A primera vista parece un palacio barroco en mitad de la calle Parras, escoltado en cada extremo por la capilla del Molinillo y las torres de San Felipe Neri. Y sin embargo, este tesoro patrimonial levantado a finales del siglo XVIII sobre un modesta ollería se construyó para un fin nada palaciego: acoger a niños de familias pobres para darles cobijo y educación.

El fin social fue mudando con el tiempo y con él, la denominación del edificio, que ha pasado a la memoria popular de Málaga como la Casa Cuna.

Declarado Bien de Interés Cultural en los años 80 del siglo pasado, la Diputación, a tono con una institución nacida en el XVIII, la Real Academia de la Lengua, acaba de dar esplendor a la fachada. Tres meses de obras, por un importe de 60.000 euros, que han reforzado y protegido la airosa arquitectura fingida de la decoración barroca, y se ha aprovechado para poner en retirada mohos, hongos y cerrar grietas.

Y algo muy importante: se ha reproducido un antiguo canalón de cerámica vidriada, parejo con la cornisa, para que el agua de lluvia deje de correr a su aire.

Y bajo el balcón principal preñado, clásico de Málaga, un relieve en piedra que nos da una importante pista sobre su origen: el anagrama de Ave María, presente también en un medallón, con la corona de la Reina de los Cielos, un elemento muy típico de los filipenses.

Porque fue esta congregación (que no orden religiosa) la que propició la construcción del edificio en 1785, cuyo diseño pudo ser en parte obra de Ventura Rodríguez y el director de las obras, José Martín de Aldehuela.

Pero la idea original partió del padre filipense Cristóbal de Rojas, fallecido años antes, que quiso montar en Málaga una institución que acogiera a muchachos pobres y desamparados para darles cobijo y educación, la obra de los Niños de la Providencia. El problema, recuerda el historiador malagueño Víctor Manuel Heredia, consultado por este periódico, es que se instalaron en un primer momento en una casa muy cerca de San Felipe Neri, entre calle Gaona y Ollerías, y los sacerdotes no pegaban ojo «con las pendencias, voces y pedradas que tiraban a las ventanas y el ruido que hacían», escribía un testigo de la época.

Al final, los filipenses se desligaron de la obra, que pasó a gestionarla la Junta del Pósito Monte de Piedad, aunque pagaba el alquiler de la casa a los filipenses. En 1785 estrenan la casa hoy restaurada de la calle Parras con el nombre de Obra Pía de Niños de la Providencia y Escuela General de Pobres.Casa Cuna, en el XIX

A mitad del XIX, detalla Víctor Manuel Heredia, esta obra pasa al desamortizado Convento de Santo Domingo y es entonces cuando el edificio se convierte en Casa Cuna, para acoger a los niños expósitos o abandonados. De hecho, el inmueble tenía un torno giratorio, ya desaparecido, en el que solían depositarse los recién nacidos, momento en que sonaba una campanilla de aviso.

La Obra de los Niños Expósitos era una veterana iniciativa del gremio de los carpinteros, surgida en 1573, que primero tuvo su sede en el Hospital de Convalecientes, del que solo nos queda el nombre de calle, y al siglo siguiente, en la iglesia y casa hospital de San José, en la calle Granada. Allí, en la Casa de Expósitos de San José, eran cuidados los recién nacidos hasta que cumplían seis años.

Tras el traslado a la calle Parras, el edificio cumplió la función de Casa Cuna hasta 1952, cuando por el estado del edificio se traslada a unos terrenos de la Diputación junto al actual Materno. En el edificio original había una placa, hoy conservada por su familia, que recordaba a Agustín Santos Ayuso, director de la Casa Cuna durante 35 años.

Desde 1999 acoge el Centro Cultural Provincial María Victoria Atencia, aunque la entrada principal la tenga por Ollerías. Quizás tenga mucho que ver en este cambio de orientación la insalvable escalinata que todavía se conserva y que da acceso a esta joya barroca, recién rehabilitada, en el número 17 de la calle Parras.