El autor de esta serie titulada Memorias de Málaga escribió un capítulo titulado «Respetad a los animales», publicado en estas mismas páginas de La Opinión el 10 de octubre de 2016. Su lectura, según me contaron varios amigos y familiares, no gustó a algunos lectores, e incluso uno me puso verde en las redes sociales.

Yo, en mi modesta posición de relator de historias relacionadas con Málaga y los malagueños, me atreví a comentar que entre los amantes de los animales y sus derechos, abundan los que solo se fijan en cuatro especies; concretamente los caballos, los perros, los gatos y los toros. Estas cuatro especies merecen todo los respetos, como buen trato, alimentación, servicios veterinarios, bienestar e incluso, como en el caso de una señora muy conocida por aparecer en las revistas del corazón, dotar de calefacción la casita -o quizá mansión- de su mascota.

Me permití comentar que otras especies de animales, como los mariscos, por ejemplo, que ese interés que ponen en defender a las cuatro especies citadas, no se hagan extensivo a los demás animales. Citaba el caso de las langostas y otras especies que vivitas y coleando arrojamos a la olla con agua hirviendo para guisarlas. Ésta, digamos denuncia, sentó mal a esos lectores usuarios de las redes sociales.

Prohibido hervir la langosta

Acepté los comentarios adversos aunque no los compartí. Queramos o no, el hombre, desde los tiempos de Adán y Eva, para supervivir recurre a la caza y captura de animales para comérselos en salsa, fritos, a la plancha, escabechados o crudos; bueno, los animales hacen lo mismo y algo más: se comen unos a otros. También nuestros antepasados, además de los animales de tierra, mar y aire, se comían entre ellos. Antropofagia o canibalismo se denomina la feroz costumbre de nuestros antepasados.

¿Por qué traigo a colación año y pico después de su publicación el tema que fue objeto de algunas críticas? Pues porque en las mismas páginas de La Opinión y supongo en otros periódicos de los muchos que se editan en España, se ha publicado el 12 de enero del presente año, la siguiente noticia que copio literalmente: «El Gobierno de Suiza ha prohibido la práctica culinaria de tirar las langostas vivas en agua hirviendo para cocinarlas y ha establecido que antes deberán ser aturdidas, en el marco de una revisión de su legislación en materia de protección animal».

Sigo copiando: «Los crustáceos vivos, incluida la langosta, ya no podrán ser transportados sobre hielo o agua helada. Las especies acuáticas deben mantenerse en su entorno natural. Desde ahora los crustáceos deben ser aturdidos antes de matarlos, señala la normativa aprobada ayer por el Gobierno suizo y que entrará en vigor en marzo».

Sin entrar en detalles porque no he leído el texto de la orden dictada por el Gobierno suizo, me queda la duda de una parte del texto: «y ha establecido que antes deberán ser aturdidas». En mi ignorancia me formulo una pregunta: ¿Basta con darle a la langosta un mamporro o un garrotazo para aturdirlas o hay que inyectarle un somnífero para evitarle el sufrimiento?

Como el trato a la langosta figuraba en mi colaboración me permito repetir un párrafo que viene como anillo al dedo después de la decisión del Gobierno suizo. Escribí: «Cuando las langostas son arrojadas al agua hirviendo se oye el crujido de los caparazones. ¿Será el crujido la señal o grito de socorro por el sufrimiento?

Parece que algún miembro del Gobierno suizo leyó mi trabajo; es presuntuoso por mi parte. Pero bueno, me alegra que coincidamos.

Pero aquí seguiremos comiéndonos las gambas a la plancha, las almejas salteadas, las conchas finas vivas con sus gotitas de limón y pimienta, los mejillones al vapor, las ostras crudas... y no cito langostas porque mi paga de jubilado, tras treinta y nueve años de cotización, no me permite degustarlas.

El feminismo

El feminismo, como la creación de empleo en España, va viento en popa, a todo meter. Una iluminada de un partido político ha exigido que la vocera del gobierno en el parlamento -la portavoz en el lenguaje parlamentario- desde ahora en adelante, haciendo caso omiso a la gramática española, se denomine portavoza, un palabro que tiene que adoptar la Real Academia en una de sus periódicas incorporaciones de nuevos vocablos.

Me temo que en próximas fechas se erijan otras portavozas de los derechos de los animales en el sentido de matizar los géneros en cada una de las especies. Los propietarios de animales de compañía, al sacar a la calle a hacer sus necesidades en las aceras para emporcar la ciudad, utilizarán el masculino y el femenino; sacarán el perro o la perra, tendrán en su hogar un gato o una gata, en las jaulas tendrán pájaros o pájaras, utilizarán insecticidas para exterminar moscas y moscos, mosquitos y mosquitas...

En la compra diaria, en las pescaderías, adquirirán salmón o salmona, merluza o merluzo, mejillones o mejillonas?

En los restaurantes y chiringuitos se dirigirán a los camareros o camareras (en este caso la identificación no será difícil, pienso) para que la cocinera o chefa le prepare unos boquerones y boqueronas en vinagre o unos espetos o espetas de sardinas o sardinos porque un exquisito distingue el sabor de una y de uno, como en el caso de las cigalas que son más sabrosos de los cigalos.

Menos mal que en otras especies las diferencias son tan notables que ya tienen denominaciones propias, como el toro que se empareja con la vaca, el caballo con la yegua, el carnero con la oveja...