Quizás, nada habría sido lo mismo si en el comedor de El Copero, el centro de reclutamiento de Sevilla donde los reclutas pasaron sus dos primeros meses de mili, hubiera olido a rosas. El caso es que olía a hospital de manera intensa y eso hizo que Antonio Pastor (Málaga, 1947) esa primera noche sólo probara dos tajadas de pan con membrillo. «Aquello era vomitivo», recuerda Antonio esta semana mientras aguanta la risa.

Así que un grupo de unos ocho o nueve reclutas de Málaga decidió organizar con discreción una cena por su cuenta todas las noches, aunque el sitio, al aire libre, tampoco fuera el Edén: «Nos reuníamos junto a un afluente del Guadalquivir, un río con todos los mosquitos... era el vertedero de Sevilla», comenta.

Pero allí, lejos del comedor con olor a linimento, y sin fogatas para no llamar la atención de los superiores, con rondas de coca cola que cada noche pagaba un recluta, ensalada y lomo en manteca, se fue fraguando una amistad que para algunos se prolongó luego en la Base Aérea de Málaga y que hoy dura medio siglo.

El pasado 10 de mayo, en la marisquería La Peregrina, cerca de treinta gurripatos del 68, el mote cariñoso con el que los malagueños llamaban a quienes hacían el servicio militar en la Base Aérea, celebraron el medio siglo de esas tempranas cenas con mosquitos.

Y de paso, dejaron constancia, valga la redundancia, de su constancia, porque son 43 los años que se llevan reuniendo para una cena o almuerzo anual. Desde 1975.

«Mantenía la amistad con muchos de ellos, nos veíamos y nos dábamos un abrazo y una vez, pasados los años, le dije a Rafael González, Fali, que por qué no nos reuníamos los de la cena de El Copero», explica Antonio Pastor, Pastorcillo para los antiguos reclutas.

Y así comenzó esta tradición, con una primera cena en Casa Pedro y que este año tuvo como gran novedad la incorporación de un nuevo recluta, que no veía a sus amigos desde hacía 50 años. Y todo ocurrió como en una comedia de Berlanga hecha realidad: La escena tuvo lugar en el AVE. Meses atrás un pacífico señor atravesaba un vagón cuando un pasajero que iba sentado le cerró el paso con su larga pierna. El otro, perplejo, trató de buscar una explicación pero el viajero que ejercía de aduanero le soltó: «Por aquí no pasas. Y tú eres Enrique de Acuña de Diego», y luego se identificó: Era Dionisio Castillo, compañero de la mili.

Los dos amigos se fundieron en un abrazo. Enrique de Acuña, malagueño residente en Madrid, prometió asistir como fuera a la reunión del 10 de mayo. Cumplió su palabra.

En el caso de Antonio Pastor, se presentó voluntario para poder elegir Aviación. Su padre, que tenía el bar Los Pastores en la avenida de La Rosaleda,15 (hoy Selección Los Pastores, en manos de la tercera generación de la familia) regaló un jamón a algún mando «para que yo fuera a El Copero y luego, a los dos meses, a Málaga».

Pero la pata de jamón no surtió el efecto deseado, así que a los dos meses, en lugar de aterrizar en la Base Aérea lo destinaron al polvorín de Bobadilla. «Y eso que yo era el enchufado número uno... pues allí me tiré tres meses». Le pusieron de camarero de los soldados y compaginaba este trabajo y las guardias con el trabajo diario en el bar familiar de Málaga, al que iba y venía gracias a una motillo.

Y llegó el destino de la Base Aérea, el Ala 47, donde en pleno invierno tenía que cargar los trenes de aterrizaje, cambiar el aceite y meter el combustible en los aviones. Como su padre acababa de sufrir un infarto, Antonio se levantaba a las 5.30 de la mañana para trabajar en el bar y luego continuaba en la Base Aérea, logró convertirse en ayudante del teniente coronel López Gómez, que vivía en uno de los dos bloques de militares del Ejército del Aire de la actual avenida de Andalucía, donde terminó el servicio militar.

La cita de 2010

En junio de hace ocho años, La Opinión ya se interesó por estos gurripatos malagueños que llevaban tantos años renovando su amistad. La cita fue con Valentín Robles (Valen), Matías Palomo (Mati), Rafael González (Fali) y Antonio Pastor (Pastorcillo).

Matías recordaba entonces que, en El Copero, el primer día les pusieron a recoger colillas, mientras que Rafael señalaba que le mandaron limpiar los urinarios, «porque un cabo me decía que tenía la letra bonita». «Era la mili», concluía.

Tampoco se olvidaron del día que fueron a visitar a un recluta que se había accidentado en la ducha y que se encontraba en el hospital. Se trataba de un joven muy tímido, de pueblo, que llevaba meses ingresado. Los amigos lograron pedir un permiso para él, trasladarlo a Málaga y darle la sorpresa a su madre: «Lo llevamos a su pueblo y salió su madre, vestida de negro y se dieron un abrazo», recordaba entonces Valentín Robles.

La promoción 68/69, por cierto, fue la única que, antes de dejar Sevilla, tres días antes de la jura de bandera tuvo permiso para organizar una fiesta. Emplearon las sábanas de manteles.

Por cierto que Antonio Pastor nunca olvidará su bautismo del aire, a bordo de un avión Junker, que era conocido como Pedro, de tiempos de la II Guerra Mundial. «Pastor, ¿sabe usted rezar?», le preguntó el teniente piloto. El recluta asintió. «Pues empiece a rezar porque se ha parado un motor». Por fortuna, todo quedó en un susto, aunque fuera mayúsculo.

Los amigos de entonces han cambiado las cenas de El Copero por almuerzos anuales. Ya no existe el servicio militar ni están en servicio los aviones Pedro pero la amistad continúa, cada vez más reforzada. Los gurripatos tienen cuerda para rato.