Alejandro Martín Santana, hermano de una de las víctimas del siniestro de Madeira, tiene un único y principal empeño en su vida: encontrar los nueve cuerpos que aún permanecen sepultados en algún lugar del Atlántico dentro del King Air 200 que en la fatídica noche del 11 de septiembre de 2003 se estrelló en la inmensidad del océano. Para lograrlo necesita únicamente 40.000 euros que no llegan. Pero él sufre un desprecio peor: las Administraciones Públicas no le escuchan.

"Desde que ocurrió el accidente he pedido ayuda a todo el mundo y algo debe haber detrás porque todos me dan la espalda", señala dolido. El propio defensor del Pueblo Español, Enrique Múgica, se comprometió hace cuatro meses a ayudarlo en sus pesquisas, pero esas promesas se las ha tragado el tiempo, al igual que las que le hicieron en el Ayuntamiento de Málaga o en el de Marbella.

En los últimos años ha viajado en cuatro ocasiones a la Isla de Madeira y sabe con seguridad dónde se encuentra el avión: a una milla escasa de la costa y a no más de 20 metros de profundidad. Estos datos los ha obtenido Alejandro una vez que se ha levantado el secreto de sumario del caso. En la causa se recogen las últimas coordenadas del avión que se registraron en un radar que la OTAN tiene cerca de allí.

Además de trabajar en el sector turístico, Alejandro se ha vuelto un experto en impulsar procedimientos administrativos anquilosados por el tiempo y la desidia de los políticos. "He ido a todos los ministerios a pedir permisos y estoy haciendo una labor muy ingente para recuperar el cuerpo de mi hermana, su marido y los de mis dos sobrinos, así como los otros cadáveres que queden. Son cuatro años de una lucha increíble, y no veo el final", comenta Alejandro.

Para desarrollar con éxito la operación de búsqueda, Martín Santana necesita del concurso de diez personas como mínimo, aunque ya cuenta con el apoyo decidido del equipo de submarinistas que participó en el rescate de los marineros del Nuevo Pepita Aurora II, hundido frente a las costas de Barbate.

También se han comprometido los bomberos de Marbella, siempre tan proclives a este tipo de tareas, y una unidad de la Armada.

"No comprendo cómo han podido fallecer diez personas en un accidente de aviación y nadie ha hecho nada por ellos. Estamos en una indefensión total", añade.

La semana pasada, la empresa Decansat intentó localizar vía satélite el lugar de la sepultura marina, aunque no tuvo éxito. Y hay otra empresa malagueña que está desarrollando un robot que permita aminorar la dificultad de las labores de rescate.

"Yo lo único que quiero es recuperar los restos de mis familiares, así que por ahora lo que tengo previsto es abrir una página web y tengo en mente acudir a Bruselas para denunciar la indefensión en la que nos han dejado tanto el Gobierno de Aznar como el de Zapatero", apostilla.

Y no queda ahí la cosa. Alejandro está redactando un informe que pretende entregar al presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, a quien visitará próximamente en Sevilla con el único objetivo de que esta infructuosa búsqueda no quede en el olvido de los españoles.

No en vano, el caso ha estado bajo secreto más de cuatro años y, finalmente, el piloto anglotunecino ha sido culpado de la catástrofe por su impericia y por sufrir una desorientación espacial.

Alejandro también se queja de la forma en la que se han hecho las cosas: una primera y corta búsqueda de la Armada portuguesa en la que se encontraron partes de algunos cuerpos y un cadáver completo. Y escasos intentos en los días posteriores al accidente del King Air 200.

Ahora, Alejandro sólo necesita 40.000 euros para buscar a sus familiares y darles el entierro que merecen tras una lucha de cuatro años por recuperar la dignidad de los fallecidos. Málaga sigue clamando por su vuelta.