Los niños de ahora son del Barcelona como los de mi época éramos del Madrid. Por estilo, por fútbol, por títulos. El Madrid de los 80, el de la Quinta del Buitre, era música celestial. Cuando Estudio Estadio emitía el resumen del partido del Madrid, el domingo recobraba su sentido: Buyo, Sanchís, Míchel, Hugo Sánchez... En las primeras imágenes siempre se veía el once titular blanco saliendo a un Bernabéu rodeado de vallas. Y en Chamartín sonaba el himno: «...Caballeros del honor...», decía en una estrofa. Aquel Madrid simpático, admirado y respetado, el equipo de todos, el representante del fútbol español en las Copas de Europa, se ha ido desvirtuando, mientras que un equipo de «un pequeño país de ahí arriba», como lo definió Pep Guardiola, tomaba su relevo. Sin títulos no hay paraíso.

Y el Barça, a base de fútbol de salón, le ha usurpado al Madrid el puesto de primer equipo del país. De España, además de Cataluña, por supuesto. Quizá por eso el ser iluminado se fijó en José Mourinho, un hombre con doble cara, con dos perfiles. Un ganador, un motivador excepcional, un estudioso avalado por títulos y más títulos. En Portugal, Inglaterra e Italia. Una garantía de éxito en el plano deportivo. En lo humano también el Special One es un crack. Cuentan los que han tratado con él en Madrid que sus colaboradores hablan maravillas. Que gana en las distancias cortas. Que es atento, fiel, respetuoso y educado. Pero cuando ´Mou´ se pone delante de un micrófono despierta ese otro yo que le hace caer mal, ser antipático y ganarse detractores por todos los puntos cardinales del mapa. Le odian en Barcelona, por motivos obvios. En Gijón, por arremeter contra el Sporting de Preciado. En Sevilla, por dar fe de no sé qué errores arbitrales. Y desde ayer, en Málaga.

Mourinho no representa a un equipo, sino a un club, a una ciudad. Igual que Pellegrini. Con su frase, todos los malagueños nos sentimos ofendidos. Señor Mourinho, cuide su lengua viperina, deje sus actuaciones de actor de segunda y hable sobre el campo... cuando el Barça le deje. Y ya sabe, a Málaga, ni a comer espetos. Aquí no será bien recibido.