban para un lado, las chicas para otro y hacían la ronda entera», explica Miguel Ángel.

Su padre estuvo destinado de forma breve en San Salvador, Asturias, todavía soltero. La pareja se casó en 1948 y unieron sus destinos laborales en Fresnedoso, Salamanca, donde los dos maestros permanecieron diez años en escuelas unitarias, con niños de todas las edades en una misma clase, incluidos sus hijos.

«Toda la Primaria la hicimos con él. Aunque en casa le llamábamos papá, en el colegio era Don Miguel», señala su hijo Miguel Ángel.

En ese tiempo, durante cuatro años y pese a sus ideas antifranquistas, Don Miguel fue obligado a ser alcalde del pueblo. «Al parecer había dos bandos y el gobernador dijo, pues que sea el maestro», recuerda José.

En 1960 llega el momento de pedir otro destino, para que sus hijos pudieran ir a un instituto. En la terna de ciudades, Don Miguel coloca en quinto lugar Bilbao antes que Málaga, «pero cuando fueron a la delegación a echar la solicitud, mi madre dijo que por qué no cambiábamos Málaga por Bilbao y al final, fue Málaga. Tuvimos que mirar en el mapa para ver dónde estaba», comenta Miguel Ángel.

Toda la familia, incluida la hija pequeña, Victoria, de 4 años, se desplazó a Málaga. Los dos varones estrenaron el Instituto de Martiricos, y mientras Don Miguel era destinado al Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Carranque, su mujer marchaba al Colegio Carmen Polo de Franco (hoy Ciudad de Popayán). Los Garrido se fueron a vivir a la zona de la gasolinera de Las Chapas, un rincón de Málaga con el Arroyo del Cuarto a cielo abierto, vaquerías y mucho terrizo: «Mi padre tenía unas madreñas (zuecos) de caucho de cuando estuvo en Asturias porque todo era barro», recuerda el hijo mayor.

En Málaga, Don Miguel impartió Geografía e Historia. «Siempre lo impartió, a niños de cursos altos de EGB, séptimo y octavo», destaca su hijo José.

Con la inauguración del Colegio Pablo Ruiz Picasso se incorporó al equipo de profesores de la nueva escuela, donde siguió destacando por ser un profesor ejemplar. «Era carismático, de esas persona que no quieren llamar la atención pero la llaman», destaca su nieta Esther Garrido.

De su proverbial puntualidad da cuenta una anécdota: En una sola ocasión, llegó tarde al colegio. Sus compañeros profesores, siguieron charlando en el centro, sin entrar en clase, cuando se percataron que eran las tres y veinte de la tarde. «¿Cómo son las tres y veinte si Miguel no ha venido?», dijo uno de ellos.

Los corros

Una de las cosas que más recuerdan los alumnos son sus corros de las capitales del mundo. Un clásico sistema de preguntas, con Don Miguel en el centro mientras disparaba las preguntas. El primero del corro era el encargado de señalar en el mapamundi las capitales que iba preguntando y el último portaba el canuto en el que se guardaba el mapa. Tampoco olvidan los antiguos alumnos, en las redes sociales, sus métodos para evitar que se copiaran en los exámenes.

La jubilación le llegó en 1990, pero como recuerda su hijo José, «no le gustó jubilarse, hoy en día los maestros se pueden jubilar a los 70 y él hubiera seguido».

Gran deportista, durante buena parte de su vida se volcó en el senderismo y un par de rutas, encima de La Cala, donde tenía una casa, llevan hoy su nombre y apellidos. Con los años fue dejando los montes pero siguió andando. «Era característico en La Cala que saliera a andar en pleno verano con su bastón, paraguas, gorro y mochila», recuerda José.

En su familia ha dejado una profunda huella, que puede seguirse en la afición al ajedrez que supo transmitir; la rectitud, disciplina y puntualidad de muchos de sus miembros pero también en que entre hijos y nietos abundan los maestros y hasta hay un catedrático de Biología.

Viudo en la última etapa, falleció rodeado del cariño de todos los suyos. «Fue muy buen padre», subraya emocionado. José. Y para sus alumnos, un maestro querido e irrepetible.