El otro día, sin proponérmelo, fui testigo de una conversación entre dos mujeres. Una de ellas, refiriéndose al envío de un objeto, le dijo: «Te lo mandaré con un propio».

Hacía años que no oía esa corta frase. En Málaga, y supongo que en otros pueblos y ciudades de España, se empleaban esas palabras para informar a un tercero de que le iba a enviar desde una receta de cocina a una maceta con flores. «Te la mandaré -repito- con un propio».

En el diccionario de la RAE, que es muy socorrido para saber la definición de cada vocablo (se lo recomiendo a todos sin excepción), se recoge claramente el significado de la frase en desuso, porque modernamente no se mandan recados. Para eso están los correos electrónicos, los whatsapp y no sé si todavía existen los e-meils o como se escriba.

En la definición no ha lugar a duda: «Persona que de manera expresa se envía de un punto a otro con una carta o un recado». Una señora, de las dos que hablaban y yo oí por casualidad, le iba a enviar «con un propio» algo que no pude captar.

Resumiendo: los «propios» o recaderos han desaparecido del panorama habitual porque ya no son necesarios. Para cubrir esa necesidad, aparte los atosigantes whatsapp, están las agencias de reparto a domicilio con entregas en escaso periodo de tiempo.

Otras actividades en desuso

La figura del cosario es muy parecida a la del propio. Dice la RAE: «Hombre que conduce personas o cosas de un pueblo a otro».

En la provincia de Málaga, seguramente en cada municipio, existía un cosario que se encargaba de llevar objetos de un municipio a otro. Pongo en duda lo de la conducción de personas. Yo recuerdo concretamente la figura del cosario de Coín, un hombre que ejercía su oficio con seguridad, disciplina, honradez€ Supongo que los cosarios de Alfarnate, Cuevas del Becerro y los cien pueblos de Málaga cumplían ese trabajo con el mismo celo que el citado de Coín.

Hoy, las cosas se remiten de otra manera; vamos, por Seur o cualquier otra empresa dedicada a este necesario menester.

Otras actividades o profesiones desaparecidas de las nóminas de la industria hotelera son dos que antes eran imprescindibles y que quizá se mantengan en hoteles de cinco estrellas gran lujo. Me refiero a los maleteros y a los botones. Antes, cuando uno iba a un hotel, junto a la recepción estaba el maletero dispuesto a llevar las valijas a la habitación adjudicada.

Hoy, salvo en los cruceros, cada uno tiene que cargar con su maleta. Menos mal que se han impuesto las maletas con ruedas.

Con respecto a la figura del botones, sucede un tanto de lo mismo. En los hoteles, en los casinos, en la peñas€ la figura del botones era imprescindible para atender pequeños encargos, como facilitar un paquete de tabaco, llevar un recado€ Siempre se ha utilizado el plural para identificar a los menores de edad que ejercían este oficio, etapa obligada para acceder a categorías superiores dentro de la empresa o club. Imagino que se les identificaba como botones porque la chaquetilla o prenda superior del uniforme se caracterizaba por una multitud de botones utilizados en la prenda.

Y cada día hay menos botones, no solo en los lugares citados sino en la ropa masculina y femenina. Los botones han sido desplazados por las cremalleras y el velcro.

Las plañideras

Yo no recuerdo que en Málaga, por lo menos desde que tengo uso de razón, se haya ejercido el oficio de plañidera, que según la historia -viene de la época de Jesucristo en la tierra- era consistente en la contratación de mujeres para llorar en los duelos y enterramientos. Las profesionales vestían trajes negro con velos del mismo del color, y lloraban previo pago, no sé si por el número de lágrimas o el tiempo empleado en jipíos y gemidos para crear el ambiente funerario.

¿Hay plañideras en la actualidad? Lo ignoro. Lo que se va imponiendo es una costumbre de origen foráneo: reunirse a comer después de las exequias. Lo vemos en películas norteamericanas y de otras procedencias.Rascadora

He dejado para el final un oficio que ejercieron dos hermanas ya mayores que residían en una de las casamatas de Ciudad Jardín.

Yo llegué a conocerlas porque frecuentaban un par de viviendas de unos señoritos malagueños que podemos calificar de sibaritas en el grado máximo, summum. Una de ellas se llamaba Encarnación.

Ejercían la profesión más extraña del mundo mundial: eran rascaderas profesionales. Rascaban las espaldas de sus clientes con una frecuencia no estipulada.

Los pacientes se tumbaban bocabajo en un sofá o en su cama para que las expertas manos la rascaran la espalda durante un tiempo marcado. Al parecer, la rascadura producía un enorme placer a los caballeros contratantes.

¿Lo han probado alguna vez? Pero creo que ya no hay rascaderas. Las dos que conocí fallecieron hace muchos años.

Quizás esta historia inspire a caballeros adinerados para disfrutar de ese placer, y dentro de unos años haya máster en rascamiento por la Universidad de Birmingham.