Un misil teledirigido a la mismísima escuadra de Íker Casillas en el tiempo añadido del partido heló el corazón madridista, tan imperturbable en lo que va de campeonato, y exaltó a la afición malaguista para saborear un punto como si fuera la mayor de las victorias jamás conquistada. Un trallazo de Santi Cazorla cuando los tres puntos blancos estaban subiendo a la clasificación fueron el mayor revolcón del año en la casa del Real Madrid, el fin a una sequía malaguista en el Bernabéu –pese a que sigue sin ganar–, los cimientos sobre los ideales de Pellegrini y la apertura de un pequeño resquicio para la disputa del campeonato entre madridistas y azulgranas.

Señoras y señores: éste es el Málaga. Y ha llegado a los puestos altos de la clasificación para quedarse. No es un farol, van en serio. Efectivamente, el conjunto blanquiazul realizó ayer una gran machada. Es el valor simbólico lo que manda en el marcador. No miren un simple uno a uno. No vean que el Málaga ha bajado un puesto en la clasificación, quédense con lo que implica puntuar en uno de los campos más inexpugnables del mundo y, lo más importante, de menear al Real Madrid durante muchos minutos, de tutearlo y manejarlo al antojo de los Cazorla, Isco, Rondón, Joaquín y Demichelis.

De sobra era sabido que el Málaga acudía al Santiago Bernabéu sin ninguna presión. Y este equipo, ligero y sin temor, puede hacer mucho daño. Es por ello que la puesta en escena malaguista fue sublime. No renunció en ningún momento a sus ideales, los plasmó en el campo y obtuvo recompensa. Utilizó el toque y la posesión para hacerle daño al conjunto blanco. Le robó la pelota al Madrid en su campo, con su afición y cuando casi ya están tachando las jornadas del calendario para cantar el alirón. Desde luego, dio un golpe mediático impagable sobre la mesa.

Hoy el empate malaguista está dando la vuelta al mundo. Pero lo mejor será, para los que no lo vieron o no lo pudieron saborear, que vean repetido el encuentro. Ahí podrán observar a un Málaga osado. Crecido ante el Real Madrid. Los primeros 45 minutos malaguistas fueron primorosos. Frescos, eléctricos y atrevidos en ataque. Las combinaciones llevaban el sello de calidad asegurada, la etiqueta de denominación de origen. Taconazo por aquí, pase sin mirar por allá, y autopase en carrera para acabar. Un lujo, fútbol de salón en el mejor escenario posible. El único problema es que, como en otras ocasiones, cuando el Málaga pisaba el área rival, se le apagaba la luz.

El rigor y el orden táctico también tenían su efecto. El Málaga más atento y ordenado de los últimos meses era capaz de frenar las embestidas de los Cristiano, Benzema y Ozil. O de aburrir a sus atacantes.

Pellegrini apostó por una pareja de mediocentros defensiva. Pero el dúo Camacho-Demichelis enviaba un mensaje muy distinto a lo que luego se plasmó sobre el césped. El argentino estuvo, simplemente, perfecto. Fue el primer defensor, pero también el primer socio en el centro del campo. Se ofreció a sus compañeros, subió, recuperó e incluso hizo lo más difícil: que nadie se acordara de Toulalan. Increíble.

De matrícula también fue el día de Cazorla, que lo selló con un golazo que lo eleva a los altares. Es evidente que su crisis ya forma parte del pasado. Ayer se gustó. Tocó, regateó y se llevó aplausos del Bernabéu. Algo al alcance de pocos.

Aún así, el Málaga amagaba pero no golpeaba. Todo lo contrario que el Madrid. Los blancos martillean. Abusan de su poder una y otra vez. Tras aguantar la primeras embestidas blancas, el Málaga tomó el timón del partido. Obligó al Madrid a dar un paso atrás, a buscar la portería de Caballero con rápidas contras. Y en una de ellas llegó el gol de Benzema, que contó con la ayuda del meta blanquiazul y de Monreal. Quizás fue el único punto negro de la noche, pero pudo costar caro.

Lejos de venirse abajo, lejos de caerse todo el planteamiento, el Málaga siguió a lo suyo. No tuvo prisas y manejó la pelota a su antojo para cerrar un gran primer tiempo.

En la segunda mitad, con el cansancio, el Madrid adelantó líneas y gozó de muchas más ocasiones. Cierto es que perdonó. Que quizás mereció haber marcado el segundo. Y el tercero. Pero este Málaga también castiga los errores. Y justo cuando mandan los cánones de las grandes gestas, en el último suspiro para evitar reacción, Cazorla apuñaló el corazón blanco para teñirlo de azul. Pocos segundos después terminó el partido, pero no la fiesta. La marea blanquiazul lo saboreó en la grada. Y ahora queda la mayor de las machadas, la de colarse en Europa por la puerta grande. Este equipo puede.