­El niño, ojos azules y pelo rubio, chilla de alegría. Se sitúa al inicio de un tobogán metálico que marca una línea desigual. Para no perder el equilibrio, deja caer la espalda en el regazo de la madre. La fuerza de la gravedad empieza a actuar y los dos se deslizan por el tubo con forma de serpiente. Una sonrisa se dibuja de punta a punta. Esa clase de sonrisa que se contagia porque no pide nada a cambio. El protagonista de la imagen que acompaña se llama Alex y tiene seis años. El único viaje que conocía Alex antes de llegar a Málaga era el que le llevaba de los brazos de su cuidadora a la cama y al revés. Como tantos otros niños en Rusia, fue abandonado el mismo día de su nacimiento y acabó en un orfanato a las afueras de Moscú. También es uno de los muchos niños rusos adoptados que han encontrado en España una familia. Ruth Sarabia, la madre de Alex, abre las puertas de su memoria y enciende las luces para rememorar un proceso que empezó en 2008 y que no se llegó a culminar hasta 2012.

Un camino que pone a prueba de bombas la capacidad de sobreponerse a los sinsabores. La confirmación del cliché de la educación soviética, en la que el colectivo prima por encima del individuo. La idea de adoptar siempre estaba ahí. La madre de Ruth, antes de enfermar, ya había barajado esa posibilidad. Como la vida se escribe por derroteros caprichosos, a Ruth le detectan un cáncer de mama. Los médicos advierten de los peligros de un embarazo. «A partir de entonces, empezamos a madurar la idea de la adopción». Tomada la decisión, empiezan los trámites. El papeleo casi es lo de menos, aunque los folios a rellenar sean kilométricos. «Es el tiempo. Hasta que nos transmitieron nuestro expediente pasaron casi cinco años y medio», reseña. Por el camino hasta le cambiaron el país de origen de la adopción: «Primero era China y luego nos llamaron para decirnos que nuestro expediente iba para Rusia». Eso a Ruth le dio igual. «Si alguien cree que esto es como un catálogo, está muy equivocado», sentencia firme. Antes ya había pasado el procedimiento al que obliga la Junta de Andalucía. Un desnudo integral de cuentas corrientes y entradas literales en la alcoba de la pareja. Test psicológicos. Evaluaciones y exámenes. Llega el gran momento. El primer contacto visual lo tiene grabado a fuego: «El niño se suponía que tenía un año y medio, pero su desarrollo físico no correspondía con esa edad. Los datos que nos dieron no eran concluyentes, pero yo ya sabía que nos los íbamos a quedar. Te tienes que decidir el mismo día». De nuevo, vuelta a Málaga: «Esos fueron los peores meses».

Luego un juicio en Rusia. Visita a la embajada. Más embajada. Por fin llegó el momento de partir a Málaga. Que todos los niños vienen con una mochila lo iba a comprobar pronto. En el caso de Alex, son los efectos de haber sufrido el alcoholismo fetal. A pesar de todo, arrepentimiento ninguno. Todo lo contrario. Felicidad por un hijo que lo da todo sin pedir nada a cambio.