­Cuando eres pequeño preguntas cosas extraordinarias. En muchas ocasiones de respuesta sencilla, pero no por ello menos interesantes. Hace un par de días oí a un niño de unos ocho años preguntar a su madre cómo era capaz de flotar uno de los barcos más grandes del mundo en pleno mar. La madre explicó al pequeño una serie de dinámicas que escapaban a mi «fluido» inglés, pero mi respuesta, intrínseca e interna, fue muy diferente a la de aquella madre y sus tecnicismos. Un gigante de hierro, que es capaz de flotar por el mar, no lo hace por cuenta propia, no sólo se ciñe al plan de zarpar establecido, necesita más. El Symphony of the Seas tiene más.

Ser de interior te hace respetar el mar. Con majestuosidad y alabanza, aunque siempre adoré la Sierra Cazorla y sus paisajes. Sin embargo, el mar supone un salto al vacío que jamás había dado y el pasado 27 de marzo, contra todo pronóstico, el mar se me abrió paso con la inauguración del último cuatrillizo de la clase Oasis.

Este navío, con la extraordinaria capacidad de acumular en sus entrañas a 6.680 pasajeros, no deja indiferente a nadie, para bien o para mal, siempre dará que hablar. La inmensidad queda representada en sus dimensiones con 362 metros de eslora y 72,5 metros de alto. La ciudad flotante vista desde el exterior ya crea un furor inequívoco de su grandeza a todos los niveles. Si se ve un reloj de oro macizo, se sabrá la calidad del mismo, el coste de producción y la exquisitez que éste representa. Así es como la «sinfonía de los mares» atraca en el puerto. Con una grandeza y lujos que tan solo, a través de su inmensa estructura, ya son palpables. El menor de los hermanos de Royal Caribbean cuenta con una de las bienvenidas más amables que se puedan recibir. Solo comparables con la llegada a casa de tus padres después de meses de exilio. Un complaciente abanico de sonrisas te guía directo hacia lo que parece presentarse como una ciudad-paraíso flotante en la que «cualquier sueño podría hacerse realidad».

La quinta planta está repleta de luces fluorescentes y música ambiente que te prepara para lo que será una dinámica caribeña, restaurantes de diferente consonancia y tiendas, muchas tiendas. Algo similar a un centro comercial de alto standing. Al fondo, a la izquierda, varios brazos mecánicos preparan cócteles a gusto del consumidor. A la derecha, una hilera de ascensores luminosos y con vistas al epicentro del barco te alientan a la búsqueda inmediata del camarote.

El idioma no supone un problema. Inglés, francés, italiano, portugués o español. La tripulación a bordo está muy bien preparada. Se me hacía imposible pasar por al lado de alguien y no balbuceareun «hello» a cualquiera que estuviera dispuesto a devolverme una sonrisa. Como cuando ves los anuncios de gente sonriendo a sus ensaladas. La felicidad no sólo la ofrecen los servicios de los que dispone el megracrucero, sino que, en su totalidad, las personas encargadas de que éste continúe flotando en mitad del mar.

Cualquier necesidad está cubierta. Para alguien que no está acostumbrado a que le «bailen las aguas», tener a un amplio personal tras de sí, pendiente de todas y cada una de sus necesidades es, cuanto menos, placentero. A la vez, abrumador. Me gustaba dejar los vasos utilizados en la barra y agradecer innumerables veces tal asistencia. Su trabajo es hacer la estancia del crucerista más confortable, el de los pasajeros debería ser hacer el trabajo del servicio más llevadero.

Por otro lado, la cubierta del barco se convierte en el lugar de reflexión. Allí se comprende que la única necesidad real que existe en ese momento es la de plantearse lo grande que es el mar, lo pequeño que es el ser humano, y las grandes cosas que es capaz de hacer con sus manos, talento e imaginación. El camarote, en esta ocasión, con un gran balcón de vistas al mar, ayuda a ese debate interno mientras se admira la nada y se disfruta del sonido de las aguas del Mediterráneo abriéndose paso para ti y el gigante de hierro.

Sin embargo, toda la travesía se centra en disfrutar de una gran ciudad portátil repartida en un total de 17 plantas y 7 barrios. En la planta 15, el barco se convierte en un parque de atracciones acuático. Toboganes de dimensiones aplastantes, jacuzzis con vistas al mar, 23 piscinas y diferentes establecimientos para invitar al paladar a una experiencia multicultural con alimentos de todas partes del mundo. Algo más verde y luminoso se escondía en la octava planta, donde se situaba lo que ellos llaman Central Park. Un espacio tranquilo donde pasear de noche, junto a las enredaderas de un verde frondoso y ristras de luces que hacen de nuevo imaginar el trabajo que todo ello conlleva. Nada escapa a la perfección de Symphony of the Seas. Todo está en regla. Un control policial podría darse un canto en los dientes con una inspección en ese navío.

El barrio de Boardwalk se cierne en la sexta planta con su ya conocido tiovivo tallado a mano. Sobre él, las vistas de los balcones del crucero se hacen presentes así como dos de los toboganes más grandes hasta el momento situados en alta mar.

Al fondo, una enorme piscina con altos trampolines acompaña cada noche espectáculos con piruetas y un enorme anfiteatro para impresionar a un público exhausto por las vistas que quedan al final. El mar, de nuevo. La nada y la inmensidad unidas en una sola imagen para el recuerdo de unas vacaciones muy poco comunes.

Las actividades son múltiples. Pubs, restaurantes, tiendas, atracciones, spa, tirolina, laser tag, escalada, surf, solárium, teatro, música en directo, patinaje sobre hielo, minigolf, degustaciones, casino, exposiciones de arte en los pasillos... El tiempo corre en contra del pasajero si lo que trata es de disfrutar de todo lo que el crucero ofrece. Algo imposible de abarcar en tan solo unos pocos días.

Este buque surcará el mar durante varios meses aportando grandes torrentes económicos que beneficiarán a las ciudades colindantes al Mediterráneo. Los bolsillos más austeros sólo podrán contemplar su grandeza en una distancia media-larga desde los muelles agraciados con la llegada de la «sinfonía», algo poco alentador para el ciudadano medio.

Sin embargo, otros cientos y miles de personas podrán disfrutar durante los meses de primavera y verano de esta aventura que partirá desde Barcelona. Una travesía inolvidable y apabullante. Tanto como tener que reconocer que un niño de ocho años tenía un inglés más fluido que el mío.