Fue un instante, apenas un minuto, pero para el malaguismo fue eterno. El himno de la Champions League atronó por fin en el estadio de La Rosaleda. Las 28.000 almas que poblaban las gradas de Martiricos se cuadraron al escuchar los primeros acordes de una música celestial para todos los oídos blanquiazules.

La Rosaleda se cerró la pasada temporada en partido oficial con la satisfacción de ser el escenario en el que el Málaga conseguía por primera vez en su historia y se abría en esta temporada con prácticamente el mismo aspecto que aquel partido contra el Sporting.

La hinchada blanquiazul nunca había llenado su templo con tanta antelación, y es que nadie quería perderse el momento en el que el himno de la Liga de Campeones retumbase en los muros y gradas de un escenario que se estrenaba en la máxima competición continental.

Teléfonos móviles, cámaras de fotos, de vídeo, cualquier aparato sirvió para inmortalizar un momento que ya es uno de los pasajes más emotivos de la dilatada historia de un club necesitado de ellos.

Como un ejército, alineados en torno al inmenso balón estrellado que adorna todos los partidos de Liga de Campeones, los niños seleccionados para agitar el balón de lona al cielo de Martiricos, nunca olvidarán ese instante. Un espacio de tiempo de menos de un minuto en el que el malaguismo se olvidó del jeque, de la falta de fichajes, de posibles compradores, de las horas interminables en el estadio haciendo cola para conseguir una entrada y de las marchas forzadas de Cazorla, Rondón y Mathijsen.

En cambio, la afición sí tuvo hueco para homenajear al malogrado Pepe Zambrana, un auténtico histórico del club que como muchos otros no pudieron vivir in situ una jornada imborrable.

Y es que una vez más la hinchada albiceleste demostró ser una afición «cinco estrellas». El personal aguardaba como agua de mayo el momento estrella de la tarde noche: la salida de los jugadores al ritmo de los acordes creados en 1992 por Tony Britten sobre una adaptación de una obra de Handel.

Nunca una canción sonó tan nítida y tan perfecta en Martiricos... A esos ritmos celestiales sólo le pudo hacer sombra el himno malaguista, que precedió al de la Champions antes que las dos escuadras saltasen a la impoluta alfombra malaguista.

Tal fue el ambiente y la sincronización de la afición boquerona con todo lo que rodea a la máxima competición continental, que los pocos hinchas helenos no pudieron más que contemplar el espectáculo de color y música ofrecido desde las gradas de La Rosaleda.

No se puede decir otra cosa que lo de ayer mereció la pena. Y mucho. El Málaga, su afición y La Rosaleda se desvirgaron en un partido Champions. Y lo hizo de tal manera que todo resultó mágico. El malaguismo ya sabe lo que se vive el cielo europeo y por nada en el mundo quiere bajarse de su nube.