Amparito camina cabizbaja buscando el calor humano de su cuidadora. Hace ocho años le diagnosticaron un tumor de casi diez kilos. El año pasado se lo consiguieron extirpar, pero el reloj de arena que narra su vida está a punto de cubrir la parte inferior. Le quedan horas. «Son animales que lo han pasado muy mal, el humano les ha hecho auténticas barbaridades», asegura la que ahora es su cuidadora. El Hospital de la Universidad de Córdoba experimentaba con esta yegua en condiciones indeseables. «Imagínate estudiantes pinchándoles todos los días, haciéndole exploraciones anales a diario y operándola sin necesidad». Por suerte, Amparito descansó hasta su final en el CYD Santa María junto a otros 58 caballos protegidos de sus maltratadores.

El refugio, situado en Alhaurín el Grande, acoge a caballos que han sido maltratados por sus dueños, pero siempre emprendiendo una acción legal contra sus maltratadores. «Si sólo nos limitásemos a rescatar animales se lo estaríamos poniendo muy fácil», argumenta Virginia Solera, una de las fundadoras de albergue, creado hace ya 15 años.

Campeón fue uno de los primeros pacientes. Fue encontrado moribundo junto una carretera de gran tráfico turístico de Cádiz. Nadie hizo nada excepto los pájaros, que ya lo estaban devorando: una lesión medular le impedía incorporarse. Campeón murió sacrificado, aunque desde la protectora aseguran que es la última opción: «Estamos en contra, sólo se produce cuando hay un profesional especializado que indica que ya no hay vuelta atrás», explica Solera.

Los animales que llegan al ahora convertido en santuario, bautizado así porque ya no ceden animales en adopción, sino que los caballos pasan el resto de sus días en los más de 33.000 metros cuadrados de instalaciones con las que cuenta la asociación, provienen de casos de situaciones muy extremas. Como la de Estrella, que arrastra su pata izquierda delantera, partida con la fuerza ejercida con una cuerda, hasta llegar a saludar a su cuidadora. «La atan a una cuerda, cadena o alambre y la tiran al suelo sin agua ni comida para que muera», narra.

¿Pero, por qué no la sacrifican si está sufriendo? «¿Cuándo tu te fracturas un hueso te lo planteas?», responde la cuidadora. «Es verdad que hay fracturas que son incompatibles con la vida, pero hay otras, como la de Estrella, que no», continua Virginia Solera. «Las películas del oeste han hecho mucho daño», bromea.

Elefantiasis, fracturas y lesiones oculares son las escenas trágicas más características de estos particulares pacientes del santuario. El 80% de los caballos del CYD Santa María sufren una pérdida total o parcial que alguno de sus ojos.

Al daño físico que sufren estos animales, se les suma el trauma psicológico: «Algunos tienen comportamientos incurables», expone Virginia, también hermana de la presidenta, Concordia.

«En esta sociedad hay mucha facilidad de aquello que nos molesta o que nos causa un pequeño esfuerza nos lo quitamos de encima», cuenta Solera mientras señala a distancia a Lluvia, rescatada de un río en Cártama. «La dejaron atada en el cauce para que se eliminasen las pruebas», asegura Virginia, quien cuenta cómo su hermana salvó al animal cortando el cable eléctrico que rodeaba su pata. Ese mismo día, en el cementerio de caballos de Cártama, como llaman a ese lugar que se inunda cuando abren el embalse, murieron dos caballos.

El día en el CYD Santa María comienza a las siete de la mañana, pero los responsables de los cuidados, las hermanas Solera y Luciano, no tienen un horario definido. «Podemos llegar a trabajar hasta las tres de la mañana», aseguran. Durante la mañana, se dedican a curarles las heridas, a medicarles, limpiarles y alimentarles; por la tarde, se centran en trabajos de comportamiento para devolverles la confianza en el humano. No obstante, el caballo no es el único animal de la finca, sino que conviven con gatos, perros, hurones e incluso pavos reales que también han sido maltratados.