Málaga es ese tipo de ciudad en la que es más fácil molestar que organizar. Que le pregunten a los ciclistas que habitualmente usan el carril bici en la acera norte de la plaza de la Marina, donde alguien que debe cobrar una barbaridad por improvisar ha decidido inhabilitar el mismo con enormes y llamativos carteles que recuerdan que el paso ciclista queda cortado más adelante, se entiende que en la Alameda por las obras de peatonalización. Uno de los mensajes añade que el ciclista deberá buscarse la vida en un itinerario alternativo de coexistencia por el Soho, como si Málaga tuviera de eso y sus habitantes fuesen bobos y no supieran que no lo tiene.

Pero más allá del contenido subliminal de la propaganda, la cuestión es si para informar a los usuarios de la bici es realmente necesario colocar los carteles sobre los mismos carriles y a escasos metros unos de otros, como se puede observar junto a la mismísima estación de Málaga Bici que se mantiene frente al edificio de Turismo y Planificación Costa del Sol.

Si la estrategia de los responsables de Movilidad era que los ciclistas que siguen circulando por esa zona se vean obligados a sortear la mala pipa municipal para no hacerse daño con los postes de las señales e invadir el terreno de los peatones con el consiguiente peligro para unos y otros, entonces tienen todo mi reconocimiento. Hasta ahora, ambos bandos no tenían suficiente con convivir sobre la misma acera separados por una línea pintada en el suelo fácilmente superable.

Guadalmar

Insuperable sí que parece la situación que vive la no limpieza en Guadalmar, un barrio en el que muchos de sus vecinos y el Ayuntamiento de Málaga pretenden declarar a la suciedad como una especie endémica protegida. Impresentable el aspecto de algunas de sus principales vías, con más papeles y restos de basura fuera de las papeleras que dentro y con síntomas evidentes de abandono en las zonas ajardinadas. Sobre todo en todas esas rotonditas que han acabado por convertirse en pequeños vertederos particulares. Por no hablar del popó de los perros de sus dueños, una batalla perdida que se extiende por gran parte de la ciudad.