El Málaga volvió a hacerse el harakiri cuando tenía la victoria, los tres puntos y la tercera plaza bien atada y embalada para llevársela de vuelta a casa. El conjunto blanquiazul, en otro cortocircuito generalizado y absurdo rememorando los partidos de San Sebastián (3-2) y Gijón (2-1) volvió a tirar por la borda todo el trabajo realizado hasta entonces, que pese a no ser excelente le valía para ir ganando. Es la peor noticia para un equipo que cede la tercera plaza al Valencia y recuerda, con esta derrota y durante los últimos 15 minutos al peor Málaga de la temporada, el mismo que parecía desterrado para siempre.

El planchazo para los malaguistas fue de aúpa. Y es que el Villarreal, un equipo condenado al sufrimiento este curso y atenazado por las circunstancias, apenas inquietó la portería malaguista. Fue un partido blanquiazul al ralentí en los primeros compases, algo de intensidad antes y después del descanso y un gol de Cazorla para marcar las diferencias entre unos y otros. Hasta ahí, nada anormal, todo dentro del guión más o menos establecido. Sólo, quizás, reprochar la falta de ambición malaguista, pero por contra todo parecía bajo control.

Pero en un accidente, todo cambió. Fue Hernán Pérez, que entró en la segunda mitad por Camuñas en el 65´, el que revolucionó el partido para alegría amarilla y desesperación blanquiazul. El paraguayo le dio un revolcón con sus movimientos eléctricos y terminó por desquiciar a todo el Málaga. Primero provocó el penalti y la expulsión –rigurosa– de Kameni en el 83´. Senna marcó, pero el mérito era del menudo delantero del Villarreal.

Con uno más, el «submarino» emergió. Vio un rayo de luz en su tenebrosa y oscura situación. Y se lanzó al ataque sin dudarlo dos veces. El Málaga aguantó las embestidas, pero ofrecía síntomas de flaqueza. Y en la última jugada del partido, en el último suspiro amarillo, de nuevo Hernán Pérez se hizo grande para enganchar un balón suelto en la frontal y superar con su excelente golpeo toda la maraña de jugadores y al portero malaguista, que para entonces ya era Rubén.

Sin duda, esta historia ya la ha vivido el malaguismo esta temporada. Puede, incluso, que si se calza una crónica del partido de San Sebastián o de Gijón en estas mismas líneas cambiando los protagonistas, pueda dar el «pego». Pero la realidad es más profunda y ésa es la gran novedad. El Málaga se jugaba ayer algo más que tres puntos. Su nuevo estatus, su nueva condición de equipo aspirante a la tercera plaza le confiere un halo de grandeza al que pocos equipos pueden llegar.

La presencia malaguista en Villarreal causaba en la afición local casi tanto temor como la llegada de un grande. Había mucho respeto. Pero el equipo de Pellegrini no lo supo aprovechar. Muchas veces no es suficiente con llegar, hay que saber mantenerse. Y aunque el Málaga mantiene su condición de equipo Champions, ha desperdiciado una oportunidad magnífica para continuar al frente de la llamada «Liga de los mortales» por segunda jornada consecutiva y para abrir brecha con sus inmediatos perseguidores.

Este resultado se puede antojar como un accidente. Muchos de sus actos así lo atesoran. Pero siendo fieles a la realidad, el Málaga de ayer tarde en El Madrigal no fue el mismo, desde el primer minuto hasta la expulsión de Kameni, al de los dos últimos meses.

Sólo queda esperar que este paso atrás no genere dudas ni en Manuel Pellegrini ni en la plantilla. Que todo siga igual a como se veía tras el duelo con el Racing. Que el de anoche fuera un sueño truncado en pesadilla y que la Real Sociedad, que visita La Rosaleda casi sin tiempo para digerir la derrota, sea la que pague los platos rotos. Detrás de un escalón para caerse hay otro para volver a subir. Y el Málaga debe aprovecharlo. En casa, bajo el calor de su gente, tiene que recuperar sensaciones y la senda de la victoria. No le queda otra si quiere seguir en la carrera por la Champions, en la lucha por ser tercero... o cuarto.