La insumisión no es una actitud exclusiva de tenistas con patillas y cantantes de folk. También se da en algunos perros. No se engañen, por muy pequeños que sean, muerdan o no muerdan, todos están capacitados para subirse al sofá, desplazar al padre y a la hermana y colocarse el mando a distancia en el regazo. Bueno, esto último quizás no, pero el símbolo es el mismo. Si un can se pone bravo, no hay quien le tosa. "Será porque está loco", dirá la gente de bien. "Será que sufrió mucho con la perra madre", dirán los freudianos y a nadie se le ocurrirá preguntarse en serio el porqué. Sobre todo, porque la respuesta hablaría de los dueños. Que fallan. Y mucho. Especialmente cuando creen en la tecnocracia del arrumaco continuo, no sacan al chihuahua hasta que crece o le permiten enzarzarse en disputas y jaurías.

Pero no todos los perros se comportan como golfos. Existen algunos que poco menos que te simplifican la tarde, se sientan ante las visitas y cuidan del menor de la familia. Hermosos, perros hermosos. Saltan, brincan y aprenden a rescatar a un náufrago sin una salchicha a cambio. La mayoría no, claro está, pero si los que han sido formados por Educan, una empresa que prepara a los dueños y consigue que los animales decidan la solución más adecuada ante los obstáculos, que defiende las excelencias del aprendizaje cognitivo.

Dicho así parece una escuela de psicología. Tal vez lo sea si se tiene en cuenta que no conciben al perro como un montículo que ladra y te puede traer una pelotita, sino como un ser vivo facultado para alcanzar pequeñas soluciones a pequeños problemas. Su método da resultado. Gabriel González, responsable de la firma en Málaga, está preparado para enfrentarse a canes que se comen hasta a su madre y devolverlos al mundo como sujetos dóciles y encantadores. Y lo hace. Con un único requisito: que los dueños se impliquen en las clases. "Si no -dice-, es imposible".

Para los que no hayan visto nunca una sesión basada en el método cognitivo, el asombro está garantizado. Fundamentalmente si se trata de perros novatos. Es el caso de Yuma, un ejemplar de labrador que te recibe trepando por el pecho e intriga sobremanera a sus dueños. En tan sólo cinco minutos, Tina Vaabengaard, trabajadora de la empresa, abre la veta de su conversión al civismo. Con manifestaciones de tristeza y alegría, aligerando y parándose en seco, logra que la perra aprenda a caminar por el lado que más agrada a sus propietarios. Sin necesidad de gritos y cogotazos, Yuma se da cuenta de que si retoza y ladra, su dueño se detiene y busca la mejor actitud para que reanude su paso. Es tan sólo un ejemplo de lo que se puede conseguir si se mueven los mecanismos cerebrales del animal, que aunque no se lo crean, es capaz de asimilar estrategias en menos de lo que dura una partida de damas.

A Gabriel no le queda ninguna duda. Tampoco a sus clientes, que asisten perplejos a la rehabilitación de un compañero que daban casi por perdido. Es el caso de Pearly, un perro que fue trasladado de casa por su agresividad y que ahora se asemeja a un embajador exquisito. Un embajador que anda a cuatro patas y sigue a su dueño sin necesidad de gritar su nombre ni separarlo de otros estímulos. "La mayoría de la gente quiere a su perro pero no se preocupan de que el animal sienta lo mismo. Para ello, deben ser percibidos como un tutor y no como un padre", reflexiona el educador.

A Cristina, dueña de Lala, un cachorro conmovedor y conmovido, no le importaría que sus perros siguiesen el camino de Pearly. Probablemente, lo logren, gracias a su colaboración y a las lecciones magistrales de Educan. En esta ocasión, tocan varios ejercicios, algunos de ellos paradigmáticos en lo que al método se refiere. Con trozos de salchichas como reclamo, los educadores enseñan a la perrita a caminar hacia un cuenco. Repiten la prueba una y otra vez, hablan de los refuerzos negativos y positivos y dicen que ahí acabaría el sistema de preparación conductista.

Pero sus clases son algo más que un inventario de estímulos y respuestas. Ellos avanzan donde otros se detienen y le muestran la salchicha al perro. Con un gesto en dirección al cuenco le indican que no obtendrá la recompensa hasta que se dirija a la vasija. El animal se queda como lerdo, pero rápidamente avanza hacia al objeto, a pesar de que sabe que la comida ya no está en ese punto. De esa manera, se rompe la ligazón directa entre movimiento y finalidad, se enseña a urdir estratagemas, a advertir que, en ocasiones, hay que hacer cosas distintas que aproximarse testarudamente a la meta. Y el cachorrito, en este caso Lala, mueve la cola y se divierte, condición indispensable para el éxito de las clases, según declara Gabriel. "Si no aprenden esto como juego, es difícil que los resultados sean satisfactorios. De esta forma, se procura que experimenten una especie de placer intelectual, el placer de resolver problemas", argumenta.

Para ilustrar su teoría, el preparador apela a los perros guía, que difícilmente pueden recibir compensaciones por sus maniobras salvavidas. Aquí no vale el hueso por cada ejercicio positivo, entre otras cosas, porque sus dueños suelen padecer ceguera y nunca serán conscientes de los entuertos que les evita su inseparable amigo. Gabriel complica aún más la cosa y propone imaginar a uno de ellos en mitad de un camino sazonado por un charco, la carretera llena de coches y una barandilla poco consistente. Y está convencido de que el guía buscará la ruta más adecuada y que no lo hará simplemente por amor a su dueño. "Se trata de una recompensa emocional que sienten al solventar este tipo de situaciones", precisa.

A Zeus, el descomunal perro de Antonio, le queda todavía un largo recorrido para experimentar este tipo de goce, pero su progreso se mide con pasos agigantados. Hace tan sólo unas semanas, el animal acostumbraba a correr despavorido en cuanto divisaba a alguno de sus congéneres, lo que no deja de ser aparatoso, especialmente parar Antonio, que se veía obligado a rodar metro tras metro arrastrado por la correa. Zancadas y travesuras que ya forman parte del pasado. "Poco a poco cuando lo llamo va respondiendo, aunque haya otros perros", destaca.

El caso de Zeus es tan solo un ejemplo de la bonanza del ejercicio del "junto", que se prodiga en pequeños ardides para que no se disipe la atención del perro. Los dueños, asesorados por Gabriel, aprovechan cualquier despiste del animal para esconderse tras la esquina, les hacen ver que si se entretienen con cualquier estímulo, llámese perrita que mueve la cola o despojos de vecindario, ya no estarán allí para verlos. Y sus trucos funcionan a la perfección y ahí está Lola y Pearly que parece que disponen de un sensor para saber en cada momento cual es el último paso que dio su dueño. "Lo verdaderamente importante es la relación con el propietario", afirman los educadores.

Pero la educación del perro no es sólo cuestión de ejercicios, sino también de sensibilidad y preparación previa. Gabriel advierte que el periodo más fecundo son las dieciséis primeras semanas de vida, plazo en el que el animal se muestra más receptivo y asume los esquemas sociales y familiares. En ese tiempo, conviene exponerlos a todo tipo de ambientes y situaciones, a la noción de que el mundo es una cosa cambiante de la que se pueden esperar espacios y criaturas desconocidas. Puro darwinismo para amos y perros.