La Liga se detuvo ayer para rendir pleitesía al nuevo inquilino de la tercera plaza, al gran aspirante para acabar en el cuadro de honor final. La jornada se alargó un día más para ver una nueva exhibición blanquiazul con goles de categoría y juego excelso. Esta vez la víctima fue el Racing, los protagonistas iban vestidos de blanquiazul y el premio, dar otro paso más hacia Europa, que prácticamente parece definitivo tras un nuevo golpe en la mesa del Málaga.

El júbilo, la fiesta más desatada por un triunfo blanquiazul que se recuerda en la era del jeque, engulló al partido para dar paso al desborde de sueños e ilusiones. Todo malaguista ya juguetea en su cabeza con un posible bombo de la Liga de Campeones o con rivales de enjundia, prestigio y caché europeo en los verdes pastos de La Rosaleda. No es para menos a tenor de la victoria ayer conquistada y al grandioso juego que despliega este Málaga.

Es evidente que en Martiricos ya se mira la Champions con optimismo, la tercera plaza como una batalla factible y acabar en puestos europeos como un hecho casi consumado, como si fuera una realidad ya palpable.

Pero además, si importante es agarrarse a la clasificación, más si cabe es observar el juego de los de Pellegrini. Ayer aplastaron sin piedad a un rival que llegó roto y se marchó más destrozado. A un conjunto que, cierto es, todo le sale mal, desde el penalti y la expulsión de Francis en el minuto tres hasta la lesión de su segundo portero. Un conjunto que parece ya casi sentenciado a la Segunda División.

Pero el Málaga no quiso creerse vencedor antes de tiempo. Muchos pensarán que la pena máxima y la expulsión de un rival en los primeros minutos dejó el partido cuesta abajo para los de Pellegrini. Pero nada más lejos de la realidad. Si algo expuso ayer el Málaga fueron razones de sobra para certificar su tercera plaza. Nadie podrá hoy decir que los blanquiazules están ahí arriba por accidente tras marcar ayer tres goles, lanzar un tiro al palo, generar 28 ocasiones de gol y contar con una posesión de un 70 por ciento. Son datos fehacientes del dominio malaguista, pero también de las ganas de ganar que tenía la plantilla.

Por eso el dominio fue total desde el primer minuto hasta el último. Sería imposible relatar hoy en esta crónica todas y cada una de las ocasiones de las que gozó el plantel del «Ingeniero», pero sería restarle mérito a su soberbio partido no recordar el cómputo global. La victoria de ayer fue la consecución de un hecho que parecía consumado, pero no por ello tiene menos mérito.

El Málaga fue una apisonadora. Un martillo pilón que no cesó en su empeño de perforar la portería rival. Un boxeador incansable en busca de su objetivo. El partido no podía llevar trampa como el día del Betis. La plantilla se había concienciado de que era una final. Y salió a por el Racing desde el primer minuto. No hubo ni una concesión a los cántabros y fue como una prolongación de la pasada jornada, como si aún se estuvieran disputando los minutos del derbi con los verdiblancos.

El penalti errado por Cazorla no elevó el pesimismo. Es más, exaltó aún más a los malaguistas en busca de la victoria. El asedio elevó la figura de Mario, casi inexpugnable, hasta que apareció Isco. El malagueño hizo de abrelatas con un golazo de auténtico crack (23’). A partir de entonces el Málaga levantó levemente el pie del acelerador, pero seguía «viviendo» en el campo del Racing.

Y no fue hasta la segunda mitad, gracias a un magnífico pase de Maresca -ayer completó su mejor partido de blanquiazul- cuando Cazorla (62’) llevó toda la tranquilidad y desató la fiesta total. El gol de Van Nistelrooy (85’) fue el mejor postre posible, pero para entonces La Rosaleda ya gritaba «¡A la Champions, oe, oe, oe!, ¡A la Champions, oe, oe, oe!»