En febrero saltaba la sorpresa: nuevos análisis en tres cuevas españolas, La Pasiega (Cantabria), Maltravieso (Cáceres) y Ardales, evidenciaban que los autores de las pinturas rupestres fueron los neandertales hace 64.000 años, 20.000 antes que la llegada del Homo sapiens a Europa. Así que los neandertales no eran esos seres primitivos y rudos nacidos de la imaginación popular y, por lo que parece, fruto de un profundo malentendido. Se abre un nuevo horizonte para la Prehistoria.

Esta noticia, que pone patas arriba el arte rupestre y, una vez más, las dataciones prehistóricas, es algo que a Manuel Laza Zerón, portavoz de la familia propietaria de la Cueva del Tesoro e hijo de su redescubridor, Manuel Laza Palacio, no coge por sorpresa. Gran estudioso del arte paleolítico, está seguro de que conclusiones parecidas sacarán los expertos si examinan las pinturas de la cueva de Rincón de la Victoria, que la familia tiene alquilada al Ayuntamiento desde 1991.

«Estoy convencido de que algunas de las pinturas son neandertales, la datación puede ser igual que las de la Cueva de Ardales porque esta es la zona de Europa en la que los neandertales pervivieron más tiempo», argumenta.

Manuel Laza lleva muchos años batallando, como tutor legal de esta cueva de origen marino, declarada BIC, porque cuente con un director arqueólogo titulado, algo de lo que nunca ha disfrutado. «El director, con un equipo de investigación, podría analizar las pinturas y datarlas», destaca.

La frase la pronuncia delante de un panel que, al inicio de la visita turística, informa de que las pinturas más antiguas de la cueva tienen a sus espaldas 31.700 años, «pero son fechas que han dado estudios de hace veinte años», advierte.

Manuel Laza, tras pasear por la cueva que conoce como su propia casa porque la visitaba de niño casi todas las semanas mientras su padre, el académico de Bellas Artes de San Telmo Manuel Laza Palacio, la investigaba, se acerca a una pequeña cavidad natural en la piedra que casi pasa desapercibida. En ella se aprecian unas rayas practicadas en la pared, junto a un pequeño orificio natural: «Estas rayas deben de tener entre 40.000 y 45.000 años. El hombre prehistórico creía que los boquetes que había de forma natural en las cuevas conectaban el mundo de los vivos con el de los muertos, es un rayado chamánico, como apunta David Lewis-Williams en La mente en la caverna», señala.

Lo más llamativo es que está convencido de que el símbolo de la Cueva del Tesoro, la pintura de un cáprido (un ciervo o una cabra montesa), en una zona no accesible al público, es obra de los neandertales y por este motivo conduce a La Opinión hacia esta gruta de unos 80 metros de largo, sumida en la oscuridad, a la que se accede por una profunda y estrecha escalera esculpida en la piedra, cuyo paso está cortado por una cuerda, aunque el visitante espabilado que espere una aventura por su cuenta se topará a unos pocos metros con una verja cerrada con candado.

Después de abrirla, el pasillo se estrecha y además hay que agachar la cabeza para no rozar las estalactitas que van formándose en el techo. La linterna llena de luz un gota que a los pocos segundos se precipita en el suelo, donde ya se está formando con paciencia franciscana el arranque de una futura estalagmita. «Estas estalactitas no deben de tener más de 20 años», calcula Manuel Laza.

En mitad del estrecho pasillo, el propietario de la cueva se detiene y recuerda que, justo en esa zona, «mi padre, con mi tío Rafael, encontró en el suelo una circunferencia no perfecta con huesos humanos quemados». Su tío, el conocido farmacéutico Modesto Laza, los analizó y calculó que eran de la época musulmana, con unos ocho o diez siglos de antigüedad. Con este dato, el padre de Manuel Laza concluyó que eran del siglo XII, la época en la que unas personas se dedicaron a enterrar hasta el techo la actual Sala de la Virgen. En esta ocultación intencionada, que Manuel Laza Palacio desenterró a fondo, el académico localizó un candil con seis monedas árabes.

Por sorpresa, la estrecha galería, nada recomendable para claustrofóbicos, se abre a un amplio espacio y al fondo, en la enorme pared curvada, alumbrada por la linterna de Manuel Laza, el prodigioso trazo con pintura roja de un ciervo o una cabra montesa, aprovechando las grietas de la roca. «Como mínimo tiene 40.000 años, creo que la hicieron los neandertales», subraya.

El propietario de la cueva pide precaución porque, a pocos metros, el suelo aparece horadado de forma sospechosa, mientras alumbra lo que parecen huellas de una excavación no autorizada, realizada hace años. «Esto es lo que yo llamaría un expolio».

La gruta continúa por un pasillo más estrecho, por el que hay que arrastrarse. En el espacio de la pintura símbolo de la cueva, en el suelo, algún bastoncillo de los oídos, papeles y una cinta de plástico, olvido de algún operario, apunta Manuel Laza.

Y en las paredes, otro tipo de vestigios pictóricos que en cierto modo ya son testimonios arqueológicos: el nombre de una chica inglesa, Jane, fechado en 1962, recuerdo de un malagueño aficionado a las turistas y el recuerdo de la visita de unos conocidos malagueños el 2 de febrero de 1919, que dejaron su nombre en la piedra: Eugenio y Augusto Taillefer, Miguel y Paco Such y Otto Kustner.

Mejoras en la cueva

Y si el director arqueólogo sigue a la espera y Manuel Laza lamenta la falta de vigilantes en la cueva, en este año se ha producido una importante mejora: barandillas nuevas, que sustituyen a las antiguas oxidadas y con iluminación y luces frías, que sustituyen a las cálidas, que producían el mal verde, unos hongos que podían acabar con las pinturas.

El concejal de la Cueva del Tesoro, el popular Antonio José Martín, comentó que las barandillas y la iluminación «han sido una prioridad y estamos muy contentos». Con respecto a la seguridad, señaló que dos guías en taquilla se encargan de ir bajando y vigilar. En relación con la investigación de las pinturas, comentó que la intención es «seguir mejorando y siempre es bueno que se siga investigando y contando con expertos». La puerta está abierta a más sorpresas en la Cueva del Tesoro.