Sabíamos que el Málaga CF era capaz de ganar los partidos jugando al fútbol como los ángeles. Posesión, toque, atrevimiento, descaro, asociación y más toque. Es su estilo, la impronta que Manuel Pellegrini ha esculpido en las tres temporadas que lleva en el club. Ayer amplió su registro. Sin los pequeños, sin los «jugones», con Saviola y Portillo en el banquillo, el equipo salió al Sánchez Pizjuán a disputar el derbi ante el Sevilla, con el mono de trabajo: oficio, espíritu colectivo, trabajo defensivo, dureza mental. Se remangó hasta las rodillas para pasar por el lodazal que planteó Míchel en el centro del campo, puso al mal tiempo buena cara y supo aguantar el chaparrón.

Porque le cayeron chuzos de punta. Llovió en Sevilla un rato antes de que arrancara el encuentro, y el Málaga salió con el flotador, dispuesto a sobrevivir a las embestidas de Negredo. Perdonó el Sevilla una, dos y hasta tres veces. Desde los primeros minutos se vio que el Málaga había cambiado de registro. Y durante media hora no escampó. Las pasó moradas Willy Caballero. Pero el equipo era consciente de que la vida le iba en ello, de que necesitaba sufrir ante un rival superior por momentos para utilizar luego sus armas. Para matar a la hora de la verdad.

Y así fue. En los 10 últimos minutos del primer acto ya se vio a un Málaga más combinativo. Todo lo que podía serlo con Roque arriba, con dos perros de presa como Camacho e Iturra, y con un Isco que pide a gritos vacaciones por Navidad. Así que nada más salir de vestuarios, Demichelis, el jefe en estas circunstancias, cuando el arte deja paso al oficio, cuando se pierden las buenas formas e impera la contundencia, fue quien decidió.

«Micho» había pasado a la medular, junto a Camacho, para resguardar la amarilla de Iturra. Y Sergio Sánchez entró para situarse junto a Weligton en la zaga. Desde el centro del campo, Demichelis fue más Demichelis. Y, en un córner lanzado por Joaquín desde la derecha, saltó más que nadie en el área sevillana, más que Spahic y Coke, y cabeceó a la escuadra contraria para gritar con garra, con fe y con malaguismo al cielo sevillano. 0-1 para el Málaga. ¿Inmerecido? Los goles, amigo mío, como dijo Di Stéfano, se marcan, no se merecen. Y el Málaga aprovechó la que tuvo cuando más daño hizo.

Se descompuso el Sevilla, que era lo previsible en circunstancias extremas, sin el aliento en la grada de los Biris, y con un equipo con tanto talento como irregularidad. Movió el banquillo Míchel, porque el balón ya no era posesión sevillista y, para colmo, ya no llegaba a las inmediaciones de Willy, otra vez estelar. Roque, aciago delante, pero seguro y fiable en la brega, el salto y con el balón de espaldas, conectó con Gámez frente a Pellegrini, y envió en largo a la derecha, donde Joaquín le apuntaba el desmarque.

El portuense, que ha destilado clase en el otro estadio de la ciudad, aprovechó su sensacional momento físico, y con una velocidad endiablada ridiculizó al pesado Fazio. Se iba a plantar en el mano a mano con Diego López y el argentino le derribó por detrás: penalti y expulsión, como diría Rafa Guerrero, el linier más famosos del fútbol patrio, en el minuto 69.

Tras los errores anteriores de Joaquín desde el punto fatídico fue Eliseu esta vez quien cogió el cuero y lo acarició con su zurda a la derecha de la portería. El Málaga, como uno solo, corrió a la esquina donde se ubicó la afición malagueña, y le dedicó ese tanto, esa victoria, esos 28 puntos en Liga y los nueve de diferencia con el Sevilla, con el eterno rival.

A partir de ahí, el cuadro costasoleño se puso los tacones, el traje de gitana y bailó por malagueñas en el césped del Sánchez Pizjuán, donde sólo hacía una hora las había pasado canutas, y donde ahora se divertía de lo lindo y disfrutaba cada jugada, casi relamiéndose.

Desde el 1 de septiembre, hace justo tres meses y medio, no ganaba el Málaga lejos de La Rosaleda, y fue en Zaragoza (0-1). Tras el 4-0 al Granada, la semana pasada, el segundo éxito en otro derbi deja a los blanquiazules asentados en puestos de Champions, y con la cita copera ante el Eibar, el martes, antes de recibir al Real Madrid el próximo sábado (20.00 horas), en el último partido del año 2012.

No sé qué ocurrirá contra los madridistas. Si Pellegrini se pondrá el traje de camuflaje y luchará en el cuerpo a cuerpo como en la primera mitad. O si dará rienda suelta al festival creativo del Málaga. El equipo tocó ayer los dos palos. Con maestría y socarronería. Y ganó en Sevilla, donde sabe mejor.